Dos pollos se quedaron así, castrados. No eran agresivos, casi no peleaban con otros gallos, sus crestas y barbas apenas se desarrollaron. El zoólogo les reimplantó a dos de ellos uno de sus propios testículos en otro lugar de su cuerpo. A los restantes dos, les intercambió los genitales.
Estos cuatro pollos se desarrollaron como aves normales, como si la castración no se hubiera producido: cantaban, peleaban mucho, sus crestas y barbas crecieron normalmente. Más tarde, Berthold percibió que los testículos no estaban produciendo esperma. De aquí concluyó que la masculinidad de los gallos consistía en alguna otra cosa que todavía estaba por hallar.Así, por casualidad, Berthold se topó con las hormonas en general y con la esencia de la hormona masculina: la testosterona. Desde entonces, los científicos no han dejado de buscar el 'elixir de masculinidad'.
Durante mucho tiempo, se suponía que el esperma les otorgaba a los hombres su virilidad. Por ejemplo, en 1869, el fisiólogo y neurólogo Charles-Edouard Brown-Sequard declaró que, "de ser posible inyectar semen en las venas de hombres viejos sin correr riesgos, obtendríamos la regeneración intelectual y de los poderes físicos".A la edad de 72 años, el científico se inyectaba extracto de testículos de perros y conejillos de indias molidos a sí mismo, asegurando que obtenía resultados positivos. Entre otras cosas, se sentía mucho menos cansado y su chorro de orina llegó a ser mucho más potente, tal y como él mismo relataba.
Sin embargo, su elixir seminal era bastante popular en su época. Personas famosas como el escritor Emile Zola o el biólogo Louis Pasteur eran seguidores de su método poco tradicional de rejuvenecimiento, ideal para complacer a las amantes jóvenes.
Tras la muerte de Brown-Sequard, el mercado de 'la esencia de la masculinidad' se convirtió en un territorio propicio para los charlatanes. Por ejemplo, el cirujano de origen ruso Serge Voronoff trasplantaba a los hombres láminas de testículos de primates.
La hormona masculina de testosterona fue sintetizada solo en 1935, cuando el bioquímico alemán Adolf Butenandt y el científico croata-suizo Leopold Ruzicka recibieron el premio Nobel de Química por este descubrimiento.
"Esencialmente, la testosterona activa el deseo sexual y hace posible que el macho sea fértil, pues sin testosterona no hay espermatozoides. Esa es la esencia. Pero para lograrlo —como los machos viven en una sociedad competitiva— los tiene que hacer agresivos, competitivos, fértiles…", destaca el profesor emérito de neurociencia en la Universidad de Cambridge, Joe Herberty, quien ha estudiado ampliamente la testosterona.
Respecto a los efectos de la testosterona en el cerebro, Herbert no está seguro. "No sabemos lo suficiente sobre el cerebro para determinar con certeza qué efecto tiene la testosterona en él", concluye.
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