La guerra que volcó a Rusia

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La Primera Guerra Mundial supuso un punto crucial en la historia de Rusia. Aquella contienda quedó relegada al olvido durante largos decenios, aunque la derrota sufrida dio un trágico cambio al rumbo del país.

La Primera Guerra Mundial supuso un punto crucial en la historia de Rusia. Aquella contienda quedó relegada al olvido durante largos decenios, aunque la derrota sufrida dio un trágico cambio al rumbo del país.

La crisis

En vísperas de la Primera Guerra Mundial Rusia vivía momentos de auge. Era la quinta potencia del mundo, su industria siderúrgica avanzaba a pasos de gigante, cada día se abrían nuevas fábricas y plantas. Rusia exportaba cereales y maquinarias para la agricultura. Pero el arrollador crecimiento económico enfrentaba graves problemas. El vertiginoso desarrollo de los ferrocarriles era incapaz de satisfacer las necesidades del ejército. La reforma agraria iniciada por el entonces ministro del Interior, Piotr Stolipin, no había mostrado aún su efectividad. Aunque el nivel de vida en el campo había mejorado, la masa campesina estaba descontenta. Pero el problema más grave era de carácter social: desde 1905 Rusia estaba sumergida en un permanente proceso revolucionario.

La historiografía soviética simplificaba la lógica de la historia y estipulaba que el empeoramiento de la situación económica de las masas siempre provoca una revolución. No obligatoriamente. Una mejora de la vida, aunque solo parcial, puede producir una dinámica positiva. Pero el gobierno no confiaba en la eficacia de las reformas y ante las exigencias de la época solo era capaz de ceder. El 17 de octubre de 1905 el zar Nicolás II emitió un manifiesto con garantías de libertades civiles, pero no fue más que una concesión, llamada a mitigar el malestar social. El descontento popular siguió creciendo, hasta que un colapso ferroviario provocó la escases de pan en Petrogrado (actual San Petersburgo), la entonces capital rusa.

La tensión acumulada estalló, comenzó la Revolución de Febrero de 1917.

El emperador ruso, Nicolás II, fue en parte responsable de la crisis. La historia de la relación de la familia del monarca con el curandero, adivino y místico Grigori Rasputin resultó un detonador. Los historiadores han demostrado que Rasputin no ejercía una influencia determinante sobre el monarca, pero los intelectuales y los partidos políticos nacidos de la revolución de 1905 hicieron de este controvertido personaje y su amistad con la zarina un símbolo de la del régimen y de su incapacidad de cambiar.

Está demostrado que el rumor sobre Rasputin y su relación amorosa con la emperatriz fue una calumnia, pero inventos de esa índole y otros, más extravagantes aún, sacudían el país. Contaban, incluso, que la zarina por teléfono desde su residencia transmitía información secreta al propio kaiser alemán, Guillermo II. El absurdo llegó a tal punto que, cuando la esposa de Nicolás II de Rusia llegaba al Cuartel General, los oficiales callaban en su presencia para no revelar involuntariamente algún secreto militar. Más tarde, el líder del Partido Democrático Constitucional, Pável Miliukov, en su famoso discurso en la Duma de Estado (Parlamento ruso) en diciembre de 1916, acusó directamente a la joven zarina de preparar, junto con el entonces  primer ministro de Rusia, la firma de acuerdo de paz separado con Alemania. “¿Se trata de insensatez o  de traición?”, exclamó el político ante el hemiciclo. Nadie se atrevía a reconocer que los fracasos militares eran fruto de la incompetencia del alto mando y no de una traición.
Pero el más grave error político de Nicolás II fue su decisión de septiembre de 1915 de asumir el mando del Ejército y de trasladarse al Cuartel General.

 

Rusia siempre ha sido y es un país centralizado, y la ausencia durante años del jefe de Estado en la capital tuvo consecuencias nefastas. Cuando el emperador quiso volver, las tropas amotinadas ya no le dejaron entrar en Petrogrado. El 2 de marzo de 1917, después de que los altos cargos militares le convencieran de que no había otra salida, Nicolás II, incapaz de controlar la situación, abdicó de sus derechos y de los de su hijo, dando así fin a la dinastía Románov y a la Rusia imperial. Tras un breve período de gobierno liberal se instauró la dictadura bolchevique y comenzó la etapa soviética.

La guerra

El Imperio ruso no podía quedarse al margen de la Primera Guerra Mundial.

A las contradicciones ya existentes entre Rusia y Alemania se añadió la complicada coyuntura política internacional, pues el mundo se dividió en bloques antagónicos. El enfrentamiento era inevitable y lo único que se podía hacer era prepararse para él de la mejor manera posible.

Nadie pensaba en una contienda larga. Nicolás II y los altos cargos militares estaban seguros de que no tardarían más de tres meses en derrotar a los alemanes. Cuando Alemania declaró la guerra a Rusia, una ola de patriotismo recorrió el país. Los sucesos, sin embargo, no siguieron el cauce que  había previsto el zar y sus generales.

Los soldados rusos peleaban heroicamente y realizaban auténticas hazañas, pero los jefes militares no estaban preparados para una guerra moderna. La estrepitosa derrota en Prusia Oriental, donde  las tropas rusas combatieron por vez primera, se convirtió en el mayor fracaso militar del ejército del Imperio Ruso en la historia. Se quedaron cercados unos 100.000 efectivos; el comandante del ejército, el general Samsónov, se pegó un tiro; otro comandante, el general Paul von Rennenkampf abandonó el campo de batalla, mientras que en los lagos Masurianos Rusia perdió a sus tropas de élite, la Guardia Imperial.

Los oficiales de la Guardia siempre habían sido los primeros en enfrentarse al enemigo cuando la patria estaba en peligro, pero la pérdida de la mayor parte de los cuerpos mejor preparados y armados en los lagos Masurianos tuvo consecuencias dramáticas para Rusia. Cuando en Petrogrado tuvo lugar la revolución Bolchevique, el régimen monárquico se quedó sin respaldo, ya que en la capital sólo estaban las tropas de reserva formadas por campesinos en lugar de los regimientos de la Guardia leales al zar. Quedaban aquellos que se habían tragado el anzuelo de los bolcheviques, quienes les habían prometido la tierra. Los campesinos no sospechaban que esa misma tierra les sería arrebatada quince años más tarde.

Los acontecimientos del verano de 1917 representaron un golpe final para el desmoronado ejército ruso, cuando el Gobierno Provisional, cumpliendo con sus compromisos ante los aliados, en lugar de intentar mantener estable el frente, dio una orden de retirada que terminó en un caos. Cabe recordar también que el mismo Gobierno Provisional había decretado la creación de comités de soldados con el objetivo de democratizar el ejército, pero sólo logró desorganizarlo y desmoralizarlo. En 1917 Rusia ya no era capaz de sostener una guerra.

El tratado de Brest-Litovsk

Durante todo el siglo XIX Rusia fue aliada de Alemania, pero fue Alejandro II de Rusia (1881-1894) quien cambió bruscamente el rumbo de la política exterior rusa, orientándola hacia una alianza con Francia. No resulta casual en ese contexto que a principios del siglo XX en París se inaugurase el puente que lleva el nombre de este monarca ruso. La alianza política de Rusia y Francia más tarde se amplió con Gran Bretaña, formando así la Triple Entente. El mundo quedó polarizado. Alemania declaró que su pueblo necesitaba más espacio vital y los intereses políticos y económicos terminaron prevaleciendo sobre los familiares, pese a que Nicolás II de Rusia y Guillermo II de Alemania eran primos hermanos.

Rusia cumplió con sus compromisos ante los países de la Triple Entente. El mariscal francés Ferdinand Foch escribía que si no hubiera sido por Rusia, París habría caído y los franceses habrían perdido la batalla del Marne. El ejército ruso obligó a los alemanes a trasladar  un gran número de tropas del Frente Occidental al Oriental. Pero cuando Rusia aceptó firmar el tratado de paz de Brest-Litovsk, para sus aliados resultó una traición. Los rusos ni siquiera participaron en la firma del Tratado de Versalles que ponía fin a la Primera Guerra Mundial.

Las fuerzas de Rusia estaban agotadas, ya no podían seguir con la guerra. El pueblo y el ejército estaban exhaustos por cuatro años de conflicto.
Como resultado, Rusia firmó en marzo de 1918 en Brest-Litovsk el tratado de paz con Alemania. Según las condiciones del documento, Rusia, obligada a suministrar millones de toneladas de cereales y carne, prácticamente alimentaba al ejército alemán, además de haber renunciado a gran parte de su territorio. El cínico de Vladímir Lenin decía entonces: “No pasa nada, pronto vendrá la Revolución Mundial”. La Revolución Mundial no vino, pero la revolución alemana en noviembre anuló este tratado.

Una guerra olvidada

La Primera Guerra Mundial pronto cayó en el olvido en Rusia. Bastarían los dedos de una mano para contar los monumentos erigidos en la extensa geografía rusa en homenaje a los caídos en la Gran Guerra. En cambio, en Europa la Primera Guerra Mundial está más presente en el recuerdo que la Segunda: casi en cada pueblo británico, belga o francés hay un memorial a los soldados de la Gran Guerra. En Rusia este conflicto fue eclipsado por la Revolución y la Guerra Civil Rusa, y el régimen soviético hizo todo para borrar su memoria.

La llegada de los bolcheviques al poder fue resultado directo de los conflictos y tragedias ocasionadas por la Gran Guerra. Si no hubiera estallado, la historia mundial habría tomado otro rumbo. Pero la historia no tiene marcha atrás.

*Serguéi Mironenko, director del Archivo Estatal de la Federación Rusa, Doctor en Historia

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