Contra todos los pronósticos, Rusia, la heredera de la URSS, la supuesta derrotada de ayer, se recuperó, y ahora le echan la culpa de todo, desde el Brexit hasta el triunfo de Donald Trump.
La diferencia de resultados entre una derrota y otra que no fue, es abismal: nunca la disolución de un imperio fue tan pacífica como la de la URSS, comparada con los regueros de sangre provocados por la desaparición de los imperios alemán, ruso, turco y austro húngaro hace un siglo.
Estados Unidos se atribuyó una victoria que no le pertenecía y actuó frente a la nueva Rusia como si la hubiera vencido en combate. Le quiso imponer condiciones de paz versallescas, similares a las que le impusieron a Alemania al finalizar la Primera Guerra Mundial, como colocar a la OTAN en sus fronteras.
Boris Yeltsin aceptó la primera ampliación de la OTAN en 1994, pero en 1999 bombardearon Belgrado durante casi 80 días. Putin aceptó la segunda ampliación de la OTAN en 2004, pero EEUU se retiró del Tratado Antimisilístico para iniciar su propio sistema de defensa antimisiles en Europa. Peor aún, buscó asociar a Ucrania y a Georgia a la OTAN. Como si Rusia pretendiera hacer un acuerdo con Canadá y México para colocar misiles y destacamentos en El Paso o en Ottawa.
En 2014, la avenida Kreshatik de Kiev lucía enormes pancartas con el retrato de Bandera, algo inimaginable para un latinoamericano: como si hubiera gigantografias de Augusto Pinochet en la Alameda de Chile, o de Jorge Videla en Avenida de Mayo en Buenos Aires.
En Siria se vivió la otra gran batalla: tras la desaparición de la URSS, se abrió un vacío en el Medio Oriente, su antigua zona de influencia, que pretendió ser llenado por Estados Unidos.
El punto clave fue Siria, donde grupos armados financiados Arabia Saudita y las monarquías del Golfo Pérsico, con el respaldo de Estados Unidos, intentaron derribar a Assad, algo así como los contras nicaragüenses en los años 80. Pretendían convertir a Siria en el trofeo que no se pudieron llevar en Ucrania. Pero Alepo fue el final de esa aventura.
Ocultaron que el Estado de Bienestar (las vacaciones, jubilaciones, sistemas de salud y educación de las que gozan cada vez menos europeos), fue una inmensa concesión para impedir que los europeos, desesperados por la destrucción de la Guerra, siguieran el mismo camino que la Rusia de 1917.
Lea más: Cruces de la historia: ¿Pudo la URSS haber ganado la Guerra Fría?
Hoy, el nieto del soldado desconocido que murió en Stalingrado, en el sitio de Leningrado o en Berlín, no acepta que lo sienten en la mesa de los derrotados y le nieguen su puesto en la mesa de los vencedores. No acepta que lo acorralen con sanciones y que la OTAN acerque sus cohetes a las fronteras rusas, reviviendo los dolorosos recuerdos de la Guerra Patria.
Como escribió Dimitri Trenin, del Centro Carnegie de Moscú, "Rusia tiene una cualidad única: sus élites gobernantes y su pueblo rechazan firmemente la dominación del sistema internacional por una sola potencia".
Más aquí: Cinco acontecimientos que cambiaron la percepción de Rusia sobre Occidente
Se cumple un siglo de la revolución de 1917, el audaz experimento histórico que pretendió reemplazar el sistema capitalista por otro orden económico, político y social. En este centenario, la valoración de los éxitos y fracasos que llevaron a la disolución de la URSS hace 25 años, es una obligación ineludible. Pero asumir que la URSS y Rusia, su heredera, fueron derrotadas por la supremacía occidental, reveló ser una noticia errónea y apresurada.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK