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No era una frase nacida de un patrioterismo trasnochado. Ramírez Espíndola había advertido en numerosos actos públicos una ausencia notoria: la enseña tricolor. A esa omisión inexplicable se sumaba otro hecho aún más preocupante: la voluntad manifiesta de grupos anarquistas de la época de sustituir el estandarte patrio por la bandera roja del proletariado. De aquel olvido, de aquella afrenta, se alimentó su deseo de rendirle homenaje a la bandera mexicana, de regresarle su valor escamoteado de símbolo supremo de la Nación.
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Un sastre, José Magdaleno Ocampo, fue el encargado de confeccionar 'la bandera de las tres garantías', en la que tres barras diagonales de diferentes colores —blanca la primera, símbolo de la pureza del catolicismo; verde la segunda, símbolo del ideal independentista; roja la tercera, símbolo de la unidad entre españoles, criollos, indígenas y mestizos— fijarían para siempre los colores del lábaro patrio cuyos significados han ido cambiando a la par de la Historia del país ante la ausencia de un simbolismo oficial que los identifique, si bien se suele aceptar a la fecha que el verde alude a la esperanza, el blanco a la unidad y el rojo a la sangre derramada por los héroes de la Patria. De aquella bandera 'trigarante' quedan vestigios en el diseño de las utilizadas por la Armada mexicana como banderas de proa de sus buques.
Pero no sólo ha cambiado la simbología de la bandera, también su diseño. La vigente enseña nacional, que se modificó en el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970), heredó las franjas verde, blanca y roja establecidas por José Magdaleno Ocampo, colocadas ahora en posición vertical y con parejo tamaño. Su principal diferencia con las versiones oficiales que la precedieron se encuentran en el escudo colocado en el centro de la franja blanca, el cual ha sufrido múltiples modificaciones desde su incorporación al símbolo patrio en noviembre de 1821 hasta el rediseño realizado en 1968 por Pedro Moctezuma Díaz Infante y Francisco Eppens Helguera, en el que se da continuidad a una mentira histórica devenida en mito fundacional del imperio azteca.
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Como muchos otros mitos, el de la fundación de Tenochtitlán es el resultado del proceso de transculturación que todo choque de civilizaciones supone. La más antigua representación de aquel evento liminar es el 'Teocalli de la Guerra Sagrada Mexica', un monolito en el que el águila posada sobre el nopal sostiene en su pico el atl-tlachinolli, un glifo con dos elementos serpentiformes que se entrecruzan: uno representa al fuego, el otro al agua. Esa simbiosis expresa la bella y terrible alegoría de 'guerra' de los mexicas, un pueblo capaz de luchar hasta que 'arda el agua'. La lectura del triunfo de lo alado y divino (el águila) sobre la maldad del inframundo (la serpiente) fue consecuencia de una incorrecta interpretación del pictograma por parte de los colonizadores españoles, quienes impusieron su cosmogonía sobre los símbolos de otra ajena.
El éxito coronó su obstinación. El 22 de febrero de 1940, bajo el gobierno del general Lázaro Cárdenas (1934-1940), se estableció que en las escuelas del país se rendiría homenaje diario a la bandera y al himno nacional; el 24 de febrero de 1942, el entonces presidente de la República, Manuel Ávila Camacho (1940-1946), encabezó en la Plaza de la Constitución la ceremonia en honor de la Bandera Nacional. A su lado, henchido de orgullo patrio, estaba Benito Ricardo Ramírez Espíndola, el iniciador de aquella gesta ciudadana que hoy y para siempre se conmemora en toda la geografía azteca.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK