"No me siento rusa, no soy rusa, nunca lo voy a ser, pero siento que lo ruso está en mí", explica Villanueva, que acaba de editar "Sombras rusas", un libro que recoge sus vivencias en ese país durante los últimos años del siglo pasado.
Editado por "Blatt & Ríos" en febrero de este año, "Sombras rusas" recoge 30 crónicas sobre los cuatro años, entre 1996 y 2000, en los que Villanueva vivió en Moscú como corresponsal de prensa.
El libro, cuenta la autora, surgió en parte por el interés de su entorno en conocer y tratar de entender cómo es vivir en Rusia.
"Te etiquetan; no es que uno se sienta ruso, pero uno se transforma de alguna manera en embajador de su propia vida pasada, y te empiezan a preguntar cosas: "¿cómo es aguantar 27 grados bajo cero?", "¿cómo es con el idioma?", explica.
Eso, prosigue Villanueva, fue un disparador para narrar sus cuatro años en Moscú.
Sin embargo, más allá del interés de la gente, había una motivación propia por contar lo vivido.
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"A mí me movían cosas para explicar, como el idioma, la gente, anécdotas de rusos y rusas que conocí, viajes; y eso me movilizó la escritura", asegura.
Ruso-soviético
Villanueva llegó a Moscú cuando la disolución de la Unión Soviética, ocurrida en 1991, todavía era algo no del todo asimilado por los ciudadanos de a pie.
"La gente que me rodeaba era gente soviética, que seguía siendo soviética y que lo va a seguir siendo hasta el día que se muera", asegura Villanueva.
No obstante, admite, "es más difícil reconocer al soviético en Rusia" que en las exrepúblicas soviéticas, donde ahora, después de más de un cuarto de siglo, el "homo soviético" comienza a desaparecer, observa.
"Podés ir a Armenia y encontrás gente hablando soviético todavía; pero los hijos de esas personas que crecieron en un sistema soviético, en la escuela aprenden inglés y ya no aprenden ruso, entonces esos chicos ya no van a ser soviéticos", observa.
El alma rusa
Sobre el final de su estancia en Rusia, la escritora argentina comenzó a sentir lo que algunos definen como "el alma rusa".
Aunque considera que se trata de un "lugar común", reconoce que empezó a hablar del alma rusa "sin querer" al final de su estadía, durante un viaje a Siberia, más precisamente al lago Baikal.
"Yo estaba como iniciando una melancolía de Rusia, me enamoraba de todo al final, porque sabía que tenía un límite de tiempo", cuenta.
Fue durante el último tramo de su estancia allí, que empezó a ceder espacio a la inasible idea del alma rusa.
"Se asocia al alma con una idea religiosa, pero creo que el alma rusa no tiene que ver con la religión, no tiene que ver con esa idea asociada al espíritu, sino a una cierta sensación en relación, diría, con la naturaleza y el espacio ruso", ensaya.
Una sensación que se manifiesta, prosigue, cuando tenía plena conciencia del lugar y el tiempo en el que estaba.
Además de sus cuatro años en Moscú, Villanueva vivió nueve años en Berlín, donde se doctoró en arquitectura por la Universidad de Darmstadt.
En 2015 publicó el libro "Las clases de Hebe Uhart" (Blatt & Ríos), donde narra sus experiencias en el taller de escritura de esa autora argentina.
Por ese libro obtuvo ese mismo año el Premio del Lector de la Fundación del Libro de Buenos Aires.
Los textos "La idea del frío" y "El hielo vive", que integran "Sombras rusas", recibieron, en 2013 y 2016, respectivamente, el Premio Osvaldo Soriano de Relato que otorga la Facultad de Periodismo y Ciencias Sociales de La Plata.