La guerra por el cuerno de la abundancia

© Sputnik / Vladimir Trefilow / Acceder al contenido multimediaTimoféi Serguéitsev
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Timoféi Serguéitsev, miembro del Club Zinóviev de Rossiya Segodnya, cree que las sanciones rusas en respuesta a las impuestas contra Rusia por los países de Occidente tienen que ser concebidas como una contraofensiva.
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Que estamos en situación de guerra (en la concepción moderna de la guerra como actividad multidimensional y sistémica con el objetivo de eliminar el Estado enemigo) viene confirmado por la presión abierta que EEUU ejerce sobre Europa Occidental (económicamente desarrollada) para que ésta se comporte con respecto a Rusia de forma "perjudicial" para ella misma. Está claro que la "obediencia" de Europa no es sólo fruto de la presión y pretensión estadounidense de "cobrar la deuda" por haber estado defendiendo el mundo durante años de la amenaza soviética y rusa (da igual si real o imaginaria). Tiene que haber un motivo positivo. Este motivo consiste en una promesa, por parte de EEUU, y una expectativa, por parte de Europa Occidental, de percibir compensación por los perjuicios e incluso ventajas estratégicas a la hora de saquear y repartir el territorio ruso tras haber aniquilado a Rusia. Ambas partes actúan con seguridad sabiendo que no será la primera vez, ya tienen experiencia en ello. El ciudadano de a pie de la Europa no tan occidental ni tan desarrollada ya se cree, manipulado por la propaganda, que acabarán con Rusia dentro de un par de años, a más tardar. De hecho, a Ucrania le han prometido un buen trozo del "pastel", de ahí que esté tan animada. Así que es inútil contar con que podremos ponernos de acuerdo con los europeos si no queremos pactar las condiciones de nuestra propia destrucción. Nuestras sanciones de respuesta tienen que ser concebidas como una contraofensiva dentro de la lógica militar.

La situación militar representa un eficaz estímulo para el desarrollo que supone tanto un fortalecimiento del poder como un crecimiento económico, aunque no tenga nada que ver con la propaganda político-económica de corte populista que promueve los ingresos parasitarios y el consumo desenfrenado e inconsistente, cuyos efectos estamos experimentado actualmente. Esta es la herramienta del enemigo moderno para manipular a la población rusa. Otra herramienta es la propaganda dirigida a nuestras élites y articulada en torno a la idea de una inevitable "división internacional del trabajo" que, supuestamente, determina (de haber aceptado tal sistema y nuestro lugar en él) el grado de nuestro desarrollo y sus perspectivas. Por lo tanto, conviene recuperar las ideas político-económicas reales que permitan evaluar, de forma adecuada, nuestra situación y la gravedad del problema.

Subrayamos que se trata precisamente de la economía política, es decir de los efectos sociales de la organización de las actividades económicas (y otras actividades), o sea, de la influencia de la economía en la distribución del poder y, al revés, de los objetivos sociales y económicos del poder, en particular en una estructura social fundamental, que acondiciona el propio poder, como el Estado. Las teorías económicas como tales cobran sentido sólo en el marco de una estrategia político-económica en calidad de uno de sus métodos.
Los factores convencionales de la economía política son las finanzas (gestión del intercambio), el territorio (recursos naturales e infraestructuras), el trabajo (actividad humana enajenada en función de la producción de bienes, incluidos los conocimientos y las tecnologías). Dependiendo de los objetivos principales de la teoría (y, por consiguiente, de la ideología), se hace hincapié en estos u otros factores.

Antes de la revolución industrial, cuando la producción básica era la agraria, la jerarquía de los factores tenía el siguiente aspecto: territorio (tierras, infraestructura de transporte, posibilidades de irrigación, fortificaciones militares), finanzas (posibilidad de realizar el comercio especializado) y, sólo en tercer lugar, el trabajo, cuyas características dependían de las de la población (básicamente su existencia y la magnitud). El objetivo político-económico consistía en ampliar el territorio y activar el comercio. La población se desarrollaba sola.

La revolución industrial, impulsada por el conocimiento científico, puso en el primer plano el trabajo. Su desarrollo (del objetivo del trabajo, sus medios y la organización funcional) se convirtió en el mecanismo del desarrollo de la economía y la política global. Este fenómeno quedó reflejado en la economía política inglesa: desde William Petty, David Ricardo y Adam Smith hasta Karl Marx, quien, lógicamente, declaró el trabajo como la fuente del valor. Es válido también lo contrario: los intentos de frenar e impedir la propagación de las tecnologías (a lo que se está dedicando EEUU actualmente con respecto a la economía global) conducen al regreso real a las ideas de la primacía de las finanzas en la organización político-económica (justificación de los derechos de la oligarquía) y del régimen feudal, o sea de la lucha por el territorio visto como la fuente del bienestar y poder (lo cual requiere la aniquilación física de los Estados existentes). Todo ello se hace, por supuesto, bajo los eslóganes de rechazo hacia uno y hacia lo otro, en la tradición de la mentira "dialéctica". De ahí el rechazo a Marx por "comunista".

¿Qué características tiene la economía política de este "regreso" a la etapa "prelaboral"?

El dogma proclamado es el siguiente:

Existe una élite mundial (un porcentaje mínimo de la población),
su personal de servicio (un 20%)
y una población inútil.

La existencia de esta última categoría se ve amenazada por el principio descrito por el científico británico Thomas Malthus: no hay suficientes recursos para su subsistencia, tendrá que ser consumida por las crisis, guerras y epidemias. Es inevitable y, por lo tanto, su eliminación deberá ser organizada a conciencia, deberá convertirse en una política. Este último punto oculta una clara contradicción. Toda la historia del desarrollo de la economía muestra un avance hacia la liberación del hombre de las limitaciones impuestas por la naturaleza (en la economía política prelaboral la naturaleza se entendía como el principal factor "económico"), mientras que el desarrollo tecnológico conduce al crecimiento natural negativo de la población, cuando hay que mantenerlo de forma artificial. Es decir, el mecanismo biológico de regulación de la magnitud de la población es sustituido por un mecanismo gestionado por el hombre. Y aquí no hay lugar para las ideas de Malthus, por mucho que las promuevan Dan Brown y otros seguidores del primer gran ecólogo.

El problema está en que nadie piensa en suprimir el trabajo (la actividad). Todo lo contrario, sigue desarrollándose y siendo la fuente de la riqueza y el poder. Basado en este hecho histórico, el mensaje de Marx consistía en que es precisamente el trabajo el que tiene derecho a una parte justa a la hora de repartir el producto. Para comprender la situación actual hay que ir más lejos y decir que el trabajo tiene derecho a una parte real del poder, como lo tenía el legionario de la Antigua Roma. El conflicto entre el trabajo y la oligarquía no por el reparto del producto sino por el poder se está gestando entre China y EEUU, y no solamente entre ellos. El principal problema de las oligarquías (léase de EEUU) no sólo no desapareció sino que se agravó: cómo controlar el trabajo y ejercer el poder sobre él sin caer en dependencia del mismo. Entretanto, Marx exigió dar un paso en la dirección correcta, subjetivizar el trabajo (eliminar la enajenación, según él). Debido a las restricciones terminológicas del lenguaje económico y de Marx, la cuestión sobre el poder del trabajo se interpretó como la supresión de la propiedad privada (del poder privado) y la transición a la dictadura del proletariado (nunca realizada).

Como medida provisional, el trabajo ha sido trasladado a los países débiles y pobres. Pero la cuestión persiste: cómo controlar el trabajo, ahora ya a nivel global, fuera de un Estado concreto.

La URSS representó un intento de plantear la cuestión sobre el poder del trabajo en un plano práctico, pero muy pronto ese intento fue abortado y sustituido por el llamado "poder popular". Mientras tanto, su realización no habría tenido nada que ver con la revolución mundial de Trotsky (aplastada con represalias) ni con la construcción del capitalismo estatal (llevada a cabo con éxito y finalizada en 1991). ¿Cuál es el verdadero problema, el problema de la autoafirmación del propio trabajo, no del poder sobre él?

Aquí hace falta regresar a la promesa inicial de la ciencia, a saber: a la promesa de inventar el cuerno de la abundancia. La ciencia tiene por objetivo modificar la experiencia, impulsar el desarrollo de la actividad del hombre y sus resultados. El medio universal para hacerlo es el tratamiento y la manipulación del conocimiento. El hombre tiene que someterse al conocimiento, esta es la esencia del último. Al final, se crea una máquina que produce todo lo necesario para todos. Pero la máquina no necesita a todos, precisamente gracias a su eficiencia, a la esencia de la promesa. A los que sí necesita, los que trabajan, son sometidos a la máquina mucho más que los esclavos a su amo o los campesinos a su señor. El intento de extender la condición de trabajador a todos lleva a restarle importancia y a la discriminación de los derechos de los que realmente trabajan. Aún si reconocemos la exclusividad del trabajo real en cuanto a su derecho a la parte del producto (cosa que no se consiguió en la URSS), esto no soluciona el problema de su relación con el poder. El trabajo comprende una inversión de horas de vida, como el servicio militar. Las relaciones entre personas en el ámbito laboral (su jerarquía interna) se diferencia radicalmente de las relaciones fuera de él. Los trabajadores son una casta. Pero su papel político aún está por determinar.

Entonces, el cuadro real de la economía política del cuerno de la abundancia se presenta de la siguiente manera:

— están los que controlan el trabajo y el cuerno de la abundancia, el poder que somete al trabajo
— están los que trabajan para llenar el cuerno de la abundancia
— están los que no trabajan pero son alimentados (la pequeña mayoría)
— están los demás, que no son alimentados (la gran mayoría)

Esta estructura real se diferencia esencialmente de la proclamada por el poder oligárquico (descrita arriba) y se enfrenta a los problemas reales completamente distintos.

El poder utiliza el cuerno de la abundancia para globalizar el poder. Los mecanismos globales del poder se usan para controlar el trabajo. Al mismo tiempo, la ideología exalta la iniciativa emprendedora, no el trabajo, impidiendo de esta manera el reconocimiento del último e imponiendo la ética prelaboral y la filosofía del poder y la sociedad.

El trabajo tiene representantes políticos, por ejemplo China. La URSS no consiguió cumplir con esta misión y, como consecuencia, se derrumbó. Pero el poder del trabajo aún está por consolidarse (no tiene nada que ver con la ideología de la dictadura del proletariado).

Los que son alimentados apoyan el poder (que les alimenta, según ellos creen) y odian el trabajo. Para ellos se inventa la "ocupación": desde la imitación del trabajo hasta las tecnologías "del ocio", como Internet, juegos, drogas, turismo y democracia. Tienen que temer pasar a la categoría de los que no son alimentados. En este sentido el problema de la organización social es idéntico tanto en la versión del "comunismo" real como en la de la "libertad democrática".

Los marginados tienen que vivir en los guetos, al borde de la supervivencia. Los controla la policía, dentro del Estado, y las Fuerzas Armadas y mercenarios fuera de él.

Imaginémonos ahora que en la estructura político-económica global (denominada con poco acierto "geopolítica", donde lo económico se identifica con el territorio global) en vez de un solo cuerno de la abundancia, existen dos, o más. Es esto lo que queremos para nosotros (tener "nuestro propio" cuerno de la abundancia) y para el mundo, un mundo multipolar (los marginados no son un polo) ¿no es verdad?

Es fácil ver que tal enfoque representa el conflicto de una guerra mundial en el contexto de la intensificación de los problemas reales del poder global. Ya que el cuerno de la abundancia en la política prelaboral es, al mismo tiempo, el medio para conseguir el poder global y la fuente de su crisis. La posibilidad para nosotros de conseguir lo deseado habiendo empezado el camino más tarde existe sólo si solucionamos el problema del cuerno de la abundancia, el problema del trabajo. La idea de seguir la trayectoria del poder global hacia la economía política prelaboral es un notorio fracaso. Regresar a la URSS (en la práctica) y a Marx (en la teoría) no aportará nada ya que no ofrecen un enfoque radical ni un planteamiento claro del problema. Hay que seguir avanzando.

A saber:

Hace falta separar el trabajo real (con toda su complejidad interna) de las imitaciones del trabajo (el llamado "empleo") y del ámbito de las actividades autónomas. Naturalmente, no se podrá hacer a base del Código de Trabajo vigente.

Los derechos políticos tienen que pertenecer sólo al trabajo, incluido el servicio militar y estatal. También le pertenecen todas las formas de organización política.

El trabajo será remunerado.

Las actividades libre y autónoma se autogestionan y se remuneran mediante sus propios recursos. Son protegidas por el poder pero no poseen el poder.

Los que lo deseen podrán vivir sin trabajar cobrando un subsidio pero no tendrán remuneración ni derecho alguno.

No habrá marginados. Este es el primer principio de la solidaridad y del socialismo.

Comprendemos que el trabajo real será efectuado por una minoría. Pero es la minoría que siempre ostenta el poder real.

Para finalizar hace falta aclarar el concepto de la llamada "división internacional del trabajo" (DIT). El significado real de esta exigencia de la economía política consiste en la creación de las condiciones para que el poder prelaboral pueda controlar el trabajo, según ya hemos demostrado. Además, la exigencia de la DIT supone un reparto desigual del producto. Lo importante aquí es que no se trata de la "especialización, la complicación funcional de la actividad" sino del trabajo en general, es esencial.

Por otra parte, esta expresión está desprovista de contenido. La idea del trabajo consiste en que la energía, la fuerza y la vida se sustrae al individuo para convertirse a la "energía" abstracta de la actividad, esta es la metafísica del trabajo. Está claro, pues, que la "división" del trabajo no es su característica concreta sino la manera ideal de su existencia ideal. De ahí el carácter axiomático del uso de este concepto en la teoría. El trabajo nace (lógicamente) en el proceso de su "división" (pérdida de la integridad y de la relación con el resultado) hasta llegar a convertirse en operaciones simples, en cadena, que ya no tienen prácticamente ninguna conexión con el producto final. El trabajo es abstracto y no supone ninguna división más, ya que esta división ya es un hecho. El trabajo completamente dividido representa un conjunto de átomos de trabajo idénticos y unidimensionales. En cambio, la actividad, su desarrollo, la especialización y, al mismo tiempo, su universalización, sí tiene un carácter histórico y la capacidad de extender sus efectos a todo el sistema. Esto es un equilibrio "dialéctico" de las categorías que resulta eliminado del término DIT. Pero hablando de la actividad y de los procesos de su desarrollo no se pueden obtener los efectos ideológicos inmediatos como pretende hacerlo el poder global imponiéndonos la DIT. La no distinción entre el trabajo y la actividad es una característica del discurso premarxista, aunque el propio Marx sólo esbozó esta distinción y describió la metafísica del trabajo, mientras que la metafísica de la actividad fue desarrollada por los postmarxistas rusos del Círculo Metodológico de Moscú, especialmente por Gueorgui Schedrovitski.

 

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