¿Quieren guerra los rusos?

© AFP 2023 / Yuri DiachishinMilitares estadounidenses y ucranianos
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El objetivo político de EEUU es obligar a Rusia a entrar en guerra contra Ucrania, cree Timoféi Serguéitsev, miembro del Club Zinóviev.
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Esta pregunta la hicieron en múltiples ocasiones al poeta soviético Yevgueni Yevtushenko durante su viaje a EEUU en otoño de 1961. A modo de respuesta, escribió la letra de una canción, muy conocida en la URSS, que empieza con estas palabras. Un año más tarde estalló la crisis de los misiles en Cuba. Los rusos volvieron a contestar a esta pregunta, aquella vez con una retirada táctica en 1962. Preferimos no jugar con fuego. Hoy Occidente vuelve a plantear la misma pregunta y de la misma manera. No vayamos a pasarla por alto.

La sangrienta herida de Ucrania sacó a la luz la anatomía de nuestras relaciones con Occidente. Los hechos están ahí. No hace falta conjeturar. Defender lo obvio ante la mentira es algo importante pero secundario. El quid del asunto está en las relaciones. Y su aspecto más relevante, en este sentido, no es la economía ni las sanciones, sino la cuestión de la guerra y la paz.

La cuestión de la guerra y la paz en el mundo no puede ser solucionada a partir de lo accidental. La cultura, la economía, la moral, la religión, el derecho o los problemas humanitarios no son lo suficientemente sistémicos, totales para servir de fundamento a la hora de solucionar esta cuestión. Dicho de otra forma, la cuestión de la guerra y la paz no puede ser solucionada a base de los llamados valores (arriba mencionados). La guerra y la paz no tienen valor ni precio.

Basta con un simple ejemplo para aclarar esta afirmación. Hubo un momento en el que todo un coro de los propagandistas de Occidente cantó al unísono que había sido un error defender el Leningrado sitiado durante la Segunda Guerra Mundial. Su argumento consistía en que la URSS había pagado un precio demasiado alto. Este argumento no puede ser calificado de amoral si la fe o la moral se interpretan como valores, no como un fundamento de la vida. Porque los valores, al fin y al cabo, sólo son los valores y nada más que los valores, una cualidad particular que se acepta o no, que se valora. Pero hoy en día la fe y la moral vuelven a interpretarse como simples valores.

El único fundamento sistémico y total para solucionar la cuestión de la guerra y la paz es lo político, la política. No es nada nuevo. La cuestión de la guerra y de la paz tiene que ver con todos y cada uno, por mucho que el mito liberal se esfuerce en demostrar que es una cuestión particular como las demás en la sociedad (desde el punto de vista liberal). Los griegos  llamaban a la persona profana en la política "idiotikós", o sea "idiota". La otra acepción de "idiotikós" es propiedad, propietario. Es decir, el que está obsesionado con los intereses propios o privados es… Por lo tanto, la condición técnica para solucionar la cuestión de la guerra y la paz es la competencia política.

El crítico alemán del liberalismo Carl Schmitt creía que lo político es lo total en función de que la guerra es el punto extremo de la política, mientras la guerra, según Schmitt, es, indudablemente un asunto común, público, vital. Dejando por ahora aparte la discusión de los liberales con Schmitt y contra Schmitt, advirtamos que en nuestra situación bastaría con una lógica inversa, y por eso más dura y frontal: ya estamos dentro de la cuestión de la guerra. De ahí que tendremos que operar desde lo político, lo total y sistémico. Los valores no nos aportan nada, siempre se puede renunciar a ellos a través de su relación con el precio. Mientras tanto, se trata de nuestra existencia.

Schmitt consideraba que lo estricta y específicamente político es la distinción entre el amigo y el enemigo. Los amigos y los enemigos son adversarios que, en una situación extrema, se convierten en partes beligerantes. Añadiremos por nuestra cuenta que la política es la implicación en asuntos propios del mayor número posible de los partidarios. Pero sólo de los amigos. Y la exclusión de los enemigos de los asuntos comunes con los amigos. A propósito de las sanciones, no puede haber una economía común con los enemigos.

Pero algo ocurrió en la esfera de lo político desde el momento cuando parecía evidente que serían los adversarios los que se enfrentarían en una guerra. Hoy la guerra, como algo total y sistémico (y, entonces, también la política) viene organizada por una tercera fuerza que inventa a los "amigos" y a los "enemigos" según su propio criterio. Esta fuerza elude ser calificada de "amiga" o "enemiga" de nadie. Aún si recurre a este estatus es una mentira premeditada. La experiencia fundamental de obtener los superbeneficios para la "tercera" parte, para la fuerza "neutral" que se encuentra "por encima" de los "amigos" y los "enemigos", la adquirió en el siglo XX Estados Unidos durante las dos guerras mundiales. Esta experiencia fue la que determinó su política. La participación directa de EEUU en los combates fue mínima en comparación con las "principales" y "reales" partes enfrentadas. Justo después de la derrota de la Alemania hitleriana EEUU "se pasó" a su bando. Desde entonces EEUU perfeccionó esta estrategia eludiendo, de forma muy eficaz, ser tanto amigo como, lo que es más importante, enemigo primero de la URSS y luego de Rusia.

Sólo en el mundo de superpoder es posible obligar a otros a enfrentarse en una guerra. Sin entrar en detalles de la consolidación del concepto de "superpoder" desde Hobbes hasta Nietzsche y, posteriormente, Zinóviev, nos limitaremos a constatar que el superpoder subordina múltiples Estados a uno sólo sin que pasen a formar parte de él en ningún aspecto, sea político o legal. El mundo de los Estados (el único que existe) es visto por el soberano de esta índole como un campo donde ejercer su superpoder, no restringido por el derecho a resistirle, con el objetivo de garantizar la "seguridad" y poner fin a la "guerra de todos contra todos". Es decir, la teoría del Leviatán ya no se aplica a los individuos sino a los Estados. Es para tratar al Estado como si fuera un individuo dentro de este orden global se necesita el presunto principio de la "integridad territorial". En la realidad histórica los Estados son perfectamente divisibles (no-in-dividuo). Tampoco en la historia real, a pesar de la abundancia de guerras que casi representan la misma esencia de la historia, existe la guerra de "todos" contra "todos". Siempre es mucho más concreta. Pero como la guerra, no obstante, se hace y el soberano de superpoder está involucrado en ella, se recurre al modelo de una guerra contra el "enemigo común", "el mal global”. Esto es, el terrorismo y los terroristas y, en general, los "países- enemigos". Se convierten en ello todos los Estados que no reconozcan la "ley"  establecida por la voluntad del soberano mundial, el Súper-Leviatán.

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Por supuesto, en tal orden mundial no se puede hablar del derecho internacional. Estrictamente hablando, el derecho internacional, como derecho, se quedó en el siglo XIX enterrado por completo por las guerras mundiales del XX. Entonces llevaba el nombre del "concierto europeo" y suponía un consenso entre muchos Estados de la civilización europea con respecto a las reglas de la guerra. Actualmente tales reglas no existen, tampoco es imprescindible el consenso.

El último ejercicio del derecho internacional fue el Proceso de Núremberg. Ahora nada semejante será posible, al menos por el momento. La realidad del derecho internacional está sustituida por las organizaciones internacionales, que también se apropiaron de su nombre para servir de herramientas utilizadas por el soberano del superpoder.

El objetivo político de EEUU es obligar a Rusia a entrar en guerra contra Ucrania. Lo mejor sería que Rusia invadiera el país vecino. Para ello ya se hizo, si no todo lo posible, mucho. La invasión de Ucrania en Crimea podría ser otra opción, aunque no tan segura. EEUU se reserva un lugar por encima de los acontecimientos, eludiendo el papel de amigo o enemigo. Lo mismo tienen que hacer los países de la UE. Entonces, el mundo "seguro" "garantizado" por EEUU aumentará su precio. Entretanto, ambas partes del conflicto serán los países marginados, los países enemigos. Para casi todo el mundo lo serán los rusos, porque ni siquiera en Europa, por no hablar de los países como Malasia, distinguen bien entre los rusos y los ucranianos. Se dirá que los violentos rusos se pegaron entre ellos. Entonces hay que separarlos y meter a cada cual en su jaula. Primero criamos a los talibanes, ahora vamos a luchar contra ellos. Criamos a Saddam, luego le ahorcamos. Criamos al Estado Islámico, ahora lo bombardeamos. Pero todos vosotros (el Viejo Mundo en general, Europa Occidental, Oriental y Rusia en particular) sólo sabéis desatar guerras mundiales. Así que mejor estaréis bajo nuestra protección. Confiad en nosotros. Pero viendo lo que le está pasando a Ucrania nosotros no confiamos. Seguro que no estaremos mejor. Lo más probable es que ni existamos.

No debemos entrar en la guerra con Ucrania. No porque sean nuestros "hermanos" (esto nunca impidió a nadie) sino porque no tiene ningún sentido político. Están intentando hacernos creer que Ucrania es nuestro "enemigo" pero es un enemigo falso, aunque sus actitudes hostiles a veces sean muy convincentes. También es verdad que las tiene durante los últimos 20 años en los que nosotros nunca le hemos llamado la atención ni se lo hemos impedido. Difícilmente una guerra pueda corregir algo, todo lo contrario, contribuirá a que Ucrania termine de convertirse en nuestro enemigo gracias a los esfuerzos del soberano de superpoder. Entonces, tenemos que resistirnos. Y esto es lo que está haciendo Putin. Lo que ha hecho hasta el momento.

Pero si nos vemos forzados a entrar en la guerra deberá ser con el único objetivo posible – obligar a EEUU y los países de Europa a aclarar su postura de amistad o enemistad. Es su punto débil. Es difícil imaginar que EEUU pueda convertirse en amigo. Pero tampoco quiere ser enemigo: ambos estatutos le privan de la condición del soberano de superpoder. Si tuvieran que elegir, se derrumbaría todo: el dólar, su dominio en Europa (y en Rusia, por cierto, también). Así que mejor que se convierta en enemigo. Sobreviviremos. Y saldremos más fuertes. En cambio, necesitamos a algunos países europeos, no todos, en calidad de amigos. Aunque primero les tenemos que enseñar a ser amigos. Pero es posible, ya que EEUU tampoco puede ser amigo de ellos. No es el momento ni lugar apropiados para discutir objetivos militares. Pero la misma amenaza de la guerra (absolutamente real y creciente) ya plantea esta tarea política.

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Dejemos de delirar con el Mundo Ruso. No existe. Existe Rusia y la emigración, la diáspora y el exilio. Los rusos son una unidad política. Si no hay Estados de la nación política rusa, el llamado Mundo Ruso no existe. En el extranjero no hay rusos, hay rusoparlantes. En teoría sí que podría haber Estados de la nación política rusa. Por ejemplo, Bielorrusia. Como EEUU, Gran Bretaña, Australia, Canadá, Nueva Zelanda son Estados de la nación política anglosajona. ¿O no es el caso de Bielorrusia?  ¿Qué parte tomará en la cuestión de la guerra y la paz? Por no hablar de Ucrania. Novorossia posiblemente llegue a convertirse en Estado, pero tardará mucho en participar en la realidad política. Entretanto, la cuestión de la ampliación de la misma Rusia sí que es una cuestión de guerra y paz, aquí no funcionan ni la "democracia", ni el "derecho a la autodeterminación".

Dejemos de delirar con el "eurasismo" como una nueva "ideología" para Rusia.  No sólo porque, en realidad, no necesitamos ninguna ideología, acabamos de deshacernos de una, lo que necesitamos es la política, los correctos objetivos políticos compartidos por la población. Sino porque Eurasia no existe como Estado ni actor político. Tiene que haber (y hay) una política de Rusia en la región Asia-Pacífico. Allí tenemos que buscar amigos. ¿Podría serlo China? ¿Es real? ¿Es necesario?

Reflexionemos sobre lo real en la cuestión de la guerra y de la paz.

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