De los 1.029 tripulantes, fallecieron 323, prácticamente la mitad de las 649 bajas argentinas en toda la guerra. Volonté se encuentra entre los que pudieron vivir para contarlo. Según relata en diálogo con Sputnik, hoy puede mirar hacia aquel "momento durísimo", sin "escozor o molestia".
"Es una cosa que me tocó pasar en la vida. Tuve la suerte, de poder dejarlo atrás y seguir caminando para adelante. Sé de dónde vengo, pero no me olvido hacia dónde quiero ir. Aprendí que de este momento van a surgir otros mejores siempre y cuando esté centrado", dice.
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Cuando los misiles del submarino británico Conqueror dieron contra el barco, Volonté estaba en la sala de máquinas. De aquel momento, recuerda el fuego, las aguas con sensaciones térmicas de entre 15 y 20 grados bajo cero, las balsas de salvataje en medio del oleaje inclemente del sur del mundo, donde el viento sopla como en pocos sitios.
"Nos pudimos salvar aunque se nos desinflaba la balsa. Nos tapó la ola y quedamos debajo del agua unos cuantos segundos. La balsa se podía ir abajo y ahí se terminaba todo; pero volvió a superficie. Íbamos recargados", recuerda Volonté.
"Yo estaba en la sala de máquinas, una zona bastante desfavorable, pero tuvimos la suerte de escapar, de poder acertar a la balsa, de aguantar el frío, de que nos encontraran y de que nos buscaran. Todo eso generó una sensación en mí de tener una segunda oportunidad y aprovecharla lo mejor posible", prosigue.
"En estos momentos son más los que se suicidaron que los que murieron la guerra. A nivel mundial y como experiencia humana es un estrés enorme pasar por una situación bélica", apunta.
A la distancia, el hundimiento del ARA General Belgrano no es una situación que lo disturbe, asegura, porque los años que han pasado le han permitido recordar el hecho "con otra forma de equilibrio y otra madurez".
"A medida que pasa el tiempo, lo que uno está viviendo es de regalo. La perspectiva es otra, es una experiencia fuerte el tema de pasar una guerra y sobrevivir", afirma.
Su técnica era "muy natural", pero gracias al maestro José Crea —reconocido barítono del Teatro Colón— aprendió "las primeras bases para cantar con el menor esfuerzo posible, conocer la proyección de la voz, bien apoyado".
"Crea me metió la idea de que tenía un billete de lotería, que de acuerdo a cómo lo trabajara y cómo se presentara la vida, uno podía llegar a tener un premio de un determinado tamaño. El que yo siempre soñaba era vivir de esto, pero logré mucho más", evoca.
El talento se sumó al azar. Uno de sus clientes de aquel momento era un referente de la colectividad valenciana de Buenos Aires, a quien le transportaba las paellas enormes que preparaba para las romerías de la ciudad. De modo jocoso lo llamaba "Pavarotti" y lo invitaba a cantar zarzuelas en aquellos eventos. En estas instancias informales empezó a "tener conciencia" del efecto que provocaba en el público.
Este valenciano, también constructor, le comentó casi por casualidad que entre sus clientes estaba un apasionado de la ópera, abonado al Teatro Colón. Un día fueron a recoger unos escombros a su casa. El entendido le hizo cantar un aria de zarzuela y se dio cuenta de tener enfrente a un diamante en bruto.
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Enseguida llamó a Carlos Gusmerotti, quien se transformó en el mecenas principal de Volonté. El cantante recuerda que había tragado el polvo de los escombros, pero se tomó un vaso de agua y cantó nuevamente un aria.
"Empecé con un concierto en el Teatro San Martín de Buenos Aires. Luego un director de orquesta escuchó hablar de mí, me llevaron a una grabación, esa grabación llevó a otra… luego empezaron a pasarse ese material entre gente que armaba espectáculo. Así, una mano lava la otra y las dos lavan la cara, así fue la cosa que se fue sumando", resume Volonté.
Gusmerotti también armaba conciertos, y le permitió debutar con arias de Tosca en el Festival Internacional de Música Clásica que se hizo con la Orquesta Sinfónica de La Habana tanto en Argentina como en Cuba en 1996.
"Todo eso en el fondo es parte de la vida y uno tiene que aprender a trascenderlo. Esa es la parte espiritual que me ha permitido atravesar, a poder tratar de sobrevolar. El mundo del arte, la enseñanza, la maestría de aprender a cantar. En nuestro oficio, cantar bien es un oficio de maestría, no en el sentido soberbio de la palabra sino en el sentido de aprender un oficio", opina.
Luego vino La Scala, de Milán, y la Ópera de París. Pero Volonté afirma no haberse puesto "ninguna vara" para medirse, más que vivir el momento y "conectar con el público". Para él, todo concierto es importante, sea "una noche del Colón o un evento en un pueblo chiquito del interior de Argentina" o la cumbre de presidentes iberoamericanos en Mar del Plata en 2010.
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"Todos los momentos son importantes, tanto ese momento anónimo como el momento más expuesto, eso es lo que trato de vivir, que se da inconscientemente por la experiencia que uno va teniendo en la vida. Busco que desde que me levanto hasta que me acuesto, e incluso durmiendo, todo sea importante", resalta.
Entre todas las arias que interpretó, hay una que tiene un significado especial. Se trata de 'Alta en el cielo', la canción de la bandera argentina, una pieza de 'Aurora', la ópera nacional argentina. Sus versos son los que cantan los escolares todas las mañanas al izar la bandera y cada tarde al arriarla.
Su agente, Pía Sebastiani, difundió el debut con una frase original: "Veterano de guerra le canta a la bandera nacional en el Teatro Colón". Pocas palabras que generaron "un maremoto" antes de la presentación e hicieron que una ópera argentina se volviera "conocida mundialmente".
"Cantar eso en el Colón era tocar la fibra y la infancia de toda la gente de las más de 3.000 personas que estaban escuchando", recordó.
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Hoy, Volonté busca el equilibrio en su carrera e intenta ir lo más posible al interior de su país, donde las olas migratorias europeas —particularmente española e italiana— han favorecido la popularidad de piezas de zarzuelas y óperas. A finales de abril comenzará una gira por la provincia de Córdoba y en el interior del país, continuando una tradición que grandes voces del género como Beniamino Gigli y Enrico Caruso, que se adentraron en la Argentina profunda.
"Es una cosa que se lleva en los genes, es muy impactante, tiene esa cosa circense de la voz en vivo que asombra al público y a uno, porque emocionar es el trabajo principal de nuestro arte", concluye.