Habría que remontarse a principios del siglo XIX para asistir a un hecho de tan extrema gravedad como el que se ha visto. Hasta ahora la sede del poder legislativo estadounidense sólo había sido asaltado una vez en toda la Historia. Fue concretamente el 24 de agosto de 1814, cuando tropas británicas dirigidas por el general Robert Ross invadieron la capital e incendiaron varios edificios gubernamentales, incluidos el Capitolio y la Casa Blanca que por aquel entonces se llamaba la Mansión Presidencial.
La diferencia esencial entre ambos escenarios radica en que los autores del asalto de ahora no eran extranjeros ni enemigos, sino ciudadanos estadounidenses llegados de Kentucky, Kansas o Iowa tras ser animados nada menos que por el jefe de Estado.Las imágenes retransmitidas por la televisión y las redes sociales hablaron por sí mismas. No se trataba sólo de descrédito internacional, sino de desorden público y de destrucción democrática.
Alentados por Trump y sus más leales adeptos dentro del Partido Republicano, los manifestantes habían sido convocados para protestar en la calle contra lo que consideran un mayúsculo fraude electoral, a pesar de que no hay pruebas de ello y a pesar de que todas las instancias judiciales, incluido el Tribunal Supremo, han negado esas acusaciones.
Los alborotadores tenían muy claras sus intenciones: ¡La revolución! Algunos de ellos portaban tiras de plástico como las que suelen usar los agentes de policía para esposar las manos de los detenidos. El objetivo era sin duda alcanzar la sala donde, bajo la dirección del vicepresidente Mike Pence, se estaba produciendo la ratificación formal de los votos del Colegio Electoral. Lo que querían presumiblemente hacer era retener a algún congresista desencadenando así una crisis absoluta.
Las dos alas del edificio que aloja al Senado y a la Cámara de Representantes se llenaron de estandartes trumpistas y alguna que otra bandera confederada, la que representaba a los defensores de la esclavitud durante la Guerra de Secesión. Los más osados alcanzaron los despachos de algunos congresistas, como Richard "Bigo" Barnett, quien se instaló en el de Nancy Pelosi, la presidenta de la Cámara baja, poniendo los pies sobre la mesa.
Resulta a todas luces sorprendente, e incluso sospechoso, que los agentes de la policía no frenaran con más ímpetu el avance de los revoltosos, máxime cuando la concentración estaba planificada con bastantes días de antelación. ¿Complicidad o desbordamiento? El impresionante fallo del dispositivo de seguridad no debería quedar exento de responsabilidades sobre todo si se tiene en cuenta, en comparación, el enorme despliegue policial que se vio en el mismo lugar y en el verano pasado, pero cuando el objeto de las protestas era defender los derechos fundamentales de la población negra.
En resumen, se ha escrito una funesta y vergonzosa página de la historia de Estados Unidos en la que el Partido Republicano, el mismo de Abraham Lincoln, el mismo que defendió la Unión y luchó contra la esclavitud y el Ku Klux Klan, es uno de los máximos responsables. Buena parte de sus miembros no solo han tolerado los excesos de Trump sino las actividades racistas de grupos de extrema derecha como los supremacistas Proud Boys. Algún senador cuasi fascista como Josh Hawley, representante de Arkansas, apoyó abiertamente a los manifestantes antes de que estos desencadenaran una insurrección en toda regla, un motín con aires de golpe de Estado. Los implicados deberían responder de estos hechos que están penados con un máximo de diez años de cárcel.
Para rematar el desastre, los republicanos han perdido el estratégico control del Senado, la cámara alta, al verse derrotados por los dos candidatos demócratas en las sendas peleas que estaban pendientes, las dos en el estado sureño de Georgia. Ese cambio de tornas dará alas a la agenda de Biden al menos durante dos años.
El otro gran culpable de todo este alucinante bochorno tiene nombre y apellidos. Trump tardó horas en pedir a sus simpatizantes que abandonaran el Capitolio y volvieran "en paz" a sus casas, no sin antes volver a machacar con el increíble mensaje del fraude masivo. Luego, en otro polémico tuit que más tarde también fue borrado por Twitter, justificó el intolerable comportamiento de los rebeldes. "Estas son las cosas y los acontecimientos que ocurren cuando una victoria electoral aplastante y sagrada es arrebatada de manera brutal y brusca a los grandes patriotas que han sido maltratados durante tanto tiempo", escribió.
Su invitación a la sublevación ciudadana y su dejación de funciones han provocado un cataclismo mayúsculo, han dejado una mancha muy difícil de limpiar. Su mensaje ha terminado por alentar el asalto a la democracia, un ataque de enorme trascendencia que necesitaría de respuestas contundentes para ser aplacado de verdad.Como no va a dimitir antes del 20 de enero, fecha del solemne juramento de Biden, Trump debería ser destituido en aplicación de la sección cuarta de la vigesimoquinta enmienda de la Constitución de EEUU que autoriza a Pence y a los miembros del Gobierno federal a declarar a Trump "incapacitado" para ejercer sus "poderes y obligaciones", un dictamen que debería ser sancionado por los dos tercios de ambas cámaras en un plazo máximo de 21 días. Solo así no quedaría en entredicho el sistema.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK
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