ANÁLISIS DEL RETRATO Y SUS ENIGMAS: EL AUTORRETRATO OCULTO DE LEONARDO DA VINCI

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La tarea de documentación previa a elaborar mi novela  “El Secreto de Monna Lisa” y el estudio de la polifacética personalidad del genial Leonardo Da Vinci me llevó a la íntima convicción de que el propio autor de “La Gioconda”  se encontraba representado en su más emblemático retrato en un lugar tan enigmático como él mismo. Y que para hallarlo no bastaría el conocimiento de su técnica pictórica. No sería suficiente mirarlo como lo miraría un experto en arte, los numerosos intentos realizados por investigadores, así lo demuestran. Se hacía necesario ir más allá de la pura técnica. Había que mirar con sus propios ojos su obra más querida para conocer el lugar que hubiera elegido para reposar eternamente.

Tras un minucioso estudio de diversas reproducciones del cuadro mundialmente conocido como “La Gioconda” he llegado a la conclusión de que en el mismo  se encuentra oculto  el autorretrato del maestro Da Vinci correspondiente a la época en la que realizó la obra (1503-1506).

Una ocultación que cuenta con una cómplice: la mujer retratada, única conocedora de su secreto y cuya efigie atrae hacia sí la mirada del observador protegiendo la latente y velada presencia del retrato del autor, colaborando con su presencia en primer plano a mantener el secreto. A nadie se nos oculta que la actitud que muestra la modelo del retrato conocido por La Gioconda es de una sutil complicidad y en los propios textos de Da Vinci encontramos apoyo a esta hipótesis:

 “La actitud de las figuras se ha de poner con tal disposición de miembros, que ella misma dé a entender la intención de su ánimo.”
( Precepto CCXVI del “Tratado de la Pintura” de Leonardo Da Vinci)

Por lo que no resulta descabellado afirmar que la actitud de la dama nos invita a sospechar bien una complicidad con el pintor, bien con el observador o, incluso, con ambos.

Estas afirmaciones las baso en las sentencias del propio Leonardo recogidas en su “Tratado de la pintura”, como por la propia naturaleza de las figuras, perfectamente distinguibles,  que considero fueron hechas por voluntad del autor, tratándose por tanto, no de unas “manchas casuales” sino de juegos ópticos realizados en las montañas, tan acorde con su mentalidad y enseñanzas.

“...A mayor distancia se perderá de vista el término o contorno de los cuerpos que tengan una media tinta, si insisten unos sobre otros, como árboles, barbechos, murallas, ruinas, montes ó peñascos;....” (Precepto CCCXXXI)

 Más aún, las montañas en las que sitúo el autorretrato de Da Vinci, no cumplen los preceptos que él mismo dedica a la representación del color de las montañas (p.ej.):
“Precepto CLXIII: Del color de las montañas.
Quanto mas obscura sea en sí una montaña, tanto más azul parecerá a la vista; y la que mas alta esté, y mas llena de troncos y ramas será mas obscura...”

Y lejos de presentar una apariencia azul, por el contrario, cumple lo indicado para los rostros humanos:
“...mas lo que yo encargo al Pintor con todo cuidado acerca de los rostros es, que considere cómo en diversas distancias se pierden diversas qualidades de sombras, quedando solo la mancha principal del obscuro, esto es, la cuenca del ojo y otras semejantes; y al cabo queda todo el rostro obscuro, porque se llegan á confundir todas las luces,... “ (Precepto CCCXXVII: De las manchas de sombra que se dexan ver en los cuerpos desde lexos).
“En las figuras y demas objetos remotos de la vista solo debe poner el Pintor las masas principales de claro y obscuro sin decision total, sino confusamente;...” (Precepto CCCXXXIX: De las encarnaciones y de los objetos remotos de la vista).

LOCALIZACIÓN DE LAS FIGURAS

Se trata de tres rostros humanos “sucesivos”,  que corresponderían, en mi opinión, al del propio Leonardo Da Vinci en diferentes etapas de su vida (juventud, madurez y futura senectud).

Tales figuras se hallan ocultas en el retrato de “La Gioconda” en las montañas  a la izquierda del observador situadas a la altura del hombro de la figura central. En ellas, como a continuación expongo, se encuentra el autorretrato, que a su vez  se conforma de tres rostros “encadenados”.

 La imagen nº 1, y que procedo a analizar a continuación, sostengo que está compuesta por tres rostros encadenados;  cada uno, a su vez, da forma a la frente de la siguiente figura, y así sucesivamente.

En la imagen nº 2 puede apreciarse el rostro de un hombre tumbado, con larga melena canosa, abundante barba y bigote. Obsérvese el detalle del prognatismo de la ceja superior y el detalle de la nariz, en color más claro. En mi opinión este rostro corresponde al autor del cuadro, Leonardo Da Vinci y supondría un autorretrato correspondiente a los años 1503-1506.  Compárense los rasgos de la fisonomía del retrato realizado por otro artista a Leonardo Da Vinci, unos años antes de emprender la Gioconda, con los del rostro que aparece tumbando junto a la mujer retratada. Es de destacar la correspondencia y similitud de los arcos supraciliares y tamaño y forma de la nariz, pómulos, frente, labios y distribución del cabello. 

A continuación se muestra en  la ilustración nº 4  que constituye la frente del autorretrato, y podría representar   a un Leonardo aún imberbe.

Este tercer rostro (ilustraciones 6 y 7) que parece representar a un anciano, asume y se compone de los dos anteriores, pues cada uno, a su vez, corresponde a la frente de la siguiente figura, y así sucesivamente. 
Posiblemente el autor del cuadro quiso representarse a sí mismo a través del tiempo: en su juventud,  la madurez (momento al que corresponde la ejecución de La Gioconda) y en su  futura pero próxima senectud, a la que tanto temía.

TRIDIMENSIONALIDAD DEL RETRATO DE “MONNA LISA”

“Entre las figuras de una historia la que se pinte mas próxima á la vista se hará de mucho mas relieve,...” (Precepto XCII)

 “El oficio de la Perspectiva lineal es probar con medida y por medio de líneas visuales quánto menor aparece un segundo obgeto respecto de otro primero,...”  (Precepto CCCXXII)

Este párrafo y similares del “Tratado de la Pintura” del propio Da Vinci, me hicieron considerar la seria posibilidad de que él mismo experimentara en sus obras tales efectos ópticos, fruto de su investigación de la fisonomía del ojo y de la visión binocular.
Sobre todo, habida cuenta de su gusto por los acertijos, por lo desconocido y su insaciable curiosidad.
Pero la hipótesis de la tridimensionalidad del retrato de La Gioconda aún quedaba más apoyada en las precisas instrucciones que deja escritas el maestro florentino para poder “disfrutar” de una figura plana como en relieve:

“Es imposible que una cosa pintada parezca á la vista con tanto bulto y relieve, que sea lo mismo que si se mirára por un espejo... como ésta no se mire con solo un ojo. La razon es, porque como los dos ojos ven un obgeto después de otro,... Pero en cerrando un ojo,...la visual entonces nace de un solo punto, y hace su base en el primer cuerpo; por lo qual siendo el segundo de igual magnitud, no puede ser visto.” (Precepto LIII).

 Y, efectivamente, si observamos con un sólo ojo (con el izquierdo) una reproducción del cuadro “La Gioconda” a tamaño natural, se produce un efecto tridimensional en el que parece avanzar hacia nosotros la figura principal y prolongarse en profundidad el paisaje. Les invito a comprobarlo. Bastará unos treinta segundos para que nuestra visión se adecue y progresivamente se irá produciendo un suave efecto de tridimensionalidad, pero increíble para su época y absolutamente genial.

Todas las citas que en este informe aparecen respecto al “Tratado de la Pintura” están referidas a la reproducción llevada a cabo por el Servicio de Reproducción de Libros de Librerías “París-Valencia” de la edición de 1784 de D. Diego Antonio Rejón de Silva, de la que se ha respetado su ortografía original.

©Todos los derechos reservados.
Dolores García Ruiz

 (Este informe está inscrito en el Registro General de la Propiedad Intelectual con el número 00/2001/11250) 

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