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De atravesar Asia a recorrer Europa: el español que visitó 43 países acorralado por la pandemia de coronavirus

© Foto : Cortesía de Nil CabutíNil Cabutí, barcelonés de 30 años que recorrió 43 países en bici durante 2020
Nil Cabutí, barcelonés de 30 años que recorrió 43 países en bici durante 2020 - Sputnik Mundo
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Nil Cabutí, nacido en Barcelona hace 30 años, emprendió camino en febrero de 2020 con la idea de llegar a Singapur en bicicleta. El COVID-19 fue truncando su periplo y terminó conociendo todo el continente.
En ningún momento tuvo miedo. Algo de respeto, quizás. Y los únicos problemas de salud fueron aquellos relacionados con la comida o un par de accidentes leves. Nil Cabutí cuenta sus sensaciones y altercados de su periplo en bicicleta como quien sale de ruta veraniega. Este barcelonés de 30 años, sin embargo, acaba de volver de pedalear 10 meses a lo largo de 2020. En plena pandemia de coronavirus. Y la epidemia no le aterrorizó, pero sí alteró sus planes. Cambió la idea de salir de su ciudad natal en España y atravesar Asia hasta llegar a Singapur por recorrer Europa. En total, 43 países, 306 días y 25.711 kilómetros.
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"Terminé la carrera en Shanghái. Luego estuve en Singapur, Hong Kong, El Cairo, México o Catar. Y ya tenía en mente hacer la vuelta en este periodo para parar un poco y ver si seguía en la misma empresa", explica desde su casa de Barcelona. Lleva tres semanas sin coger las alforjas y las añora. Terminó el 28 de diciembre, sin mucha pirotecnia: por culpa del COVID-19 no solo ha modificado su rumbo sobre ruedas sino que ha tenido que limitar sus celebraciones. "Fue algo muy gradual. Cuando ya estaba en España fui parando en sitios y al llegar no tuve una sensación muy especial", comenta.

Digamos que la suspensión de ceremonias a la vuelta es lo que menos le ha afectado. Carga con otras muchas, más importantes. Desde que se puso en marcha, un 27 de febrero, todo variaba. "Me había planteado hacer unos 100 o 120 kilómetros al día. Y fui por la costa francesa sin problemas", rememora. Un dato a recordar: por aquel entonces, el virus tenía un epicentro en Wuhan, ciudad china que asaltaba los informativos por un confinamiento doméstico estricto. Los casos allí subían, pero en el resto del mundo eran anecdóticos. En España saltó la alarma en La Gomera, de las islas Canarias, y estaba relacionado con extranjeros.

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Procedían de China o Italia, donde sí se escuchaban los efectos del SARS-CoV-2: hospitales colapsados, ingresos en cuidados intensivos, fallecimientos fuera de lo normal. Y es justo donde tenía que pasar Cabutí. "En la frontera me enteré de que cerraban la zona de Lombardía y decidí dar un rodeo. Pero cuando me quedé en la primera ciudad italiana, Albenga, salió el presidente a anunciar el encierro", comenta. Y la bola de nieve de obstáculos creció: "Todo iba empeorando exponencialmente. Un día no podía tomar nada fuera, otro comprar comida, otro dormir", apunta.
Y tuvo que voltear su rutina. Cada mañana, antes de salir, llamaba al hostal donde tenía pensado quedarse. Y luego ya se lanzaba a la carretera. "Se me anularon algunos que había reservado y, de los que veía, muchos estaban cerrados. Así que me pasaba una hora hasta que daba con uno donde quedarme seguro", cuenta. Siguió la ruta, no obstante: "Me veían con la bici y no me decían nada. La policía miraba, pero no me paraban". Cruzó Italia y Eslovenia. Hasta Croacia: en ninguno de los 10 puntos fronterizos le dejaron continuar. Exigían una cuarentena en Zagreb, la capital, o lo desestimaban directamente.

Nil Cabutí paró y reflexionó en serio sobre su futuro. "Tuve que aceptar que no iba hacia Asia", asiente. Tiró por Hungría y, al ver que su única salida posible era Eslovaquia, decidió tocar el punto más septentrional de Europa. Cabo Norte, en Noruega. Polonia, Alemania, Dinamarca, Suecia… "Era ya abril y el tiempo no era tan malo, aunque yo iba hacia arriba y en el círculo polar estaba entre cero y cinco grados", comenta. Al tocar este mítico acantilado y con la realidad adquiriendo un color más natural, decidió tocar los cuatro puntos cardinales del continente.

Se dirigió a Estambul pasando por Finlandia, los países bálticos, Bielorrusia, Ucrania, Bulgaria, o Rumanía. Le ayudó mucho la tecnología: Cabutí se había comprado un GPS para el trayecto, pero la radio y el móvil fueron su salvación en noches de soledad. Además, gracias a este último dispositivo se pudo comunicar en ciertos lugares. "No hablaban inglés y usaba el traductor", indica, agregando cómo cambiaba la comida de cada sitio y el clima: llegaba el verano y el asfalto alcanzaba los 40 grados.
“Hacía mucho calor y en Estambul ya me tocaba regresar. La entrada a la ciudad fue muy complicada por la carretera y los coches. Además, nunca he tenido problemas con la gente”, ilustra.
Encontró pegas para ir a Grecia por bloqueos puntuales de Turquía en el borde. Finalmente, lo consiguió: en cuatro días por Bulgaria pisó el punto fronterizo donde le habían denegado el paso. De nuevo, Italia (donde quiso estampar el sello ficticio en el Vaticano y San Marino), Países Bajos, Francia… "Yo iba tranquilo, pero el coronavirus iba cambiando en el tiempo y en el espacio. Si antes Italia era fantasmal, en septiembre ya había gente en la playa, restaurantes abiertos… Al contrario que en Suecia, que parecía que no pasaba nada y luego tuvieron que ponerse serios", cavila.
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Le incluyó al viaje una "especie de metáfora" y subió el Tourmalet, famoso pico francés. "Era como si fuera la cima de la pirámide de los cuatro puntos que iba a ver en la base; darle las tres dimensiones", ríe. ¿Qué más? Aún optó por el Camino de Santiago desde Navarra, la costa portuguesa y regreso a Cataluña. "En el camino no vi a nadie. Cinco personas en nueve días. En Santiago solo éramos dos. Una coreana y yo. La misa fue en inglés, porque el arzobispo era filipino. Me perdí la gracia de ir conociendo otros peregrinos", lamenta.
Como le faltaba una nación, se desvió a Andorra. "Ya era diciembre y dudaba si llegar por Navidad a casa. Justo la noche anterior, el gobierno autonómico cerró una zona, que era donde estaba", señala. Se traba de la región de Cerdaña y él celebraba la Nochevieja en Puigcerdá, la capital. Pidió a los guardias con los que se topó ir hasta el sitio y desenfundó el turrón solo. 72 horas después, 28 de diciembre, pisaría Barcelona y abrazaría a sus padres: no podían recibirle muchos más. Culpa del COVID, que dinamitó sus planes, como lo hizo con el resto de ciudadanos del globo. Aunque no le infundiera miedo ni destruyera su idea original. "Aún tengo Singapur, pero pienso que, por lo menos, no será hasta 2023", sentencia.
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