¿Terminará Donald Trump su mandato presidencial?

© AP Photo / Steve HelberDonald Trump, presidente electo de EEUU
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Setenta años cumplidos, un abultado historial de frases y comportamientos poco éticos, y el manifiesto rechazo de buena parte de un electorado que no quiere verlo despachar desde la sala oval de la Casa Blanca, hacen de Donald Trump el candidato ideal para elevar a 10 la cifra de presidentes estadounidenses que no han concluido su mandato.

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Existen tres formas —que en realidad son dos y en esencia es una— por las que Donald Trump puede dejar inconclusos sus empeños presidenciales: la muerte. Muerte política —destitución— o muerte real —natural o violenta—, pero muerte al fin y al cabo. No sería un escenario inédito en el inventario de efemérides de un país en el que un presidente tuvo que renunciar a su cargo y otros ocho fallecieron en el ejercicio del mismo: cuatro de ellos asesinados y los restantes cuatro por cuestiones de salud o 'causas naturales', como se acostumbra a decir equivocadamente, pues si a una persona le destrozan media cabeza de un balazo —lo ocurrido, digamos, con John F. Kennedy— lo más 'natural' es que se muera, si se me excusa la lúgubre humorada.

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William Henry Harrison, electo en 1840, tiene el triste y doble privilegio de ser el primero en el sumario y el que menos tiempo ocupó la Casa Blanca. Con apenas 31 días en el cargo, una neumonía puso fin a sus días a la edad de 68 años. Zachary Taylor, quien ganó la Presidencia en 1848, tampoco duró mucho en el puesto. Un año y tres meses después de prestar juramento, una gastroenteritis truncó su vida y su mandato a los 65 años, ocho más de los que tenía Warren Harding cuando una taquicardia devenida en infarto lo despojó, a los 57 años, de un cargo que había alcanzado en 1920 y ejercido durante 881 días. El más longevo de todos como presidente resultó Franklin D. Roosevelt, electo en 1932, quien estuvo cuatro períodos consecutivos en el poder —4.422 días en total— hasta que, en 1944, una hemorragia cerebral masiva le impidió ver el final de la Segunda Guerra Mundial cuando apenas sí contaba con 63 años.

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Por su parte, el listado de presidentes asesinados lo encabeza Abraham Lincoln, a quien el actor de teatro John Wilkes Booth privó de la vida en 1865, el primer año de su segundo período presidencial. A James Garfield, su asesino no le dejó ejercer siquiera un año como presidente. El 2 de julio de 1881, en vísperas de cumplir 200 días en el cargo, Charles Julius Guiteau, un jurista desencantado por no haber encontrado acomodo como cónsul en el gabinete de Garfield, le disparó un par de balazos que no lo mataron de inmediato, pero, debido a una mala praxis médica, le cobrarían la vida dos meses después. Hacia 1901, William McKinley también recibió dos balazos de manos del anarquista Leon Frank Czolgosz y también sobrevivió, pero escasos ocho días, si bien antes tuvo tiempo para desempeñar sus funciones durante todo un período presidencial y unos ocho meses más tras ser reelegido. Finalmente, John F. Kennedy ostenta el trágico privilegio de ser la víctima más famosa de los asesinatos políticos que han tenido lugar en la Unión Americana y el único cuyo violento fin de mandato quedó registrado para la posteridad en una cámara de cine. Lo 'mediático' de su muerte el 22 de noviembre de 1963 a manos de un improbable asesino solitario, solo conoce rival en la no menos mediática renuncia de Richard Nixon, el 9 de agosto de 1974, por el 'caso Watergate', el de los micrófonos ilegalmente colocados en las oficinas del Partido Demócrata con el conocimiento del presidente, el que inscribió para siempre en el imaginario popular el sufijo 'gate' como sinónimo de 'escándalo' y de 'corrupción', y el término 'garganta profunda' como algo más que el título de una película de culto para adultos.

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Según estadísticas del Centro de Control y Prevención de Enfermedades, la esperanza de vida del varón estadounidense es de 76,4 años. En base a esta cifra, Donald Trump no solo tendría tiempo para concluir su mandato, sino que le sobrarían dos años para escribir las memorias de este tramo final de su vida. Sin embargo, sí resulta cierta una hipótesis lanzada por el doctor Michael Roizen en la que conjetura que las exigencias del cargo provocan que los presidentes de Estados Unidos de América envejezcan dos años por cada uno que llevan en el poder, para mediados de 2019 Trump ya habría rebasado la esperanza promedio de vida de los estadounidenses, lo que sin dudas influiría en una eventual candidatura a la reelección. Aunque tal vez no mucho si se inspira en el ejemplo de Ronald Reagan, quien entró a la Casa Blanca el 20 de enero de 1980, con 69 ya cumplidos, y se las ingenió para permanecer en ella durante ocho años seguidos.

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Pero lo que debe preocupar a los seguidores de Trump no es la edad del magnate inmobiliario devenido en presidente por las artes vulgares de la demagogia; tampoco que algún loco resentido atente contra su vida por decisión propia o acicateado por voluntades en las sombras; menos aún deben preocuparse de la 'maldición de Tecumseh', el famoso anatema lanzado por el líder indígena del mismo nombre en el que adelantó la muerte de William Henry Harrison una vez llegado al poder y de todos los 'Grandes Padres Blancos' que le sucedieran cada 20 años, maldición que las muertes de Harrison, Lincoln, Garfield, McKinley y Kennedy, elegidos en 1840, 1860, 1880, 1900 (reelecto) y 1960, respectivamente, dotó de un aura macabra que el tiempo ha diluido. Si bien Trump está libre de esa 'amenaza' por el año de su elección, no está libre en cambio de las amenazas que lo acechan desde las iniquidades de su lengua y los excesos de sus actos. Si algún destino es previsible para el inveterado mentiroso de Trump —según evaluación de la web Politifact, el 91% de lo que decía durante su campaña el entonces candidato republicano era falso— es el de hacer sombra en los libros de historia a la soledad del defenestrado Richard Nixon, también conocido como 'Tricky Dick' (Ricardito el tramposo), a quien las acusaciones de "obstrucción a la justicia, abuso del poder ejecutivo o quebrantamiento de las normas constitucionales" obligaron a renunciar. Y por su execrable misoginia también resulta previsible que vea cernirse sobre su cabeza los mismos oscuros nubarrones, y por las mismas obscenas razones, que colocaron a William Clinton a un paso de la destitución. Porque, como bien cantó el poeta, nadie crece "más allá de lo que vale". Y si Trump vale billones por la desmesura de su imperio financiero, apenas si alcanza a valer unos céntimos en el mercado de las 'acciones', esas que no cotizan en la bolsa pero revelan al ser humano tras cualquier máscara que se ponga, incluida la que hoy lo disfraza inesperadamente de vencedor de las elecciones presidenciales en el país más poderoso de la Tierra.


LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK

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