A este tipo de armas se las denominaba 'municiones especiales de demolición atómica' (SADM, por sus siglas en inglés) y eran armas nucleares que cabían en una mochila.
"Todos sabíamos que era una misión sin retorno, una misión suicida", afirmó Mark Bentley, de la ciudad de De Pere, en el estado de Wisconsin (EEUU).
"Puede que no te hayas dado cuenta de que alguna vez hicieron bombas de la clase A lo suficientemente pequeñas para que un hombre las llevara, pero las hicieron. Tenían una, llamada W54, que cabía en una bolsa de lona. Tenía una décima parte de la capacidad destructiva de la bomba que lanzaron sobre Hiroshima un cuarto de siglo antes, pero sin el beneficio de que pudieras marcharte en un avión antes de que estallara. También había una más grande que cabía en un tambor de unos 200 litros, dos o tres veces más potente que la que se podía llevar en la espalda", recuerda Bentley.
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"El problema era que el alcance de la explosión era mayor que su trayectoria", comenta el exmilitar. En otras palabras, era imposible salir fuera de su alcance antes de la explosión.
En teoría, se podría programar el temporizador del explosivo para que te diera tiempo suficiente para huir de una manera segura, pero en ese caso alguien tendría que quedarse atrás, explica Bentley.
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Aun así, el explosivo nunca fue usado en combate real. Todo se limitó a prácticas, tanto en EEUU como en Europa. Tal vez el Ejército podría decidir que sería mejor que las armas nucleares fueran lanzadas desde los aviones, o tal vez la amenaza de ataque disminuyera a medida que la Guerra Fría comenzaba a apagarse, ahora no queda claro. En cualquier caso, Bentley no se sorprendió.
"Apostaba a que ellos nunca lo harían", concluye.