El precio de un futuro brillante en una cueva primitiva

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Las sanciones económicas y políticas contra Rusia afectarán a la propia Unión Europea, cree la copresidenta del Club Zinóviev, Olga Zinóvieva.

El precio que pagarán los países que se adhieren, sin ganas, a las severas sanciones impuestas por Washington a Rusia, es una cuestión merecedora de una especial atención de los profesionales de diferente índole, desde economistas y políticos hasta ecólogos y psiquiatras.

Es bien sabido qué precio pagarán los obedientes países de la Comunidad Europea que "de buena voluntad" se someten a las órdenes desde el otro lado del océano. Los Estados que no forman parte del famoso G-8 ya fueron amonestados con una "tarjeta amarilla" para avisarles de que si de repente esgrimen su soberanía e independencia les pondrán en su lugar, como lo hicieron, en su momento, bombardeando Yugoslavia, asesinando la población civil en Irak y Siria, reteniendo las reservas de oro de Francia y Alemania… Hay muchas maneras y las conocen de sobra los expertos de la sede de Langley y los consejeros de la Casa Blanca.

El mundo occidental y semioccidental (Ucrania, los países bálticos y países que formaban parte del Consejo de Ayuda Mutua Económica) recibirán una radiante perspectiva de calentarse con el gas de pizarra del Tío Sam, que nunca va de broma: si decide algo, así será. Aunque para ello hubiera que recurrir a métodos de extracción devastadores para el medio ambiente. Si los estadounidenses hicieron caso omiso del Protocolo de Kioto hace 15 años, ¿por qué iban a renunciar a sus principios hoy? Además, si uno piensa que deben reducir la población de Europa para liberar territorios para el país más importante del mundo encargado de instalar la paz, la democracia y la justicia en el planeta, su corazón se estremece de compasión y empatía.

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Occidente, semioccidente y las "minucias" de China o la India comprenden que si EEUU decidió que en Ucrania ha de haber paz, así será. Porque lucharán por la paz con manos ajenas y en el territorio de otros hasta no dejar piedra sobre piedra. Y no importa quién y cuánto pague por ello, por eliminar con carros de combate y bombas de fósforo a todos esos milicianos testarudos para que no vuelvan a entorpecer el avance del progreso e independencia llevados por EEUU, agitador incansable en todas las zonas problemáticas de la Tierra.

¿Quién, pues, es responsable de esta avalancha de desgracias que cayeron sobre la comunidad internacional? Si la guerra civil en Ucrania y las draconianas soluciones ‘pacíficas' no son culpa del gobierno de Poroshenko los liberales convencidos se ven forzados a culpar a la URSS que, presuntamente, creó Ucrania "de manera artificial".

En este caso surge, como un dolor de muelas incesante, una desagradable pregunta a la que, tarde o temprano, habrá que dar respuesta ante el Tribunal Internacional: ¿Quién es responsable de implantar y estimular, sin escrúpulos, el régimen fascista en Ucrania? ¿Quién responderá ante la humanidad por instigar a Ucrania a crear un Estado monoétnico, lo cual, traducido al lenguaje de sus bárbaras actuaciones, significa crear un Estado-gueto, una "reserva" en pleno centro de la civilizada Europa? ¿Quién tiene la culpa de exacerbar el colapso económico en los países europeos? Es evidente que los que quieren echar toda la culpa a la URSS y Rusia (fíjense, los rusos tenemos la culpa de todas las convulsiones históricas en el territorio del planeta a partir de la edad de hielo) deban manifestar un ingenio de ilusionista, o más bien, de granuja, para cuadrar las cosas que no cuadran. Según la lógica ucraniano-estadounidense resulta que los que murieron asfixiados en la Casa de los Sindicatos en Odesa se incendiaron a sí mismos; que los habitantes de Donetsk, Lugansk y Slaviansk bombardearon ellos mismos sus propias casas, que los refugiados se buscan la vida en Rusia pese a ser instigadora de la guerra…

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Y todos los periodistas, artistas, parlamentarios, funcionarios rusos incluidos en las listas negras del ilustrado Occidente y Ucrania son unos instigadores de la guerra contra una nación pacífica e independiente, encima saqueada por Rusia que dejó a los ucranianos supervivientes sin el gas…

Es difícil ser portador de paz, lo que intenta aparentar EEUU ofreciendo a todo el mundo un guiso propagandístico maloliente. Porque se ve obligado a espiar a los amigos y mentir como el barón de Münchhausen. Sólo que éste es un personaje simpático y sus aventuras son inofensivas. Mientras que las "aventuras" en las que el Tío Sam involucra a la comunidad mundial son de una espantosa brutalidad, descontrol y maniática obsesión de que la Tierra se sostiene sobre tres ballenas estadounidenses: la libertad y la independencia, como las entienden en EEUU, y una gorda hamburguesa.

Eso sí, la hamburguesa, la necesitarán, sobre todo después de haber impuesto a Rusia unas sanciones económicas y políticas de locura, nunca mejor dicho. Uno se queda pasmado ante la mediocridad de los sancionadores que actúan según un viejo chiste: "que se le muera la vaca al vecino aunque yo tenga que dejar de tomar leche".

Estas son las tristes reflexiones sobre el "futuro brillante" de los que hacen un flaco servicio al otro olvidándose de que en la completa oscuridad de la cueva llena de tigres hambrientos algunos caerán víctimas de su propia bestialidad.

En una Europa mal calentada y mal iluminada será fácil tropezar y caer en uno de los agujeros cavados para Rusia con sanciones políticas y económicas. Mientras tanto, Rusia se calentará y se iluminará como antes porque asume la responsabilidad por sus actos tanto ante sus ciudadanos como en el escenario mundial. Cosa difícil de afirmar en relación a la responsabilidad del Viejo Mundo y el Nuevo Mundo.

La psicosis masiva con la que contagiaron a la multitud ucraniana que se desvive para demostrar que no son rusos, que son diferentes, tiene una amplia gama de fenómenos agravantes y una gran virulencia.

Parece que no se sale de esta sin un buen psiquiatra. Y sobre todo es así porque el paciente es la parte del mundo occidental que ya está atravesando la "tercera edad" en la que se diagnostican las manías de grandeza y de persecución, fallos de memoria y la pasión por destruir. Destruir el mundo ruso que no necesita al Gran Hermano.

Por eso mis amigos, que piensan de una forma adecuada y con sensatez vuelven a sus casas en Alemania, Brasil, Francia, Grecia, Italia con las cintas de San Jorge atadas a las mochilas y planeando el próximo viaje a Rusia.

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