Ha sido una semana terrible en la historia de Ferguson, de enfrentamientos con la policía, calles cortadas y gases lacrimógenos, pero finalmente los mandos policiales del pequeño suburbio han revelado el nombre del policía que mató al joven afroamericano. Eso sí, sólo después de que Darren Wilson, el agente en cuestión, fuera trasladado fuera de la localidad junto a su familia.
Otro de los aspectos más criticados ha sido la apabullante militarización de unos policías con un aspecto y una potencia de fuego más propia de la guerra en Irak. En un demoledor artículo, Paul D. Shinkman, del USNews, ha explicado que durante los últimos años buena parte del arsenal acumulado por el ejército ha sido reciclado como armamento policial. En su pieza Shinkman cita a Tom Nolan, policía con casi 30 años de experiencia en Boston y profesor universitario: «Muchas comunidades contemplan ahora a la policía como si se tratara de un ejército de ocupación, con sus calles más parecidas a las de Baghdad o Kabul que a las de una ciudad en América».
Conocer la identidad del uniformado que apretó el gatillo ha sido una petición unánime de la comunidad negra, las organizaciones de derechos civiles y los medios de comunicación durante la última semana. Durísimos editoriales en el New York Times y el Washington Post, el primero dedicado a las terribles diferencias económicas entre la minoría blanca y la mayoría negra de Ferguson, el segundo centrado en la libertad de prensa y la deriva autoritaria de la policía de Ferguson, multiplicaron la presión. Aunque la policía de Ferguson podía haber catalogado el incidente como excepcional, lo que hubiera obligado a recurrir a los tribunales para averiguar el nombre del policía, la atención popular y mediática ha resultado determinante.
Y dar el nombre del policía implicado no ha sido esta la única medida destinada a rebajar la tensión. En un gesto sin precedentes, el gobernador de Missouri, Jay Nixon, ha relevado a la policía local y npuesto en su lugar a la patrulla de carreteras. Comandada por un oficial negro, su actitud, mucho menos beligerante, logró que durante las protestas de ayer noche no se registraran incidentes. En buena hora, pues se temía lo peor tras haberse conocido que otra testigo, Tiffany Michell, había desmontado por enésima vez la coartada policial, tras asegurar que Brown fue abatido desarmado y en el momento de entregarse. Si se añaden los continuos incidentes entre los antidisturbios y la prensa, incluyendo la detención injustificada de dos reporteros, o el hecho de que en el hospital todavía hay un joven que se debate entre la vida la muerte tras ser alcanzado por los disparos de la policía durante una de las marchas de protesta, se comprenderá hasta qué punto EE.UU. ha respirado al comprobar que la calma regresa, al menos de momento, a las calles de Ferguson.
