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No obstante y a pesar de la prohibición, el libro cuenta cómo drogar a las tropas se transformó progresivamente en una política de Estado, en el que se indicaba la frecuencia y las dosis que debían consumir cada soldado de Pervitin, la metanfetamina que se transformó en una sensación en todo el Imperio. Ohler llega a afirmar que la invasión a las montañas de Ardennes se realizó con al Alto Mando militar drogado (Erwin Rommel incluido). También los atletas fueron víctimas de este singular método de salud pública, hasta el punto de que permeó en todos los sectores de la sociedad alemana.
Sin embargo, cuando Hitler cayó seriamente enfermo en 1941, el medicamento ya no surgía efecto, por lo que se le empezó a recetar drogas más fuertes hasta llegar a la 'droga maravilla', la Eukodal —conocida hoy en día como Oxicodona—, un analgésico opioide primo de la cocaína, cuya característica principal es la inducción de un estado de euforia en el paciente. El líder del nacionalsocialismo recibía varias dosis al día, hasta llegar a combinarlo con la cocaína prescrita para un dolor de oído.
En su libro, Ohler retrata como Mussolini era otro de los pacientes del doctor Morell, aunque no consigue pruebas de que era un adicto, si cuenta con testimonios que afirman que el Duce tomaba las mismas drogas que el Führer.
Según las páginas de esta investigación, muchas de las conversaciones que mantenía el líder con sus colaboradores solo eran posible de seguir si se estaba drogado, ya que carecían de un completo sentido de la realidad.
"Uno creería que el [nazismo] era ordenado. Pero era completamente un caos. Supongo que trabajar en este libro de ha ayudado a entender eso al menos. La metanfetamina mantuvo a las personas en el sistema sin que tuvieran que pensar mucho en ello", concluye el autor en declaraciones al medio británico.