El divertido ingenio de Groucho Marx

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Seamos sinceros: si no fuera por Groucho sólo unos pocos cinéfilos recordaríamos las películas de los hermanos Marx. A cuarenta años de su muerte, Groucho trasciende menos por sus filmes que por esas frases suyas cargadas de ingenio que jamás envejecerán.

¿De que sirve el ingenio cuando no nos divierte? No hay nada más fatigoso que un ingenio triste.

Iván Turguéniev

"Su desvergonzado desprecio por el orden establecido, basado en una falta absoluta de sentimentalismo, hará tanta gracia dentro de mil años como lo hizo entonces", dijo alguna vez Woody Allen sobre Groucho y tiene razón.

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Las películas de los hermanos Marx —Groucho, Chico, Harpo, y en ocasiones Zeppo—, que constituyen casi un 'género' cinematográfico, puede que resientan el paso del tiempo si nos detenemos en las bufonadas mudas de Harpo y los lucimientos musicales de Chico, pero el humor corrosivo y subversivo de los Marx, esa convivencia única e irreverente de anarquía y absurdo —cuya mejor ilustración es la famosa escena del camarote de la película 'Una noche en la ópera' (1935)—, sobrevivirá junto a las agudezas verbales de Groucho que parecen refractarias a las traducciones aproximadas y el acento esquivo de los doblajes.

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Si la mudez de Harpo recuperó la estética de la comedia silente en las películas de los hermanos Marx, Groucho le dio al recién estrenado cine sonoro una razón de ser con sus exaltados desplantes verbales en donde ponía al mundo patas arriba al perturbar toda lógica. "¡Si nos encuentran estamos perdidos! // ¿Cómo vamos a estar perdidos si nos encuentran?" se escucha en la delirante 'Sopa de ganso' (1933). No es de extrañar entonces que la frase "Soy marxista de la tendencia Groucho" fuera una de las pintadas de las revueltas estudiantiles del mayo francés de 1968, una declaración de principios con la que aquellos jóvenes descontentos y deslenguados que querían cambiar el mundo de una vez se quitaban de arriba la presión de la ortodoxia ideológica de una izquierda anquilosada.

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Como Chaplin, cuya 'imago' se puede abreviar a bigote y bombín, a Groucho lo revelan sus gafas redondas y el bigote y las cejas pobladas; sin olvidar, por supuesto, su eterno puro, protagonista de uno de sus mejores lances de ingenio: "Quiero mucho a mi marido", le dijo alguna vez una madre de once hijos para explicar su fertilidad.

"Señora, a mí me gusta mucho mi puro, pero de vez en cuando me lo saco de la boca", objetó el comediante. Groucho, que conoció a Charles Chaplin cuando éste apenas si comenzaba a triunfar en la pantalla grande, reconoció en sus memorias ('Groucho y yo') que el inglés fue "el actor cómico más grande que el cine o cualquier otro medio artístico haya producido jamás", lo cual no es un elogio menor proviniendo de un artista al que no pocos le rinden parejo tributo.

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En Groucho, la máscara íntima y a la vez extrínseca que suponen las gafas, el bigote y las cejas, borró por completo a Julius Henry Marx, que tal era el verdadero nombre de quien confesara en cierta ocasión que si bien disfrutaba como actor las carcajadas y los aplausos del público su "mayor afición" había sido siempre el dar a la imprenta algo escrito por él. Esta inclinación por las letras quizás explique por qué cuando a inicios de 1961, en una carta remitida desde Londres, el poeta T.S. Eliot le pidió una fotografía con dedicatoria, Groucho se la enviara sin preguntar razones. En una carta posterior, Eliot le agradeció el envío, pero le solicitó una nueva foto en la que estuviera "caracterizado como en las películas". A partir de ahí se establecería una curiosa relación epistolar entre un judío sagaz y un antisemita embozado en la que el ingenio caótico de Groucho resquebrajaría la mesura y circunspección del autor de 'La tierra baldía'. "Los periódicos publicaron su fotografía y dijeron que, entre otros motivos, venía usted a Londres para verme. Esto aumentó considerablemente mi prestigio en el barrio, de manera especial en la verdulería de la esquina", reconoce jovial Eliot en una de sus cartas al histrión antes de un encuentro dilatado durante dos años que finalmente tuvo lugar en 1964 y cuya demora explica Groucho por la misma vía:

"Mi enfermedad, que hace tres meses mis tres médicos describían como leve, ha ocupado velozmente todo mi organismo. Me apena decir que los tres médicos tienen cierto interés en su bienestar económico. Por esta razón, y hasta el momento, me han sacado ocho mil dólares".

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Julius Henry Marx nació en Nueva York, el 2 de octubre de 1890; Groucho falleció en Los Ángeles el 19 de agosto de 1977. Entre ambas fechas se las ingenió para prodigar su divertido ingenio en una veintena de películas, un par de programas de radio, un concurso televisivo del que fue anfitrión y ganar un Oscar honorífico (1974). Su anarquismo —"sea lo que sea, estoy en contra"— y el frecuentar amistades sospechosas de "actividades antinorteamericanas" despertó la suspicacia del FBI que lo investigó desde los años cincuenta hasta principio de los sesenta. Desafortunadamente, una neumonía intratable truncó su intención de "vivir para siempre o morir en el intento" y le impidió además cumplir la exhortación de una admiradora de mediana edad que se lo encontró en una calle de Chicago y le pidió tímidamente:

"No se muera, se lo suplico. Siga viviendo siempre".


LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK

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