Bill Clinton y la personificación del patriarcado

© REUTERS / Ricardo ArduengoBill Clinton, ex presidente de EEUU
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Fue un escándalo hace más de 25 años, pero no por ello ha dejado de ser actual. Las confesiones de Bill Clinton sobre sus actos sexuales en plena oficina oval no deberían leerse solo como un suceso de infidelidad marital. Se trata de un acto que desnuda al patriarcado y que se repite a diario en el mundo.

El ex presidente de EEUU Bill Clinton hace poco confesó que tener una aventura extramarital fue para él una manera de sobrellevar su ansiedad durante años.

Mónica Lewinsky, quien en 1995 tenía 22 años, practicante en la Casa Blanca, era percibida por Bill Clinton, de 50 años, como "algo que te haría olvidarte" de las presiones, decepciones, terrores y miedos por un tiempo.

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Es decir, la mujer cosa, el juguete de desfogue y a la vez de triunfo, donde el macho se siente no solo viril sino también poderoso. Es el patriarcado en su máxima expresión.

Es el macho en la cúspide del poder, usando y botando, llenándose de satisfacción y autoridad y con ese mismo poder desfogándose y descargando sus miedos y presiones en el cuerpo de una mujer joven para solo así tomar impulso y seguir adelante en su labor de líder del poder mundial, donde todo vale.

Aplaudido y admirado

Si hubiese sido el caso de una mujer que, usando el poder, hiciera lo que hizo Clinton, se utilizarían los adjetivos más feroces y el sustantivo tal vez menos ofensivo sería decir que es una prostituta. Ese es uno de los rasgos más claros del machismo. Al macho se le aplaude, a la mujer se la condena.

Valga aclarar que no se trata de que, a ambos, mujeres y hombres, se les permita, perdone y aplauda realizar actos de abuso de poder. Este caso sirve para observar que si colocamos a ambos en la balanza se observa cómo difieren los comportamientos de la sociedad en aprobarlos o condenarlos.

Rasgos del patriarcado

En el mundo los Bill Clinton se cuentan por cientos: presidentes, legisladores, líderes de partidos, artistas, actores, cualquier profesión o grado de educación; sin diferencia de color político, edad, lugar de nacimiento o identidad cultural. Bill es apenas un ejemplo de los miles —y de los más viles—, y fue más allá del hecho de usar a una mujer.

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Mantuvo una conducta antiética, frente a todos y no solo al interior de su país, pero el conjunto de la sociedad machista en que vivimos no lo condenó moralmente.

Vale también recordar que su conducta no le costó la Presidencia de la mayor potencia. Si bien el ahora expresidente se enfrentó aun 'impeachment', al final fue absuelto por el Senado, pues finalmente para las esferas del poder eso no era lo más importante.

Cabe recordar que fue denunciado por esos hechos como parte de la guerra política entre republicanos y demócratas y no en defensa de Mónica Lewinsky. En esa misma línea de acciones infames, el escándalo fue atenuado por las acciones militares de EEUU en Afganistán, Irak y Sudán.

Violencia familiar, violencia social

Así el sistema machista en general, sus leyes, legisladores y el poder en su conjunto no van a defender a la mujer. Al contrario, la seguirán sacrificando, pues es un objeto más que se puede utilizar, usar de escalera y botar luego de eliminar el estrés, como dijera Bill.

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Los feminicidios en el mundo se cuentan por miles. Los gobernantes y legisladores de la mayor parte de los países se niegan a darle al tema un enfoque sistémico, como fenómeno social que es, y lo limitan y encapsulan al ámbito intrafamiliar, de modo que eso les previene de cuestionarse sus propias conductas como Estado.

El asesino, el violador o el golpeador no acciona su violencia contra la novia, la hermana, la madre o la esposa por estar enfermo mentalmente. Es producto de las conductas socialmente aceptadas y reproducidas en casa, en la escuela, la universidad, el trabajo y el Estado en general.

Mientras esas estructuras de poder no cambien y no las condenemos vamos a seguir lamentando miles de mujeres muertas y ultrajadas en manos de machos empoderados que siguen reproduciendo la violencia y se sienten dueños del objeto de su afecto.

Invisibilizadas: el PIB no cuantifica el trabajo de las mujeres

En el otro extremo de la pirámide poder, otro rasgo importante que permite visibilizar cómo acciona el patriarcado en relación a las mujeres es el hacer una rápida revisión de los componentes de los indicadores de desempeño de las economías.

Como se sabe, el Producto Interno Bruto o PIB de un país es un indicador que nos informa del desempeño y dimensión de la economía de un Estado.  

Según el Fondo Monetario Internacional, el PIB mide el valor monetario de los bienes y servicios finales que son comprados por el usuario final y producidos en un país en un período de tiempo determinado.

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Eso significa que la labor de cocinar, limpiar y cuidar a los niños no cuenta en el PIB porque no se vende ni se compra, a pesar de que contribuye al bienestar de los ciudadanos de un país.

De ese modo el PIB invisibiliza el trabajo de las mujeres en la casa, a pesar de ser este un aporte fundamental a la micro y macroeconomía. En los hechos, ese trabajo de las mujeres en casa no asalariado subsidia al Estado.

Dicho esto, queda claro que el PIB no es un indicador del nivel de vida, tampoco del bienestar de su población, menos de las mujeres.

Ese rasgo del sistema patriarcal de nuestras sociedades (cualquier continente que sea), donde el trabajo de las mujeres no se valoriza monetariamente y no se remunera, las coloca en la base de la pirámide que sostiene el poder, y no importa ni cuenta al momento de la distribución del mismo.

La lucha por la igualdad de derechos entre hombres y mujeres es una condición irrenunciable en la construcción de sociedades más armónicas y justas. No se trata de una lucha solo de mujeres, eso sería un grave error.

Aquí quienes más deben desaprender y desprenderse del poder son los hombres. A ellos les corresponde el mayor trabajo.

¡Feliz 8 de marzo!

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK
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