Desde hace más de 60 semanas, las imágenes que el mundo pueden ver de Francia son en su mayoría enfrentamientos entre manifestantes y fuerzas de orden público en París y las principales ciudades del país. Muchas de esas secuencias, filmadas por periodistas profesionales, activistas radicales o simples manifestantes muestran acciones que en algunos casos son consideradas como violencia policial.
El Gobierno y los sindicatos se niegan sin embargo a aceptar el término de violencias policiales y consideran que son casos aislados que pueden ser castigados en proceso judicial, después de las investigaciones de abogados de las víctimas y de la Policía de policías, la IGPN, Inspección General de la Policía Nacional.
Peligrosas armas antidisturbios
Las manifestaciones de chalecos amarillos, que en un principio nacieron pacíficas, se convirtieron en actos de violencia tras la apropiación de la protesta por radicales de todo tipo, especialmente de la galaxia ultraizquierdista y, en menor medida, de los "identitarios" de la ultraderecha. A la protesta amarilla se le unió después la del rechazo a la reforma de las pensiones, que combinó huelgas con manifestaciones que otros grupos como los black blocs aprovecharon para sembrar la destrucción y el caos.
Los intentos de recuperación política de algunos partidos, como el populista de izquierdas La Francie Insumise pierden credibilidad cuando comparan a la Policía actual con las milicias que colaboraron con el ocupante nazi, pero golpean la moral de una institución que, aparte de casos individuales sancionados y sancionables, goza del apoyo de la mayoría de la población.
Récord de suicidios en la Policía
Especialmente desagradable fue para los policías alguna manifestación del pasado año en la que los asistentes les gritaban "¡Suicidaos!". Una consigna que se hacía eco del enorme número de policías que se quitaron la vida en 2019 —59 agentes— lo que representó un aumento del 60% con relación al año anterior.
Basta echar un vistazo a las redes sociales para descubrir, también, las fotos que publican los funcionarios de la Policía sobre el estado de muchas comisarías:
- retretes destrozados y sin agua,
- instalación eléctrica a la vista de todos,
- ausencia de aire acondicionado o calefacción,
- ratas compartiendo el espacio...
Guillaume Labeau fue un miembro de la brigada anticrimen de una ciudad sensible cercana a París, que volcó su enfado escribiendo el libro Colère d"un flic (La Rabia de un poli), en noviembre de 2017. En su relato, Labeau describe cómo compañeros suyos casi mueren carbonizados dentro de su vehículo tras ser atacados con cócteles Molotov por una banda de jóvenes delincuentes.
Desde hace cinco años la Policía francesa está, además, en alerta permanente por motivos de terrorismo. Sus miembros recibieron un homenaje popular espontáneo tras los atentados islamistas de enero de 2015. Todos recordamos los aplausos que los manifestantes dedicaron a gendarmes y policías en los días posteriores a los asesinatos de los hermanos Kuachi en la sede de Charlie Hebdo, o en la tienda judía asaltada por Amedy Culibaly. Tres policías fueron asesinados en esos días por el trío yihadista.
Víctimas del terrorismo islamista
Un hecho que provocó gran conmoción entre las fuerzas del orden fue el asesinato de una pareja de policías en su domicilio, ante su hijo de tres años, por el islamista Larossi Abballa, el 13 de junio de 2016. El asesino seguía así las órdenes del autodenominado Estado Islámico, que propugnaba acabar con la vida de policías.
En marzo de 2018, otro el islamista radical que disparó a un grupo de gendarmes desde un vehículo robado asesinó al dueño del coche y mató a otras personas en el supermercado en el que se refugió. Un comandante de la Gendarmería fue degollado por el asesino después de intercambiarse por una rehén.
Los policías saben que no se pueden sentir seguros ni en su propio trabajo. El 19 de octubre pasado, en el interior de la Prefectura de París, un agente musulmán radicalizado asesinó a cuatro de sus compañeros.
Es el Gobierno, sin embargo, el que debe tomar medidas en cooperación con unos sindicatos policiales que advierten que, de todos modos, desarmar a los policías es dejarles a merced de la violencia creciente de ciertos manifestantes radicales que no ocultan el objetivo de querer hacerse un poli.