Manuel Seguín volvió a Orense, al norte de España, con una sensación "agridulce". El pasado marzo, mientras se decretaba un estado de alarma que duró tres meses y la pandemia de coronavirus se propagaba con fuerza, este estudiante de 28 años cursaba su tercer año de periodismo en Bolonia. La ciudad italiana lo acogía de vecino durante el tiempo que disfrutaba de la beca Erasmus. Pero la estancia se truncó. Ante la cancelación de clases, el avance de la epidemia y el cierre de fronteras o del espacio aéreo, cogió una mochila y se marchó.
Por eso aún mastica ese sabor "agridulce". Y como Seguín, muchos más a quienes el COVID-19 les ha dejado el mismo regusto: su periodo universitario fuera del centro habitual, que suele narrarse como una época de descubrimiento y diversión, ha quedado reducida o completamente enterrada. "Antes de que empezara la crisis sanitaria, había 165.000 alumnos y alumnas de Erasmus+ y 5.000 participantes en el Cuerpo Europeo de Solidaridad en la Unión Europea (UE). Sin embargo, el 60% del alumnado de los Erasmus a largo plazo, como los que realizan estudios universitarios, ha anulado su participación debido a la pandemia", indicó Mariya Gabriel, comisaria de Educación y Cultura, en una sesión virtual del Parlamento Europeo el pasado mes de abril.
Le pasó a Pablo Montalbán, de 21 años. Su plaza en la Sorbona de París estaba reservada desde septiembre. Llegó a la capital francesa para continuar su grado de Historia del Arte y en febrero, cuando había superado el primer cuatrimestre, vino el batacazo. "Volé a Madrid el 15 de marzo, nada más se decretó el estado de alarma, porque me insistieron mis padres", comenta. "Y ha sido una faena. A ver, hay mucha gente que ha perdido el trabajo y no es comparable, pero pensaba quedarme y nos hemos perdido muchos viajes", sopesa uno de los más de 40.000 alumnos españoles que elige este programa en el extranjero, según los últimos datos publicados por la Comisión Europea.
No duda de que la experiencia, en cualquier caso, ha sido positiva. A Montalbán le extraña, sin embargo, ver cómo en Francia se tomaban menos en serio la enfermedad, a pesar de sumar más de 30.000 muertes. "Me tocó volver a por mis cosas y todo el mundo iba sin mascarilla", cuenta asombrado. Tanto Montalbán como Seguín, en países cercanos, han tenido que recoger lo que dejaron repentinamente. Ambos siguieron pagando un alojamiento que no disfrutaron. Y que han vaciado tres meses después, con el consecuente gasto económico.
Una acción contraria a la que escogió Elena Payá, alicantina de 23 años. "Hacía un Erasmus en Szeged, al sur de Hungría", relata, "y me quedé allí durante el confinamiento". Esta estudiante de psicología había visitado a su familia en España justo una semana antes del decreto de alarma.
"El 13 de marzo cogí el vuelo. Mis padres me dijeron que me quedara y, como no son muy alarmistas, me preocupé. Pero creía que si seguía teniendo sitio y estaban mis compañeros de piso, lo pasaba allí", dice, contenta por haber elegido marcharse: "La vida era mucho más normal. La facultad estaba cerrada y algunas tiendas también, pero podías salir a la calle". En el país centroeuropeo, los casos mortales fueron 595, con unas 4.250 personas contagiadas: nada que ver con los 28.406 fallecidos de España.
"Han sido como dos Erasmus", cavila Payá. Por un lado, tuvo un primer cuatrimestre "más normal": conocer gente, acudir a actividades propias de estudiantes extranjeros, sentir la novedad del lugar. Por otro, una rareza que le ha llegado a gustar más: "He profundizado más y no tengo un mal sabor de boca".
Su decisión, la de permanecer en el país de intercambio, ha sido minoritaria. Aunque ha ido cambiando a medida que transcurría el tiempo. Según expone el informe Student Exchanges in Times of Crisis. Research report on the impact of COVID-19 on student exchanges in Europe (2020), elaborado del 19 al 30 de marzo por la Red de Estudiantes Erasmus, en los inicios de la epidemia solo un 25% canceló su beca. Este porcentaje fue creciendo: en las primeras encuestas (realizadas a 21.930 jóvenes), el 47,2% señalaba que se quedaría en su destino, pero al final de la investigación (el 30 de marzo) se había quedado realmente el 38,8%.
Da fe de uno de esos inconvenientes Sandra Villafuerte, limeña de 20 años. Junto a dos compañeras de Perú, Villafuerte residía en Madrid cuando "todo se complicó". "Habíamos llegado en febrero y en el momento de la cuarentena decidimos quedarnos. Vimos que muchos grupos de otros países se iban, pero pensábamos que eran dos semanas y ya teníamos el vuelo de vuelta en junio", explica por teléfono desde el país sudamericano. "No estábamos angustiadas, pero sí medio moviditas", aclara.
Y, según el informe citado, el 65% de los que iban a cursarlo no sabe qué sucederá con sus becas. La Comisión Europea ha anunciado que hará que los programas sean "lo más flexibles que se pueda desde el punto de vista legal". En su página web, anuncia que están "trabajando para ayudar a beneficiarios y estudiantes, alumnos, voluntarios y otros participantes en los programas a afrontar las consecuencias de la crisis".
"La Comisión seguirá adaptando su respuesta a la evolución de esta situación sin precedentes, y en caso necesario, clarificará y simplificará los procedimientos", advierte.
Algo que Seguín, Montalbán, Payá o Villafuerte han perdido. "Felizmente, fuimos a Lisboa unos días antes del coronavirus", comenta esta última, "aunque nos hemos quedado con ganas de ir al Parque de Atracciones y la Parque Warner". Su periodo universitario en el extranjero se redujo a una clausura involuntaria en la capital española. "Lo piensas y es como un nudo en el estómago, porque nos hemos quedado sin disfrutar muchas cosas", concluye apenada, "pero ya volveremos, cuando esté todo calmado".