— Usted pasó cinco años y medio en Afganistán. ¿Qué fue lo más difícil de su estancia?
— Para mí, lo más difícil fue el comienzo. Fui allí en enero de 1980, y en marzo empezó el combate. Me había graduado en la Academia y pensaba que estaba preparado para el combate. Inicialmente, fui coronel y jefe del cuartel general de la división 108 en Kabul.
Antes de marzo también hubo ataques, pero no pudimos responder: esto estaba categóricamente prohibido. Fue en marzo cuando empecé a actuar como dirigente del combate en las afueras de Kabul. El período más difícil que guardo en la memoria fue el de los primeros combates. Entonces llegué a varias conclusiones prácticas: no hay que meterse en la lucha sin manejar la situación.
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— ¿Qué le sorprendió o conmovió cuando se encontró en Afganistán?
— El primer momento que me conmovió tuvo lugar en febrero de 1980. Yo era jefe del cuartel general de la división 108 en el Norte de Kabul, que después se desplazó a Bagram. Organizábamos reuniones de jefes de divisiones, al igual que lo hacíamos en la URSS en los tiempos pacíficos.
Visité ese sitio. Eso supuso una terrible conmoción. Fuimos criados en la paz y sabíamos que tales cosas no pueden suceder. Pero resultó que sí que pueden. A lo largo de nueve años, situaciones parecidas se repetieron en mi vida.
— ¿Qué opinión tenía sobre los afganos corrientes?
— Los afganos que no se unieron a los muyahidines eran sinceros y muy buenos. Vivían muy humildemente y les caracterizaba cierta sabiduría, humanidad y amabilidad hacia la gente, en particular, hacia los shuraví (soldados soviéticos).
Probablemente, no nos recibían con los brazos abiertos, pero tenían su código de honor y de comportamiento. Nos trataban muy bien y nosotros respondíamos adecuadamente. Les ayudábamos mucho, construíamos edificios, traíamos alimentos. Ellos lo valoraban altamente.
— ¿Ha probado la comida afgana?
— He probado el pan afgano, hecho en tandur. Está muy rico, sobre todo, caliente.
— ¿Ha aprendido algunas palabras en darí o en pastún?
— Conozco solo unas palabras, pero sería mejor no pronunciarlas.
— ¿Cómo evaluó las posibilidades de éxito de la URSS al principio y cómo fue cambiando su opinión durante la guerra? ¿Cuándo se dio cuenta de que no había solución militar al problema afgano?
— Estuve en Afganistán tres veces. Al principio, no podía valorar lo adecuado que era la decisión militar. Un año más tarde, cuando había visitado casi todas las partes del país, me di cuenta de que la idea que queríamos poner en práctica, no era viable. Entonces EEUU y la OTAN hacían todo lo posible para arrastrar a la URSS a Afganistán. Me convencí de esto durante las reuniones con el comandante en jefe de la OTAN. Esto no lo ocultaban.
La entrada de tropas se efectuó antes de que los estadounidenses hicieran nada, lo que podría calificarse como la única ventaja del envío de tropas a la República Democrática de Afganistán. Sin embargo, se podrían haber contentado con 30.000 soldados y no enviar a 140.000 como hicieron.
No se podía abandonar a Afganistán, había que ayudar, pero se debía hacer de otra manera desde el punto de vista político y económico. En particular, de surgir enfrentamientos armados con Pakistán, se podían mandar grupos especiales allí. Moscú tenía estos grupos: fuerzas especiales (spetsnaz), inteligencia militar (GRU). El 40 ejército incluía un centro de inteligencia (GRU) que vigilaba todo el territorio de Pakistán, Afganistán e Irán.
— ¿Cómo se adoptó la decisión de retirar las tropas?
Al final, la decisión se aprobó en Ginebra, al concluir los así llamados Acuerdos de Ginebra, firmados por Afganistán y Pakistán con la URSS y EEUU como garantes. Según el acto, la retirada debía empezar oficialmente el 15 de mayo de 1988 y terminar el 15 de febrero de 1989.
El documento no establecía el orden de la retirada, ya que esto lo determinaba el mando del 40 ejército. Fue este mando el que insistió en la retirada, ya que todos los objetivos que dependían de nosotros ya habían sido conseguidos.
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Le mostramos a todo el mundo, en particular, a EEUU, que mientras que el 40 ejército estuviera en Afganistán, era inútil meterse allí y luchar contra la URSS. Los estadounidenses siguen afirmándolo ahora. No obstante, Washington hizo todo lo posible para prolongar la estancia de las tropas soviéticas en Afganistán.
— Algunos creen que la URSS perdió en aquella guerra. ¿Y usted, qué opina?
— Los que no se imaginan lo que es Afganistán, los que no han participado en la guerra, dicen tonterías de que la URSS y el 40 ejército fue derrotado en Afganistán. En realidad, no hubo tareas que el ejército no hubiera podido cumplir. Era un ejército muy poderoso. No se puede tratar de ninguna derrota. Las fuerzas que estaban allí eran incomparables.
Por un lado, allí estábamos nosotros, por otro, los que actuaban bajo las instrucciones de EEUU. Los estadounidenses actuaban clandestinamente. El exjefe de la CIA lo afirmó en sus memorias. Washington usaba las manos de los pakistaníes y los afganos que respaldaban a Pakistán. Lo más importante es que nuestro ejército en Afganistán nunca recibió órdenes de vencer por la vía bélica. Los que dicen que perdimos allí, dicen mentiras.
— Explique, por favor, ¿cómo fue la preparación para la retirada de las tropas y la propia retirada? ¿Fue difícil organizarlo todo desde el punto de vista técnico y táctico?
— Los estadounidenses hicieron todo lo posible para que no retiráramos las tropas y para que, si lo hacíamos, sufriéramos las mayores pérdidas posibles. Por nuestra parte, nosotros nos preparamos seriamente, incluimos todos los medios disponibles, también la inteligencia espacial y de otros tipos. Sabíamos todo sobre cada kilómetro cuadrado de Afganistán.
La actitud de Shevardnadze obstaculizaba la retirada de las tropas. No estaba de acuerdo con los plazos establecidos por los Acuerdos de Ginebra e instaba que al menos 30.000 quedaran en la zona para respaldar a la República Democrática de Afganistán y al ejército afgano. No lo aceptamos, por lo que hubo controversias. Una vez acabada la primera etapa de la retirada, hicimos una pausa, según establecía el acuerdo.
Empezamos a retirar las tropas de Kabul un mes antes de que acabara la operación. Era muy difícil trasladar una gran cantidad de soldados a través del túnel de Salang durante un solo mes cuando los muyahidines se encontraban en ambas partes.
— Se sabe que hubo un acuerdo con el señor de la guerra muyahidín Ahmad Shah Masud para que este dejara que los soldados soviéticos pasaran pacíficamente a través de Salang. ¿Cómo se alcanzó este acuerdo? ¿Cómo se llevaba con Ahmad Shah? ¿Qué le pareció?
— Era un hombre digno, aunque era uno de nuestros principales rivales. Ahmad Shah lo entendía todo perfectamente. Los habitantes del Valle de Panjshir le querían mucho. Era un hombre de integridad. Si prometía algo, lo cumplía al cien por cien.
Y más tarde nos tendieron una trampa. Shevardnadze insistió en que asestáramos un fuerte golpe contra Ahmad Shah al pasar por Salang, y así lo hicimos. Pero incluso después del ataque Masud no nos respondió.
— Algunos dicen que aquel fue un golpe contra desfiladeros deshabitados. ¿Fue así?
— Asestamos el golpe contra los objetos proporcionados por Moscú, por el GRU. Gorbachov exigió que concedieran aquellos objetivos. Puede ser que se hubieran avisado a Ahmad Shah del golpe que debíamos asestar. Los objetivos estaban colocados a lo largo del camino donde estaban los guerreros de Masud. Un 90% abandonó la zona antes del golpe. La aviación también asestó golpes desde el territorio de la URSS.
Estábamos completamente en contra de estos ataques. Llamamos a Moscú para avisar de que el 40 ejército no iba a participar. De hecho, desobedecimos al mando. Explicamos que en caso de un golpe las tropas que permanecían en la entrada al túnel, nunca saldrían. Si los muyahidines hubieran asestado un golpe de respuesta, la situación habría acabado con una tragedia.
— ¿Cuáles fueron sus primeros pensamientos y primeras palabras cuando se completó la retirada?
— Me dije a mí mismo: "Gracias a Dios, todo se acabó". No tenía fuerzas para hablar. También había palabras que no se recomienda pronunciar.
— ¿Ha pensado alguna vez en ir a Afganistán? ¿Ha estado allí después de aquellos acontecimientos?
— ¿Teniendo en cuenta su experiencia, le han pedido los estadounidenses consejos sobre la guerra en Afganistán?
— Desde luego. Después del atentado de 11S me pidieron consejos desde la Embajada de EEUU y desde la OTAN. Esto fue antes de que EEUU interviniera al país. Lo describí todo negativamente, traté de explicar que no era buena idea y que no debían meterse. Pero ellos sí se metieron y ya llevan 18 años allí.
— ¿Sigue Washington pidiéndole consejos ahora? Pues hace poco que Trump anunció la retirada de los soldados extranjeros de Afganistán.
— Ahora ya no. No podrán repetir nuestra experiencia de retirar las tropas, ya que no tienen fuerzas terrestres en la república. Nosotros abandonábamos el país por vía terrestre. Si los estadounidenses retiran las tropas, lo harán por vía aérea. Si, sin embargo, lo deciden hacer por tierra, los afganos no los perdonarán, porque no les gustan los estadounidenses, saldrán por aire, y estas son cosas completamente diferentes.
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