La mentira eternizada en la bandera mexicana

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Como todos los años desde 1940, este 24 de febrero se conmemora oficialmente en México el 'Día de la Bandera'. La fecha la instituyó el presidente Lázaro Cárdenas a partir de la tradición iniciada por un humilde empleado de banco que en 1935 organizó una guardia de honor en su casa en homenaje al lábaro patrio.

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El 24 de febrero de 1935, Benito Ricardo Ramírez Espíndola, trabajador del Banco de México, y otras catorce personas, entre vecinos y parientes, se reunieron en el patio del inmueble ubicado al interior del número 96 de la calle Jesús María en el barrio La Merced de la ciudad de México, y desde las seis de la mañana hasta las seis de la tarde se alternaron para rendirle honores a una bandera confeccionada en manta por el propio Ramírez Espíndola, la cual estaba colocada sobre una mesita. Un juramento se hacía eco del sentimiento que los motivaba: "Señora, tú serás la única bandera para México, ¡te defenderemos hasta con nuestra sangre!"

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No era una frase nacida de un patrioterismo trasnochado. Ramírez Espíndola había advertido en numerosos actos públicos una ausencia notoria: la enseña tricolor. A esa omisión inexplicable se sumaba otro hecho aún más preocupante: la voluntad manifiesta de grupos anarquistas de la época de sustituir el estandarte patrio por la bandera roja del proletariado. De aquel olvido, de aquella afrenta, se alimentó su deseo de rendirle homenaje a la bandera mexicana, de regresarle su valor escamoteado de símbolo supremo de la Nación.

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La historia sustentaba el patriotismo de Ramírez Espíndola y sus compañeros. Ciento catorce años antes se había promulgado en la ciudad de Iguala, Guerrero, un documento en el cual se establecía la existencia de México como país libre y soberano. De aquel documento —el llamado 'Plan de Iguala'-saldrían las huestes que habrían de salvaguardar la terna de garantías fijadas en el mismo: la independencia de México, la unión de los bandos que hasta entonces contendían con propósitos opuestos (realistas e insurgentes) y la implantación del catolicismo como religión señera del nuevo país; de aquel documento saldría también la bandera bajo la que lucharían los soldados del justamente conocido, por la razón de su ser, como Ejército Trigarante.

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Un sastre, José Magdaleno Ocampo, fue el encargado de confeccionar 'la bandera de las tres garantías', en la que tres barras diagonales de diferentes colores —blanca la primera, símbolo de la pureza del catolicismo; verde la segunda, símbolo del ideal independentista; roja la tercera, símbolo de la unidad entre españoles, criollos, indígenas y mestizos—  fijarían para siempre los colores del lábaro patrio cuyos significados han ido cambiando a la par de la Historia del país ante la ausencia de un simbolismo oficial que los identifique, si bien se suele aceptar a la fecha que el verde alude a la esperanza, el blanco a la unidad y el rojo a la sangre derramada por los héroes de la Patria. De aquella bandera 'trigarante' quedan vestigios en el diseño de las utilizadas por la Armada mexicana como banderas de proa de sus buques.

Pero no sólo ha cambiado la simbología de la bandera, también su diseño. La vigente enseña nacional, que se modificó en el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970), heredó las franjas verde, blanca y roja establecidas por José Magdaleno Ocampo, colocadas ahora en posición vertical y con parejo tamaño. Su principal diferencia con las versiones oficiales que la precedieron se encuentran en el escudo colocado en el centro de la franja blanca, el cual ha sufrido múltiples modificaciones desde su incorporación al símbolo patrio en noviembre de 1821 hasta el rediseño realizado en 1968 por Pedro Moctezuma Díaz Infante y Francisco Eppens Helguera, en el que se da continuidad a una mentira histórica devenida en mito fundacional del imperio azteca.

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Cuenta la leyenda que hacia 1325, en las inmediaciones del lago Texcoco, los mexicas fundaron la ciudad de Tenochtitlán en el lugar donde encontraron un águila parada sobre un nopal mientras devoraba a una serpiente, la señal que les había revelado para tal propósito su dios Huitzilopochtli. El encanto del mito no alcanza a ocultar, sin embargo, sus inconsistencias, la menor de las cuales apenas si es el despropósito de que sea una sierpe —símbolo de vida en las culturas prehispánicas, deificada incluso en la figura de Quetzalcóatl (Serpiente Emplumada)— el animal que engulle el águila. Un ornitólogo mexicano señaló incluso en el lejano 1960, que el ave que aparece en muchos códices antiguos que referenciaban el mito es realmente un 'quebrantahuesos', una suerte de halcón, no un águila.

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Como muchos otros mitos, el de la fundación de Tenochtitlán es el resultado del proceso de transculturación que todo choque de civilizaciones supone. La más antigua representación de aquel evento liminar es el 'Teocalli de la Guerra Sagrada Mexica', un monolito en el que el águila posada sobre el nopal sostiene en su pico el atl-tlachinolli, un glifo con dos elementos serpentiformes que se entrecruzan: uno representa al fuego, el otro al agua. Esa simbiosis expresa la bella y terrible alegoría de 'guerra' de los mexicas, un pueblo capaz de luchar hasta que 'arda el agua'. La lectura del triunfo de lo alado y divino (el águila) sobre la maldad del inframundo (la serpiente) fue consecuencia de una incorrecta interpretación del pictograma por parte de los colonizadores españoles, quienes impusieron su cosmogonía sobre los símbolos de otra ajena.

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Si a pesar del carácter mítico de la historia del águila, la serpiente y el nopal, muchos se empecinan aún en fijar el lugar preciso en que tuvo lugar ese evento imposible, a Benito Ricardo Ramírez Espíndola le tenían sin cuidado las imprecisiones históricas perpetuadas en la bandera mexicana. Sus preocupaciones eran de otra índole. De ahí el empeño de que la guardia de honor no fuera un hecho aislado de civismo, de ahí que cada año publicitara en diversos medios de prensa lo que tendría lugar cada 24 de febrero en su casa, de ahí la decisión de formar el 'Comité Nacional Pro Día de la Bandera'.

El éxito coronó su obstinación. El 22 de febrero de 1940, bajo el gobierno del general Lázaro Cárdenas (1934-1940), se estableció que en las escuelas del país se rendiría homenaje diario a la bandera y al himno nacional; el 24 de febrero de 1942, el entonces presidente de la República, Manuel Ávila Camacho (1940-1946), encabezó en la Plaza de la Constitución la ceremonia en honor de la Bandera Nacional. A su lado, henchido de orgullo patrio, estaba Benito Ricardo Ramírez Espíndola, el iniciador de aquella gesta ciudadana que hoy y para siempre se conmemora en toda la geografía azteca.


LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK

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