Dado que este año se ha cumplido el 70º aniversario de tan lamentables sucesos, los documentales han sido más profusos que antes y algunos han mostrado detalles tan espeluznantes como que la explosión de Hiroshima alcanzó en su "zona cero" —en el punto de impacto- los 6.000 grados Celsius, es decir, la temperatura de la superficie del Sol.
Por supuesto que nadie en sus cabales pone en duda las consecuencias apocalípticas que tiene una bomba atómica sobre la población. Sin embargo, todo este caudal de información se ha focalizado en los peligros de la energía nuclear, fomentando la distorsión de la realidad.
Al ver o recordar esas imágenes dantescas del final de la Segunda Guerra Mundial, mucha gente teme los efectos nocivos del átomo, sin reparar en que el uso pacífico y comercial de la energía nuclear tiene unas ventajas incontestables:
1. Fuente permanente: La producción de energía eléctrica es continua. Una central nuclear está generando kilowatios durante prácticamente un 90% de las horas del año. Esto reduce la volatilidad en los precios que sí existe en los combustibles derivados del petróleo. La mayoría de los reactores son diseñados para rendir 40 años, pero muchos llegan a esa edad en buenas condiciones y concesiones de 20 años más de funcionamiento han sido habituales. Por otro lado, el mineral fuente (el uranio) es casi inagotable y está repartido por toda la corteza terrestre; por ejemplo, hay 4.000 millones de toneladas disueltas en las aguas de los océanos.
3. Oportunidad de desarrollo económico: La construcción de un reactor atómico sirve de trampolín para el avance tecnológico y económico de los países emergentes o en vías de desarrollo. Invertir en energía nuclear significa conseguir unos ingresos extra que aumentarán el Producto Interior Bruto, generando crecimiento económico. Si estos beneficios se redistribuyen adecuadamente, servirán para reducir los índices de pobreza y la desigualdad social.
4. Bajas emisiones de CO2: Producir electricidad mediante la fisión nuclear permite reducir la cantidad de energía generada a partir de combustibles fósiles (carbón y petróleo), lo que implica la disminución de emisiones de gases contaminantes (CO2 y otros) que provocan el llamado efecto invernadero. La energía nuclear casi no produce dióxido de carbono, ni dióxido de azufre, ni óxido de nitrógeno, tres gases que se producen en grandes cantidades cuando se queman gasolina, gasoil u otros combustibles.
6. Soberanía energética: Las naciones disfrutan del derecho inalienable o fundamental a utilizar la energía nuclear para fines pacíficos. Ese principio de soberanía energética fue defendido por Teherán a capa y espada en las arduas negociaciones con varias potencias que lograron que se retiren las sanciones económicas a cambio de que Irán renuncie durante 10 años a la bomba atómica. Apostar por la energía nuclear implica diversificar y no depender del volátil mercado de los hidrocarburos. La soberanía energética se ha convertido en un tema muy sensible a nivel nacional de tal forma que, por ejemplo, dentro de la Unión Europea no existe una posición común a propósito del uso de la energía atómica. Así, Francia es un país pronuclear, frente a Italia que no lo es (cerró sus reactores por referéndum en 1989 y tiene cero kilowatios de origen nuclear). En Alemania se están cerrando nucleares de forma escalonada pero otros Estados, como Finlandia, han decidido construirlas recientemente.
7. No sólo fisión: La tecnología nuclear no sólo se circunscribe a la fisión (desunión) sino que también se refiere a la fusión (unión) atómica, de la que se obtiene una forma de energía absolutamente limpia y tremendamente potente, equiparable a la que se produce en el interior de las estrellas. Algunos científicos ya reproducen artificialmente en sus laboratorios la fusión de dos átomos de hidrógeno, aunque aún queda un largo pero esperanzador camino para controlar esa reacción y ponerla en el mercado.
Para ser honestos, la energía atómica también supone una serie de inconvenientes:
1. Residuos. Las centrales nucleares producen una serie de desechos muy radiactivos que deben ser gestionados con responsabilidad. Lo común es vitrificarlos (convertirlos en cristal) y almacenarlos en lugares subterráneos —fosas geológicas-, para que afecten lo mínimo posible a la biosfera. No abundan estos almacenes nucleares y su uso es pues muy caro ya que acumulan material fisible que seguirá siendo radiactivo durante cientos e incluso miles de años. Obviamente, el transporte de estos residuos se convierte en una tarea muy delicada desde el punto de vista de la seguridad, que siempre levanta la ira de la opinión pública de los países implicados. Pese a todo esto, un gramo de uranio produce tanta energía como una tonelada de carbón o de petróleo —el denominado "factor de un millón"- y el residuo nuclear correspondiente es un millón de veces menor que el de los combustibles fósiles, con la ventaja adicional de que es compacto, es decir, no se dispersa. Estos datos hablan por sí mismos.
2. Seguridad. Las centrales nucleares de cuarta generación son capaces de soportar el impacto de un avión. En ellas se extreman las medidas de seguridad y de control, dado que pueden ser el objetivo de un grupo terrorista. La energía nuclear es segura y prueba de ello es el récord de medio siglo de operaciones y la experiencia acumulada de más de 12.000 reactores. Hasta la fecha ha habido tres accidentes graves —Three Mile Island (1979), Chernobil (1986) y Fukushima (2011)- en la explotación comercial de la energía nuclear. Los dos últimos han mermado la voluntad de algunos países en vías de desarrollo dispuestos a iniciarse en el sector.
¿Y cuál es el panorama en América Latina?
Los países latinoamericanos y caribeños reconocen la importancia de la utilización pacífica de la energía nuclear y sus múltiples aplicaciones como factor del desarrollo económico y social de sus pueblos y por ello fueron partícipes de la creación del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) en 1957.
Gracias a una iniciativa del Grupo Andino, en 1984 se creó el Acuerdo Regional de Cooperación para la Promoción de la Ciencia y la Tecnología Nucleares en América Latina y el Caribe (ARCAL). El ARCAL —donde se aprecia un papel activo de Cuba y Chile- es un importante instrumento de cooperación en materia de medio ambiente, salud y protección radiológica que organiza reuniones técnicas y cursos especializados sobre el uso de los radionucleídos. Por desgracia esa integración regional no ha ido más lejos, porque siempre hay algún país que vela más por sus propios intereses que por los de toda la región.
En el campo de la generación de energía atómica destacan claramente tres Estados latinoamericanos: Argentina, Brasil y México.
Más bajo es el porcentaje en Brasil. Apenas el 3,1% gracias al funcionamiento de dos centrales nucleares: Angra I y II. Ambas fueron conectadas a la red eléctrica en 1982 y 2000, respectivamente, y se encuentran en la playa de Itaorna, en el estado de Río de Janeiro. En junio de 2010 se comenzó a construir Angra III. Las intenciones del Gobierno brasileño pasan por levantar otros reactores, pero el accidente de Fukushima ha bajado sus expectativas.
México posee dos reactores: el Laguna Verde I y II, operativos desde 1990 y 1995. Emplazadas en el estado de Veracruz y de propiedad estatal, cada una de las unidades construidas por General Electric tiene una potencia de salida de 680 megawatios. También existe un centro nuclear mexicano de investigaciones.
Además de las tres naciones citadas, pocos miembros de la familia latinoamericana tienen acceso directo a la energía atómica. Chile mantiene dos reactores experimentales y Perú, otro, y los utilizan principalmente para aplicaciones médicas y científicas.
Bolivia, finalmente, ha anunciado su intención de sumarse al club y levantar su primer reactor nuclear con fines energéticos con el objetivo de pasar de una economía basada en las materias primas a una industrializada. La opción implicaría comprar un prototipo a una potencia o a un consorcio del sector y llevaría 10 años de construcción.
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Argentina parece dispuesta a acometer un proyecto muy ambicioso: fabricar un reactor nuclear con tecnología nacional propia. No es un ningún disparate, pues ya ha diseñado con éxito su propio satélite de telecomunicaciones —el Arsat-1- que funciona con normalidad. Pero esta loable tarea requiere muchos más esfuerzos y puede prolongarse hasta 20 años, tiempo necesario para realizar el prototipo y hacer las pruebas preceptivas. Si porfían en su empeño, los argentinos darán un paso de gigante ya que esta tecnología se encuentra al alcance de muy pocos países desarrollados y se transformarían en referentes para Latinoamérica.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK
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