Berlín: un atentado con consecuencias electorales

© REUTERS / Hannibal HanschkeA placard reading "Why?" is placed at the Christmas market in Berlin
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Por desgracia, se cumplieron los peores presagios. Alemania ya ha experimentado el atentado terrorista que tanto temía desde hace tiempo, un acto cobarde que va a tener sin duda serias consecuencias políticas electorales, sobre todo para la canciller federal Angela Merkel.

Desde los atentados de París y Niza, perpetrados en noviembre y julio, respectivamente, las fuerzas de seguridad alemanas contemplaban con fundado temor la posibilidad de sufrir un golpe mortal dentro de su territorio a manos de una célula yihadista o de un 'lobo solitario'. Las autoridades habían recomendado a los ciudadanos evitar las aglomeraciones en la medida de lo posible. El celo de las medidas de protección había estado surtiendo efecto. Se procuraba acordonar las zonas de festejos y controlar los accesos a los recintos. Así, por ejemplo, no hubo que lamentar ningún incidente serio en la Oktoberfest, la gran fiesta de la cerveza que se celebra anualmente en otoño en Múnich, la capital de Baviera. La eficacia de los sistemas de seguridad germanos quedó patente este verano cuando la explosión ocurrida el 24 de julio en la localidad bávara de Ansbach durante la celebración de un festival de música sólo mató al atacante suicida, un ciudadano sirio de 27 años al que se le había denegado el asilo.

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El crimen, reivindicado por el autodenominado Estado Islámico, se ha producido al final en pleno Berlín. Y precisamente en un sitio muy emblemático. Se trata de la Plaza Breitscheid, un lugar de visita obligada para los turistas y consecuentemente muy transitado. Desde 1947 el lugar se llama así en honor a Rudolf Breitscheid, un destacado socialdemócrata mártir del nacionalsocialismo, pues murió en el campo de concentración de Buchenwald tras ser arrestado por la Gestapo. Allí mismo, justo en el centro del antiguo Berlín Occidental, se levanta la Iglesia Memorial Kaiser Wilhelm, un monumento conmemorativo contra la guerra y la violencia.

Para más horror, el atentado berlinés se parece diabólicamente mucho al perpetrado en Niza. Un camión tráiler de gran tonelaje embistiendo a gran velocidad a todos los peatones que encontraba a su camino y que en esos momentos hacían compras o paseaban por el mercadillo navideño de Breitscheidplatz. Resultado: 12 muertos y decenas de heridos de distinta consideración. El presunto responsable es un tunecino de menos de 25 años fichado por la policía y que había pedido asilo sin éxito.

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Todos estos detalles echan mucha leña al fuego. Y han sido aprovechados arteramente por el partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD, según sus siglas en alemán). Algunos de los líderes de esta formación euroescéptica y reaccionaria respondieron de inmediato y con contundencia a la noticia de la matanza. Así, el presidente de la oficina regional de AfD en Renania del Norte-Westfalia y europarlamentario, Marcus Pretzell, denunció que Merkel es la "responsable" de los hechos. "¿Cuándo va a contraatacar el Estado de derecho alemán? ¿Cuándo acabará definitivamente esta maldita hipocresía? ¡Son los muertos de Merkel!", escribía Pretzell en su cuenta de Twitter. El grupo ultranacionalista considera que el atentado "no es un caso aislado" y que tiene "relación directa" con la política de asilo propugnada por el Gobierno alemán. "Alemania ya no es segura", enfatizó la líder de AfD, Frauke Petry, que es miembro del Parlamento regional de Sajonia. "No es sólo un ataque a nuestra libertad y nuestra forma de vida, sino también a nuestra tradición cristiana", añadió.

La agresión ha hecho mucho daño a Alemania. Primero, por el objetivo elegido. Los populares mercadillos navideños son una tradición muy arraigada y extendida en ese país. Suelen abrir el primer domingo de Adviento —este año cayó en el 27 de noviembre— y atraen a miles de visitantes hasta Nochebuena. Y en segundo lugar, porque Berlín —escaparate de la primera economía de Europa— empezaba a sentirse extrañamente inmune a la amenaza terrorista, al acoso letal de los radicales islamistas violentos que ya posaron sus sangrientas garras en Londres, París y Madrid.

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Merkel se enfrenta pues a una nueva crisis política después de haber sido muy criticada, especialmente por los simpatizantes de Alternativa para Alemania, por haber permitido en 2015 la entrada de 890.000 inmigrantes, muchos de ellos sin comprobar sus antecedentes personales.

El ataque a Breitscheidplatz puede obligar ahora a la dirigente germana a hacer más guiños a los electores más desencantados. Ya ha limitado el derecho de asilo, ha acelerado las deportaciones e incluso ahora se plantea prohibir el velo integral islámico en los espacios públicos. ¿Será suficiente?

Esta nueva vulnerabilidad se suma a la ya ocurrida el pasado 4 de septiembre cuando los candidatos de AfD desplazaron a los del partido de la canciller, la CDU, a un sonrojante tercer puesto en las elecciones celebradas en el empobrecido y poco habitado estado de Mecklemburgo-Pomerania Occidental. Esa ha sido la primera vez que el bloque de los democristianos y su partido hermano bávaro, la Unión Social Cristiana (CSU), han sido adelantados por la derecha. La circunstancia de que Mecklemburgo-Pomerania Occidental sea el estado natal de Merkel y que no se haya visto especialmente afectado por la llegada masiva de refugiados acentúa el significado de esta derrota.

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Algunos comentaristas políticos, como el periodista Wolfram Weimer que trabajó en destacados medios de comunicación como Die Welt, Berliner Morgenpost o Focus, ya sostienen que la canciller federal se tambalea e incluso creen que "su aura de ganadora está destruida, así como su imagen de estratega previsora e inteligente”.

El atentado de Berlín puede representar el remate a la debilitada reputación de Merkel. La tormenta perfecta sería que AfD le robara por la derecha los suficientes votos como para hacer viable una coalición de izquierdas, formada por socialdemócratas, ecologistas y neocomunistas.

Los euroescépticos y xenófobos se preparan para ser la tercera fuerza política en el Bundestag, la cámara baja del Parlamento, por delante de La Izquierda y los Verdes. Hace tres meses la intención de voto de AfD ya llegaba al 15%, frente al 4,7% que consiguió en los comicios de 2013, lo que le impidió entrar en Legislativo federal al quedarse a tres décimas del umbral legal. Por contra, la alianza CDU-CSU no para de desangrarse en los sondeos de opinión. En septiembre estaba en el 32%, en comparación con el 41,5% que obtuvo hace tres años. Las elecciones se llevarán a cabo en septiembre de 2017.

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Con este panorama de correlación de fuerzas, y el miedo instalado en el cuerpo, la campaña que se avecina será larga y durísima. Como ha vaticinado la propia Merkel, serán las elecciones más complicadas desde la reunificación de Alemania en 1990. Sobre todo para ella.


LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK

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