"Los dioses tejen desgracias para que a las nuevas generaciones no les falte qué cantar"
-Homero
La recuperación
Fue un proceso paulatino que tuvo como objetivo inmediato devolver a Carlos a la vida social común. Pablo, quien es un profundo conocedor de la medicina alternativa, se decidió por la digitopresión (técnica tradicional china) para que sirviera de apoyo a la función renal. Con masajes plantares, en el abdomen y en la vejiga, logró facilitar la expulsión de la orina del cuerpo de Carlos. Lo había utilizado incluso antes de que éste fuera intervenido quirúrgicamente, cuando su organismo retenía grandes cantidades de líquido, y sabía de la efectividad del tratamiento. A la digitopresión se unieron sesiones de hidroterapia y el empleo de la masoterapia, suerte de combinación de masajes clásicos y orientales que evitaban la acumulación de la linfa. En unas pruebas ergonométricas que le realizan a Carlos en el Ameijeiras para evaluar el grado de compatibilidad con el riñón trasplantado se hizo tan evidente el extraordinario poder de reacción de su cuerpo ante este proceso, que Pablo Mena, aunque alguna que otra vez dijera para sí con rostro preocupado "esto está malo", decidió pasar al propósito más a largo plazo de la rehabilitación: incorporarlo a la actividad deportiva.
Comenzaron entonces los ejercicios físicos que habrían de restituirle a Carlos la coordinación sicomotora depauperada por la prolongada permanencia en cama, y que tenían también como objetivo fortalecer todo el paquete muscular que rodeaba su riñón. Por demás, ante una posible situación de estrés, por ser la espalda la región que primero se tensa, se buscaba prevenir cualquier menoscabo de la víscera. Bajo un chequeo implacable de la presión arterial, el ritmo cardíaco y la temperatura corporal, se le elaboró un plan de ejercicios para el tren superior que no afectara mayormente la región abdominal. Él mismo fue al Hospital Frank País para que le hicieran una faja protectora de esa frágil zona de su cuerpo.
Poco a poco, lo que en un inicio parecía el anhelo festinado de quien no quería dar su brazo a torcer, se fue trocando en una posibilidad asombrosa. No sin tener que enfrentar determinadas reticencias, hijas de una justa preocupación por su salud, Carlos logró que se le permitiera jugar un torneo provincial (su equipo quedó campeón) como paso previo a lo que se había convertido en el aliciente principal de su vida: participar en la XXXIII Serie Nacional. Las autoridades deportivas consultadas divergían en su postura: unos se pronunciaban aprobatoriamente pero otros se oponían por temor a que se resintiera su vulnerable organismo en un evento que por su extensión e intensidad no cabía comparar a una serie provincial. Carlos pidió entonces que se consultara a los médicos y nuevamente las discrepancias sobre si debía o no jugar parecieron ser el preludio de una negación que echaría por tierra todos sus esfuerzos. Gracias a la vehemente intervención de uno de los galenos, el mismo que meses atrás lo interviniera quirúrgicamente, quien adujo que si se le operó fue para integrarlo plenamente a la vida, no para imponerle limitaciones, y enarboló como apoyatura el caso de un trasplantado en los EE.UU. que practicaba moto-cross, la junta de médicos autorizó el retorno de Carlos a la Serie Nacional, en la que se demostró que el jugador que regresaba no era un hombre cargado sólo de buenas intenciones, sino el mismo Carlos Kindelán de antes, el hombre que, al decir de muchos, había sido el alma y la inspiración del equipo Henequeneros que durante dos años consecutivos (1990 / 1991) había sido el campeón nacional del béisbol cubano.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK