El Salón del Automóvil, el del Gourmet o el World ATM Congress han sido pospuestos, pero su hilo musical aún les espera. En los pabellones de Ifema, recinto ferial al norte de Madrid, suenan melodías suaves de fondo. A pesar de que en estos pasillos, donde antes se esperaba a gente encorbatada, ahora pululan médicas, enfermeras y todo un contingente de personal sanitario dispuesto a tratar la epidemia de coronavirus que azota a la ciudad.
Unas horas bastaron para transformar unos 35.000 metros cuadrados en un equipado centro de salud. El resultado: 1.300 camas y cerca de 1.200 profesionales para atender a los aquejados por esta dolencia originada en Wuhan (China). Al principio se habló de falta de recursos, desorganización e improvisación en las actuaciones, pero hoy este hospital levantado en Ifema se percibe tranquilo, con una dinámica estable y con unos números a su favor: si al principio entraban unos 300 pacientes diarios, la media de las últimas jornadas es de 20. Y las altas oscilan entre las 140 y las 150 cada 24 horas.
Su cargo, que desarrollaba previamente en el Hospital de Fuenlabrada, le tiene atareado prácticamente todo el día. Igual que al resto de plantilla. Aquí empeñan jornadas maratonianas entre cubículos aprovisionados con oxígeno, electricidad e incluso wifi.
"Hubo quejas porque todo lo se hace tan rápido pasa por momentos más difíciles. Hubo un colapso en todos los sitios. Madrid tenía 14.000 camas y recibió 24.000 pacientes de repente", incide ante algunas acusaciones que lamentaban la falta de vestuarios o material de protección.
Zapatero habla de una "segunda fase" en el Ifema y en el país. "Aquí ya hemos atendido a 3.600 pacientes y se han dado 1.500 altas. Solo han fallecido 15", adelanta, para reflexionar sobre el progreso del COVID-19 en el resto del territorio nacional: "El pico ha pasado, eso seguro. Habrá un repunte por la vuelta a los trabajos 'no esenciales', como lo ha habido en Singapur o Hong Kong, pero la tendencia es a la baja", analiza.
Casi todos, en este caso, tienen una afectación leve o moderada. Por eso, desde el único lugar al que se puede acceder como prensa, se les ve tranquilos, enfrascados mayoritariamente en el móvil y alterando la posición horizontal del colchón solo para tomar la medicación con la comida o para someterse a análisis y radiografías: los primeros van a un laboratorio del hospital de La Paz y las segundas se revelan en este recinto.
Es lo que indica Pablo López. Este joven de 25 años forma parte del personal de Ifema desde hace dos. Estos días es uno de los encargados de acompañar a los periodistas por los lugares donde está permitida la entrada. Cuenta los cambios con un tono de estupor, pena e ilusión.
"Este sitio, que era de conciertos o ferias, ahora es un hospital", reflexiona, "y a las 18 horas de abrirse ya había pacientes". López ha notado mejoras y mucha solidaridad. "La gente sale muy contenta, agradecida por el trato y por el servicio de comida. Además, hay muchas donaciones individuales", expone.
Estas acciones altruistas se almacenan en el pabellón 10, otro espacio de 21.600 metros cuadrados. Luce como el depósito de una fábrica, con una excepción: a los palés y los camiones repartidos por la superficie se les añade una farmacia y una estancia con "productos sanitarios", según reza una señal escrita a mano. Manuel Carmona, responsable de la logística de 44 años, muestra las cajas con los Equipos de Protección Individual (EPI) y comenta lo que se ha sufrido hasta conseguir el engranaje actual.
Usan esta tecnología los miembros de la policía militar que descargan paquetes en ese instante. O los que miran papeles apoyados en carretillas. Fuera, el trajín también es palpable. Los profesionales salen a airearse o a tomar un café. Les animan varios carteles colgados para esta inaudita ocasión: Juntos ganaremos la batalla, Un aplauso para todos o ¡Resistiremos! son algunos de los mensajes. Ana, una enfermera de 51 años, espera en un puesto de comida a tomar un bocata de calamares. "Llevo 15 días y espero que todo acabe", resopla, animada no obstante por los avances que ve y describiéndose como "siempre optimista".
"Nuestro jefe decidió ayudar cuando cerramos el bar", cuentan los artífices del almuerzo que se ha llevado Ana. Son Miguel Ángel Pizarro y Alberto Blanco, de 38 y 30 años, respectivamente. Trabajaban en el bar La Campana, próximo a la Plaza Mayor, y son voluntarios en este camión adaptado.
"Nos hicieron un ERTE (Expediente de Regulación Temporal de Empleo), pero el dueño decidió seguir ayudando y toda la plantilla, de 17 personas, se ofreció".
Gracias a ellos, los empleados de Ifema pueden tomar gratis un aperitivo o un refresco.
Han aportado ese granito de arena a la tragedia recibiendo exclusivamente una gratificación en forma de palabras. Les valen las gracias que les da un policía tras devorar el último trozo de pan o la despedida cansada de Erika Puerta, una mujer colombiana de 37 años que acaba de recibir el informe del alta. "Me voy después de 10 días", suelta con voz tenue. Haber superado el coronavirus es "la felicidad más absoluta" para ella, que espera a su esposo en un banco y se permite incluso pensar en los bailes de su Cali natal. Serán con salsa, no con esa música de fondo compuesta por sintonías amables.