Marcha (anti) Nupcial 'alla mexicana'

© REUTERS / Daniel BecerrilManifestación en contra de la propuesta del presidente Enrique Peña Nieto de legalizar el matrimonio igualitario
Manifestación en contra de la propuesta del presidente Enrique Peña Nieto de legalizar el matrimonio igualitario - Sputnik Mundo
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El 10 de septiembre, al llamado del Frente Nacional por la Familia, poco más de un millón de personas se manifestaron en unas 100 ciudades mexicanas en contra de la propuesta del presidente Enrique Peña Nieto de legalizar el matrimonio igualitario. Nunca antes tanta gente había marchado junta por una razón tan desatinada.

Puede que me equivoque, pero sospecho que quienes recientemente marcharon en defensa de la "familia natural", en ejercicio del derecho a manifestarse que la Constitución tutela, habrían condenado hace un par de siglos al sacerdote mexicano que se atrevió a desafiar un ordenamiento jurídico para muchos también natural —por provenir de un rey sujeto a un mandato divino—, que durante siglos estableció que sólo los españoles nacidos en la península ibérica podían detentar cargos de importancia en el virreinato de la Nueva España.

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Sospecho además que habrían condenado el 'Decreto contra la esclavitud, las gabelas y el papel sellado', expedido por ese mismo sacerdote —Miguel Hidalgo y Costilla es su nombre y se le venera como el Padre de la Patria—, que otorgaba igualdad jurídica y política a todos los mexicanos; lo habrían condenado, pues sin dudas darían mayor relevancia a las palabras expresadas en la 'La ciudad de Dios' por el obispo y padre de la Iglesia Agustín de Hipona: "el Apóstol aconseja a los siervos el estar sometidos a sus amos y servirles de corazón y de buen grado".

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No exagero, no ironizo. El rechazar el matrimonio entre personas del mismo sexo y la posibilidad de que puedan adoptar es negarle de alguna manera a gays, lesbianas y transgéneros el ser considerados sujetos de derecho, como mismo en otro tiempo se les negó esa condición a los negros bajo el argumento de que carecían de alma. La esclavitud, el infame comercio negrero, se justificó entonces bajo una premisa distante en la letra, cercana en su esencia, a la que se enarbola hoy para impugnar y condenar lo que se percibe diferente. Porque, a fin de cuentas, por más que se trate de disimularlo, en la raíz de todo este asunto está la homofobia, el ridículo temor a ser 'contaminados' por 'costumbres' (del latín 'mores', de ahí 'moral') que se consideran deleznables. "Una rosa olería igual de dulce bajo cualquier otro nombre", dijo Shakespeare. Para las asociaciones integradas en el Frente Nacional por la Familia, que se oponen a la adopción por personas del mismo sexo y a que el concepto 'ideología de género' se enseñe en las escuelas, el "matrimonio igualitario" siempre olerá a podredumbre "bajo cualquier otro nombre" que se le dé.

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Marchar bajo la consigna de proteger a la "familia natural" significa olvidar que ésta es una construcción cultural hija de circunstancias históricas, que lo hoy considerado "natural" no lo fue en otras épocas, sino que es consecuencia de transformaciones paulatinas que convirtieron a ese "conjunto de personas que se alimentan juntas en la misma casa" (de 'fames', es decir 'hambre', proviene 'familia') en un espacio abierto al amor. Significa olvidar asimismo que muchas conquistas de la sociedad y el individuo provienen del enfrentamiento a creencias que en su momento parecían tan 'legítimas', como ese rechazo al matrimonio igualitario que muchos condenan por supuestamente ser "antinatural". Y no lo es. La historia guarda evidencias de otras épocas y lugares donde las uniones homosexuales eran aceptadas y celebradas (China antigua, Grecia clásica, Roma imperial), evidencia de que en temas como el matrimonio igualitario o la adopción por parejas gays no basta con proponer leyes, sino que hay que cambiar costumbres falsamente elevadas a principios éticos. Lo sabrán bien muchas mujeres, rehenes aún en el ámbito privado de cierto despotismo patriarcal —condenado legalmente pero que la tradición asume como norma—, que las lleva en ocasiones a no denunciar las infamias de las que son víctimas por parte de sus parejas.

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Aceptar que gays, lesbianas y transgéneros deban subordinar sus derechos a la razón de la Iglesia católica es desconocer que hasta no hace mucho se pensaba que "las mujeres hacen mal en quejarse de la desigualdad de las leyes hechas por el hombre, [pues] esta desigualdad no es hechura de los hombres, o en todo caso no es resultado de un simple prejuicio, sino de la razón" (Jean-Jacques Rousseau, filósofo suizo); es desconocer asimismo que hasta no hace mucho una esposa era "una verdadera esclava de su marido, y no en menor medida, en lo que a las obligaciones legales, que los esclavos a los que se suele dar comúnmente nombre de tales" (John Stuart Mills, político inglés). Por atreverse a pensar diferente, Olympe de Gouges, seudónimo de la escritora y filósofa francesa Marie Gouze, fue decapitada en las jornadas turbulentas de la Revolución francesa, donde se aceptaba que la 'libertad, igualdad y fraternidad' que enarbolaban sus protagonistas eran para beneficio exclusivo de los hombres, como mismo piensan los marchantes del pasado fin de semana que ante la ley solamente las personas heterosexuales detentan la exclusividad de ciertos derechos.

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Bien se dice que quien desconoce su historia está condenado a repetirla. En 1917, la Constitución mexicana le negó el voto a la mujer bajo un criterio que hoy suena conocido: "la protección de la integridad de la familia". Y en 1946, aún se escuchaban voces que le negaban el derecho a sufragar y a intervenir en la política porque "ciertas costumbres venidas de fuera están alejando a las madres mexicanas […] de sus hijos, de su casa y de su esposo" (discurso del diputado federal Aquiles Elorduy García en sesión del Congreso). Por si se ha olvidado, fue hasta las elecciones del 3 de julio de 1955, luego de décadas de lucha, que la mujer mexicana pudo ejercer su derecho al voto a nivel federal. Cabe esperar que no deban pasar tantos años para que se legisle a favor del derecho de las personas del mismo sexo a contraer matrimonio y adoptar hijos en igualdad de condiciones que las personas heterosexuales, para que todas esas marchas (anti) nupciales —pasadas y por venir— apenas si sean sonidos desafinados en el coro mayor del entendimiento humano.


LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK

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