El destino de los humanos de la tercera edad... ¿convertirse de nuevo en monos?

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El fenómeno biológico conocido como neotenia podría explicar la evolución humana vinculando el proceso de aceleración del desarrollo sexual de los monos con la aparición del hombre, revela la revista científica Populyarnaya Mejanika.

Uno de los pioneros del estudio de la neotenia, el científico holandés Louis Bolk (1866-1930), puso el foco sobre el hecho de que un bebé recién nacido tiene las características típicas de la etapa embrionaria de los primates. El fenómeno de la neotenia se caracteriza por la conservación del estadio juvenil en el organismo adulto en comparación con los ancestros u organismos cercanamente emparentados.

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Por ejemplo, un bebé está dotado de una cabeza desproporcionadamente grande, carece de cuero cabelludo (que es característico de una fase determinada en el crecimiento de embriones del mono) y, por último, a diferencia de los animales jóvenes, el hombre recién nacido está indefenso, es incapaz de coordinar los movimientos y moverse de forma independiente. Las observaciones de Bolk se tradujeron en una hipótesis, que se resume en que el hombre es una forma juvenil del mono: nuestros antepasados comenzaron a multiplicarse, sin madurar, y de esa manera dieron el primer paso en el camino hacia convertirse en seres humanos.

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Ahora los neurocientíficos consideran la conservación de la etapa juvenil (el hecho de que los huesos del cráneo de los bebés siguen creciendo después del nacimiento) como una oportunidad para que se alargue el proceso de desarrollo y crecimiento del cerebro.

Pero, ¿por qué la selección natural favorece más a las formas neoténicas y, a primera vista, subdesarrolladas? En realidad, la neotenia permite al animal madurar rápidamente, dejar velozmente descendencia y, de este modo, contribuir a la perpetuación de toda la especie. Cuando los especímenes alcanzan la pubertad muy pronto, esto les ayuda a mantener una población grande.

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Curiosamente, a pesar de que las especies se simplifican de esta manera, los signos ancestrales subdesarrollados se almacenan durante mucho tiempo y pueden desarrollarse bajo ciertas condiciones. Aquí hay que señalar que, aunque la pubertad desacelera drásticamente el desarrollo, los peces y anfibios siguen desarrollándose lentamente, poco a poco, pero hasta el final de su vida. Por lo tanto, es posible deducir que los animales muy viejos vuelven a tener al final de una larga vida los rasgos ancestrales perdidos durante la evolución.

Y de hecho, las ranas más antiguas resultaron tener huesos que se habían perdido en la transición de los laberintodontes — anfibios primitivos que pasaron del mar a la tierra —. Así que, aunque es difícil imaginar que un anciano de 150 años empiece a degradar hacia formas ancestrales y se convierta en un mono, con las ranas ha pasado efectivamente eso. Esto último es un hecho científico fehaciente.

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