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Perú regresa al descrédito político de antaño

© REUTERS / Mariana BazoManifestación a favor de la dimisión de Pedro Pablo Kuczynski, expresidente de Perú
Manifestación a favor de la dimisión de Pedro Pablo Kuczynski, expresidente de Perú - Sputnik Mundo
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Perú regresa al descrédito político de antaño. La dimisión sorpresiva del presidente Pedro Pablo Kuczynski coloca de nuevo a este país andino en una tesitura que se viene repitiendo dramática y tozudamente desde hace casi 30 años, como si el destino cruel de los jefes del Estado peruano fuera ir a la cárcel o huir de la justicia.

Todo comenzó en abril de 1990 cuando Alberto Fujimori venció en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales al futuro premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa. Con un discurso nacionalista y transversal, Fujimori derrotó a sangre y fuego a la guerrilla de Sendero Luminoso, atrapó a su máximo líder Abimael Guzmán, destruyó el sistema de partidos e instauró un régimen autocrático basado en un complejo sistema de espionaje y terror diseñado por su lugarteniente, el exmilitar Vladimiro Montesinos, jefe del Servicio de Inteligencia Nacional (SIN).

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Con el paso de los años y viéndose acorralado, Fujimori dimitió en 2000 por fax desde el extranjero e intentó evadir el largo brazo de la ley, escondiéndose en Japón, tierra de sus ancestros. Pero fue detenido en Chile, extraditado y condenado en 2009 a 25 años de prisión por asesinato con alevosía, secuestro agravado y lesiones graves. También había sido encontrado culpable de otros delitos.

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El primer presidente elegido después de Fujimori, Alejandro Toledo, está en busca y captura y Perú va a pedir a Estados Unidos la extradición por su presunta implicación en el caso Odebrecht, un monumental escándalo de corrupción inmobiliaria que surgió en Brasil y está afectando a la clase política de varias naciones latinoamericanas.

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El siguiente en la lista, Alan García, es sospechoso de corrupción. Y su sucesor en el cargo, Ollanta Humala, aún sigue entre rejas por sus lazos con Odebrecht y la red de sobornos millonarios que tejieron. Ahora le ha tocado a Kuczynski salir por la puerta de atrás. Y también va camino de entrar en la cárcel puesto que, por orden judicial, el expresidente peruano ya tiene prohibida la salida del país durante los próximos 18 meses por sus conexiones con la citada empresa constructora brasileña. Parecía que algo así ya se temía Kuczynski en enero de este año cuando le preguntó en plan retórico al Papa, de visita en Lima: "¿Qué le pasa a Perú que cada vez que sale un presidente lo meten preso?".

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El que fuera primer ministro y ministro de Finanzas, de tendencia democristiana, ha sido el último sacrificado en la pira de la corrupción. Ha durado apenas 20 meses al frente. Ganó los comicios no por su carisma personal ni por su fuerza electoral sino porque era el mal menor, el candidato más viable, el único que en ese momento dado podía evitar que el clan Fujimori volviera a saborear las mieles del poder.

PPK —como Kuczynski es popularmente conocido entre los peruanos— ha sido denostado incluso por quienes le apoyaron. El citado Mario Vargas Llosa, sin ir más lejos, llegó a decir que fue "una suerte que haya tenido que salir antes de terminar su mandato" porque "en realidad", remarcó, ha sido "uno de los peores presidentes que hemos tenido en esta época". Ya se sabe lo que dice el refranero: hacer leña del árbol caído.

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Lo cierto es que el puesto le quedaba bastante ancho a PPK. Su gestión terminó siendo decepcionante. Subió a la Presidencia de la República, en parte, porque prometió que nunca indultaría a Alberto Fujimori, bestia negra del pasado reciente, pero incumplió ese compromiso fundamental. Y eso le pasó factura pues le recortó los pocos apoyos populares que todavía atesoraba. ¿Por qué perdonó a Fujimori, odiado por millones de conciudadanos? Para salvarse de la destitución. De los 130 escaños con que cuenta el Parlamento peruano, 59 de ellos están en manos de Fuerza Popular, el partido fujimorista. Es decir, la familia controla el Legislativo y por eso mismo tenía arrinconado al presidente, quien sólo disponía de los 15 diputados de Peruanos por el Kambio, un minúsculo bloque oficialista. PPK jugó la baza de la amnistía para dividir a los dos vástagos de Fujimori.

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Keiko —la hija mayor y quien perdió las elecciones frente a Kuczynski por sólo 40.000 votos de diferencia— mantenía la línea dura y obstruccionista. Su hermano pequeño, Kenji, aglutinaba a un pequeño grupo rebelde que veía como un signo de buena voluntad la liberación de su padre y que estaba dispuesto a negociar/medrar con el Gobierno. En ese momento, la fría y calculadora Keiko sacó el as que tenía escondido en la manga. Difundió unos vídeos grabados con cámara oculta en un móvil y guardados hasta la fecha en los que se veía a su hermano negociando con un parlamentario fujimorista la salvación de PPK a cambio de obras en sus provincias. Kenji pedía así a los fieles a su hermana que la traicionaran. Pero la consecuencia de la turbia guerra familiar dejó en evidencia la burda maniobra para salvar a Kuczynski a cambio de dinero, aunque fuera en forma de inversiones. La compra de votos se transformó en la gota que colmó el vaso, aunque paradójicamente PPK no tuviera que ver directamente con ella.

A Kuczynski le ha sustituido el vicepresidente Martín Vizcarra, quien se enteró de la dimisión en Ottawa pues había sido nombrado embajador en Canadá para no quemarse en la primera línea de batalla. No habrá elecciones anticipadas. De momento. Pero la tónica futura será la inestabilidad política crónica hasta 2021 —los tres años de legislatura que restan—, un ambiente enrarecido que sólo fomenta mensajes de descrédito y decepción como "¡Qué se vayan todos!".

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Vizcarra es un buen gestor y una persona sosegada, pero está condenado a trabajar sin partido y a estar dominado por los fujimoristas, mayoritarios en el Congreso y últimos responsables de esta grave crisis institucional.

Lo más paradójico del asunto es que la robustez del país no se está viendo demasiado afectada por esta alarmante deriva, por esta imparable degradación política. De hecho, la economía nacional sigue creciendo a un ritmo tan envidiable para la región latinoamericana —un 2,5% anual— que los analistas no dudan en hablar de "milagro peruano".


LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK

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