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"La gente se olvida de que lo importante no es molar, sino que tu hijo nazca sano": la gestación de Alberto Olmos

© Sputnik / Alberto García PalomoEl escritor español Alberto Olmos en una calle de Madrid
El escritor español Alberto Olmos en una calle de Madrid - Sputnik Mundo
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El escritor español publica 'Irene y el aire', sobre el embarazo y el parto de su hija, después de recopilar algunas de sus columnas periodísticas en 'Cuando el Vips era la mejor librería de la ciudad'.

Lo poco que leyó sobre el asunto durante aquellos meses le hizo llegar a la conclusión de que "nadie escribía novelas sobre niños felices". Tampoco lo es la suya, Irene y el aire, publicada recientemente por Seix Barral. En ella, el autor español Alberto Olmos (Segovia, 1975) narra el primer embarazo de su pareja, Eugenia, y el nacimiento de su hija.

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Dedica una primera parte a analizar el comportamiento social en torno al hecho de dar a luz, una acción que no suele ocupar más de una línea en cualquier biografía o relato y que supone, quizás, la mayor epopeya del ser humano. Y una segunda en la que reconstruye el episodio traumático de las últimas horas hasta la aparición del citado oxígeno. No hay spoiler: la criatura ya supera los cuatro años y tiene otro hermano, de uno y medio.

Por eso, Olmos se lanzó a recorrer ese camino de la gestación. A pesar de que a él no le hubiera interesado un libro sobre el tema en otro momento de su vida. "Recuerdo la sensación de no ser padre y la pereza que da el amigo-padre que solo te habla del niño", remarca a Sputnik en una terraza próxima a su casa, después de recoger a los suyos del colegio y con el borrador de un libro ajeno a medio editar: busca huecos para trabajar cuando puede, entre el trajín de las tareas cotidianas con una prole que cuidar.

​La paternidad le consume gran parte del día y le ha trastocado otras aristas que trascienden lo doméstico. "Al tener hijos, el ver lo importante que son y cómo los tienes todo el rato en la cabeza, me sorprende cómo García Márquez, que es dios, o Vargas Llosa no hacen más pública la presencia de sus hijos. No les dedican los libros, nada", reflexiona. "Es que te cambia la sensibilidad", insiste, "antes, por ejemplo, cuando se moría un niño sólo te quedabas con el titular. Ahora te fijas y tienes muy de cerca el tema de la muerte".

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Él lo saca a menudo en la novela. Y no por una cuestión individual, sino por la de alguien que depende 24 horas de ti. "Todo el rato estás pendiente de que no les pase nada", explica, "y eso es lo que te obsesiona, no que me muera yo. Es verdad que la gente deja de fumar, se cuida por el hecho de tener un hijo… Para mí sería triste morir, pero no es mi preocupación principal. Creo que mi familia viviría bien sin mí".

Incluso le ha cambiado a la hora de escribir. Después de más de dos décadas en el oficio, bautizándose con A bordo del naufragio en 1998 (finalista del premio Herralde de Novela) y continuando con Trenes hacia Tokio (2006), Ejército enemigo (2011) o Alabanza (2014), Olmos duda de si volverá a fabular sobre ciertos temas.

"Todo lo que es sucio o erótico me da reparo. No sé si quiero ser un escritor de tacos o escenas sexuales, pero no porque luego lo lean mis hijos, sino porque de repente no me apetece", confiesa.

Con Irene y el aire, Olmos retoma el largo (sus publicaciones anteriores eran Guardar las formas, una recopilación de cuentos, y Cuando el Vips era la mejor librería de la ciudad, donde reúne algunas de sus columnas periodísticas) a lomos de una crónica pegada a la realidad, aunque se haya quejado del abuso de la denominada autoficción. "Me pareció una experiencia muy especial. Dentro de que todos hemos tenido una vida normalita —y de que yo nunca había estado en una situación de riesgo— me impactó estar en el filo de lo inevitable y de lo trágico. También me sorprendía que no hubiera tantos libros sobre esto", justifica.

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"Lo que creo es que hay mucho testimonio, mucha obra testimonial. Puede estar bien en ciertos casos, pero es un poco empobrecedor. La sensación que tengo es que la gente está hablando de sí misma con una autocomplacencia excesiva, amparada en el concepto de autoficción. Y suele ser todo muy plano, muy soso, escrito con estilo de post en Facebook. No se dan cuenta de que la literatura también es un artefacto", opina.

Olmos agrega que "además, nadie tiene nada interesante que contar". "Hay quien cuenta cómo se toma un café. Y la pregunta es '¿a quién le importa tu rollo?'. Mi libro precisamente es autobiográfico, pero hay una intención de hacer cosas divertidas, poéticas…", puntualiza quien ha afirmado en otras entrevistas que "todo lo que no es paternidad es adolescencia" y considera que una mujer embarazada es una especie de barrera social.

​En un capítulo de Irene y el aire, de hecho, se aborda el tema: Alberto Olmos describe cómo en las fiestas se deja de pintar nada si vas a tener un hijo y los asistentes solo te ven como un adorno al que dar la enhorabuena. La parejas embarazadas, sostiene, acuden pronto para largarse pronto. Y la mirada de los demás es una mezcla de alegría y compasión. Los hombres marcan a la mujer encinta como un objeto inaccesible y, por tanto, se desentienden de lo que suele ser la tónica de estas celebraciones: alcohol, ligoteo…

"No tengo ningún amigo varón con quien compadrear y hablar sobre esto, pero cuando era soltero sí que veía a la mujer embarazada como intocable. La percepción cambia mucho", señala al respecto.

Uno de los asuntos sobre los que se detiene varias veces en el libro es sobre las teorías alrededor del parto: natural o con anestesia, en vertical o en horizontal, etcétera. "La mitad son gilipolleces. Por ejemplo, ahora te regalan un walkie-talkie para que oigas a tu hijo llorar. ¡Si llora tu hijo lo oye todo el barrio! Todo el merchandising para bebés es una basura. Solo te tienes que preocupar de que mame o no y de cuatro cosas para alimentarle", comenta Olmos.

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Además, Olmos cree que hay unas cruzadas "contradictorias". "A favor y en contra de dar el pecho, por ejemplo. Ambas son machistas según lo mires: por la esclavitud de la madre o por no someterse a la leche industrial", anota, arremetiendo contra la "niñatería" de todas esas autodenominadas malas madres que, tal y como ha indicado en varias ocasiones, son "treintañeras de clase media o media-alta acostumbradas a todo tipo de caprichos y privilegios" que "de pronto se dan cuenta de que en esto de parir y ser madre no se diferencian, en lo estrictamente corporal, de las mujeres sin recursos. Y no lo pueden soportar".

"El último argumento de este debate es que la gente sea adulta y libre, y eso es complicadísimo. La clave es no ser un simple payaso movido por la moda. La gente se olvida de que lo importante es que tu hijo nazca sano y no de que hay que molar", protesta sobre lo que considera un exhibicionismo perpetuo provocado por las redes sociales, que incitan a "una competición por molar más".

​Sus impresiones abarcan desde lo relativo a la maternidad hasta las reseñas literarias aliñadas con socarronería y colmillo. Olmos genera controversia con sus publicaciones regulares en Zenda y El Confidencial. Suele atacar a ciertos sectores del feminismo ("lo que hace Irene Montero no sirve para nada. Es todo simbólico y no afecta a la vida de la gente", incide en la charla) y meterse en charcos dentro de su propio gremio, labrándose enemigos visibles. 

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"Yo no he ganado premios ni dinero. Y hay expertos en conseguirlos. Veo muchos escritores que lo son por espectáculo. Hay gente seria, sensata, que no hace el circo, que tiene pinta de durar más tiempo que el payaso", alega, mientras apunta que la fórmula editorial para reconocer un éxito es muy complicada y que él está al margen de la "mala fama" con la que titula una de sus colaboraciones.

Confiesa que solo se entera de las polémicas si ve muchas notificaciones o si se las dicen sus conocidos. "No las miro, porque no me pagan para eso. Y ni aunque me pagaran. No tengo tiempo. Porque esto se resume en una máxima fácil: nadie te obliga a ser un idiota enganchado a las redes sociales".

​"Mucha gente puede pensar que soy un imbécil que se sienta todos los días pensando en qué puede escribir para molestar a alguien. Y no es así. De hecho, creo que se me agotarían los temas en cuatro meses. Lo que intento es sacar un punto de vista que no haya visto y tratar de contarlo con cierto humor, de forma ingeniosa", sintetiza. Quizás Irene y el aire entra en esta categoría, con un tema que antes no le hubiera interesado y con el final feliz que extrañaba en otras creaciones.

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