Tratado de no agresión germano-soviético, o siguiendo las huellas de los fautores del nazismo

© Sputnik / RIA Novosti / Acceder al contenido multimediaJoachim von Ribbentrop (a la derecha, archivo)
Joachim von Ribbentrop (a la derecha, archivo) - Sputnik Mundo
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Oleg Nazárov, doctor en historia, miembro del Club Zinóviev de Rossiya Segodnia

Hace 75 años, el 23 de agosto de 1939, la Unión Soviética y Alemania firmaron uno de los documentos diplomáticos más conocidos, el Tratado de no Agresión (en adelante, Tratado). Los políticos y periodistas occidentales suelen llamarlo, en vez de por su título oficial, el "Pacto Ribbentrop-Mólotov". En su momento acusaron a la URSS y ahora culpan a Rusia de que al suscribir el Tratado con la Alemania hitleriana, el Kremlin convirtió a nuestro país en un cómplice de los nazis para desatar la Segunda Guerra Mundial. Esta afirmación es una mentira descarada y cínica destinada a cargar la responsabilidad por el comienzo de la Segunda Guerra Mundial a la URSS, o sea hacer pagar justos por pecadores.

¿Quién soltó a Hitler de la "cadena de Versalles"?

En realidad, el nazismo alemán fue fruto de la tan decantada civilización occidental, mientras los verdaderos fautores de Adolf Hitler para desatar la segunda "matanza mundial" fueron las llamadas "democracias occidentales", lo cual se confirma con una desbordante avalancha de pruebas fehacientes. No es de extrañar, pues, que Occidente huya de ellas como alma que lleva el diablo.

Las primeras huellas en el camino hacia una nueva guerra las dejaron los británicos y los franceses poco después de la llegada de los nazis al poder en Alemania. Sólo medio año más tarde, el 15 de julio de 1933, Gran Bretaña, Francia, la Italia fascista y la Alemania nazi firmaron en Roma el Pacto de los Cuatro, un acuerdo de buenas intenciones y colaboración. Mientras a los dirigentes de la República de Weimar los habían mantenido bajo control Londres y París, a la Alemania nazi la incluyeron en seguida en el club de las grandes potencias y empezaron a hablar con ella de igual a igual.

Las democracias occidentales no se olvidaban de que Hitler había llamado a los germanos a lanzarse al este para conseguir recursos y conquistar el "espacio vital". Con el Pacto de los Cuatro el führer del Tercer Reich, además de conseguir un importante éxito diplomático, de hecho, inició la "marcha hacia el este", hacia los inmensos territorios de Rusia, lo cual respondía a los intereses de Londres y París, que incluso empujaban a los nazis en esta dirección. Es curioso que Occidente maldiga el "Pacto Ribbentrop-Mólotov" pero se cuide tanto de recordar el Pacto de los Cuatro que dio inicio a la política de "apaciguamiento del agresor" a costa de los territorios e intereses de terceros países.

También olvida el acuerdo naval anglo-germano firmado el 18 de junio de 1935 por los cancilleres de Gran Bretaña y Alemania, Samuel Hoare y Joachim von Ribbentrop, mediante el intercambio de notas. El acuerdo, muy ventajoso para Berlín, autorizaba la creación de una marina de guerra alemana, pero limitándola al 35% del tamaño de la Marina Real Británica, al mismo tiempo que otorgaba a Alemania permiso para iniciar el programa de construcción de submarinos de gran envergadura, lo cual violaba las limitaciones impuestas por el Tratado de Versalles.

El próximo esfuerzo para liberarse de la "cadena de Versalles" lo emprendió Hitler en 1936 al ocupar Renania arrebatada a Alemania en 1919. Londres y París lo pasaron por alto. Más tarde empezó la Guerra Civil en España, en la que Alemania e Italia apoyaron al general Franco. España se convirtió en un campo de juego donde los "superhombres" germanos adquirieron una valiosa experiencia combativa.

La confabulación de Múnich

El apogeo de la política de "apaciguamiento del agresor" fue el acuerdo firmado en septiembre de 1938 en Múnich por Hitler, el dictador italiano Benito Mussolini, el primer ministro británico, Arthur Neville Chamberlain, y su homólogo francés, Édouard Daladier. Los firmantes aprobaron la incorporación de los Sudetes (pertenecientes a Checoslovaquia) al Tercer Reich. Unos trozos del territorio checoslovaco se los consiguieron arrancar Hungría y Polonia, a la que Winston Churchill comparó con una hiena.

A Chamberlain y Daladier no les incomodaba lo más mínimo el hecho de que, junto a los sangrientos dictadores, acabaran de despedazar el territorio de un país democrático y pacífico estando ausentes los dirigentes del mismo y en contra de lo establecido por la Constitución checoslovaca. En cambio, se sentían muy contentos porque la URSS, a pesar de sus esfuerzos, no había podido ayudar a Checoslovaquia y, encima, se había quedado aislada en el escenario internacional.

El canciller británico se puso tan eufórico que olvidó su promesa dada a las autoridades checoslovacas antes de ir a Múnich: la de respetar los intereses de la República. En realidad, hizo lo mismo que los cancilleres de Alemania, Francia y Polonia en febrero de 2014, cuando tampoco se acordaron de las promesas dadas al presidente de Ucrania, Víctor Yanukóvich. En cambio, a Chamberlain no se le olvidó firmar con Hitler aquel 30 de septiembre la Declaración de no Agresión. Según el historiador Oleg Rzheshevski, estos documentos, al igual que uno idéntico firmado entre París y Berlín el 6 de diciembre de 1938, "eran, de hecho, unos pactos de no agresión".

Siguiendo el ejemplo de las grandes potencias, Dinamarca, Letonia, Lituania y Estonia también firmaron pactos de no agresión con Alemania. Es llamativo que los países bálticos no se maldicen por haberlo hecho.

En septiembre de 2013, la confabulación de Múnich y el "pacto Chamberlain-Hitler" cumplieron 75 años. Los motivos por los que Occidente y su "quinta columna" en Rusia no celebraron este aniversario son evidentes. Es más difícil, en cambio, entender por qué los medios rusos no hicieron mención alguna de este acontecimiento clave para el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Recordaré a mis olvidadizos colegas que Occidente está realizando una guerra propagandística y psicológica, total y sin cuartel, contra Rusia, y es más que un error "obviar la jugada" en este frente histórico…

La paja en el ojo ajeno

Durante la década de los treinta, hasta el 23 de agosto de 1939, las autoridades soviéticas estuvieron aplicando de forma insistente y consecuente la política de "seguridad colectiva". No fue la culpa, sino la mala suerte de Moscú que los esfuerzos de los "apaciguadores del agresor" la obligaran a renunciar a ella. El viraje del Kremlin en su política exterior vino precedido por las negociaciones tripartitas de las misiones militares de Gran Bretaña, Francia y la URSS en Moscú. La responsabilidad por su fracaso corresponde a británicos y los polacos. Aquéllos no estaban realmente interesados en negociar y sólo perseguían el objetivo de impedir el acercamiento entre la URSS y Alemania. Éstos, esperando en vano el apoyo de Londres y París, se negaron rotundamente a aceptar la ayuda militar de la URSS a pesar de que el hacha alemana ya estaba levantada sobre su país.

Es importante comprender que en agosto de 1939 no se trataba de repartir Polonia, Europa o el mundo entre la URSS y Alemania, se trataba de otra cuestión: a dónde lanzaría Hitler sus huestes tras la inminente derrota de Polonia: al este o al oeste. Se puede criticar a Stalin y su política interior, pero no se puede dejar de reconocer que, estando arrinconado, hizo la única elección correcta posible. Es más, fue más inteligente que los arrogantes e insolentes británicos, ganadores de múltiples batallas diplomáticas. Al firmar el Tratado con Alemania, Stalin obligó a París y Londres probar el fruto amargo de la política de "apaciguamiento del agresor", ganó tiempo para prepararse para la guerra con Alemania y libró el país de la amenaza de una guerra en dos frentes: el conflicto armado con Japón en Jaljin Gol aún continuaba.

"El pacto germano-soviético no fue una alianza sino un intercambio de promesas sobre la no agresión y neutralidad… Occidente armó mucho ruido en torno al crimen de la Rusia Soviética que firmó un acuerdo con la principal potencia fascista. Era difícil comprender los reproches de los políticos británicos y franceses, que habían contribuido activamente a la división de Checoslovaquia e incluso buscaban un nuevo acuerdo con Alemania a costa de Polonia", señaló el historiador británico Alan John Percivale Taylor.
No obstante, tales reproches de las personas que ven la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio siguen sonando hasta hoy.

El 31 de agosto de 1939, en la sesión extraordinaria del Soviet Supremo (Parlamento) de la URSS, el ministro soviético de Asuntos Exteriores, Viacheslav Mólotov, declaró:

"El Tratado de no Agresión entre la URSS y Alemania es un punto de inflexión en la historia de Europa, y no solo de Europa… Este tratado (al igual que las fracasadas negociaciones británico-franco-soviéticas) pone de manifiesto que ahora no se pueden decidir cuestiones importantes de Europa Oriental sin la participación activa de la Unión Soviética, que cualquier tentativa de burlar a la Unión Soviética y de decidir tales cuestiones a espaldas de la Unión Soviética está condenada a fracasar".

La URSS, excluida por Occidente de la participación en la solución de la crisis checoslovaca, volvió un año más tarde al escenario internacional en calidad de uno de los principales actores. Fue un éxito impresionante de la diplomacia soviética. Tenemos motivos para pensar si no deberíamos destacar el día 23 de agosto en el calendario histórico de Rusia. Desde luego, esta idea provocará una discusión acalorada. Pero hay una cosa indiscutible: hace 75 años las autoridades soviéticas no hicieron nada de lo que tengamos que arrepentirnos o avergonzarnos.

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