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La primera dama consigue que los chinos se interesen por las cumbres políticas

© AFP 2023 / Don EmmertPeng Liyuan, primera dama de China (centro)
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Los chinos, más preocupados por las cuestiones prosaicas y cotidianas que por la alta política, se han interesado al fin por las áridas cumbres internacionales.

La razón es Peng Liyuan, lo más parecido que ha tenido China en décadas a una primera dama y receptora de abundante devoción popular y cobertura mediática.

Ni los lamentos estadounidenses por el ciberespionaje chino ni la tensión en el Mar del Sur de China han recibido más atención en la reciente cumbre presidencial de Washington que las aptitudes lingüísticas de Peng.

Sus dos breves discursos en la lengua de Shakespeare en la sede de las Naciones Unidas han llenado de orgullo a millones de chinos.

"Peng Liyuan conquista los corazones dentro y fuera de China", titulaba el diario China Daily.

De Peng se sabía que estudiaba inglés pero se desconocían sus avances.

"Con su estatus social y experiencia, y teniendo en cuenta la edad de nuestra primera dama, es impresionante que haya aprendido inglés hasta ese nivel. Tiene tanta belleza como sabiduría", señala un internauta en Weibo, el equivalente chino a Twitter.

Mientras su marido, Xi Jinping, anunciaba una ayuda de diez millones de dólares al programa de igualdad de la mujer de la ONU, Peng añadía el toque humano relatando que su padre abrió una escuela nocturna para mitigar el analfabetismo en su pueblo y presentándose como un ejemplo de la importancia de la educación de las jóvenes.

"Si la gente ve que Xi tiene una mujer tan bella, eso convertirá al partido en algo más humano y menos robótico", señalaba años atrás la célebre socióloga Li Yinhe al diario New York Times.

Peng ha irrumpido en la escena política como un tsunami que se ha llevado por delante décadas de tradición.

Las anteriores primeras damas eran desconocidas para el gran público y sólo parecían acudir a las recepciones oficiales para no arruinar la paridad.

Sólo ejerció ese papel la última esposa de Mao, Jiang Qing, a quien el pueblo odia aún por su responsabilidad en la Revolución Cultural.

Peng está en las antípodas de Jiang, quien contribuyó muy poco al progreso de la moda nacional con su corte de pelo masculino, sus oscuros trajes comunistas y su alergia al maquillaje.

Los chinos y los principales blogs de tendencias escrutan hoy cualquier aparición de Peng y comentan cada uno de sus trajes.

Su estilo es elegante, con vestidos delicadamente bordados y accesorios escasos, muy alejado de las extravagancias de las millonarias chinas.

Más que sobre las rivalidades geopolíticas, los chinos han discutido estos días sobre los vestuarios de Peng y Michelle Obama, la primera dama estadounidense.

Peng fue incluida dos años atrás en la lista de mejores vestidas de la revista Vanity Fair, un hecho merecidamente calificado de histórico: no lo conseguía una mujer china desde Song Meiling, la esposa de Chiang Kai Shek, setenta años atrás.

Los focos no le son extraños a Peng, una cantante de ópera que durante décadas fue una de las mayores celebridades en China.

Cuando su marido fue elegido presidente años atrás, muchos se referían a él como el marido de Peng.

Ha actuado en una cincuentena de países a lo largo de su carrera y en los teatros más selectos de Nueva York y Viena representó a Mulan en una conocida obra nacional que cuenta la historia de una heroína disfrazada de hombre para luchar contra los invasores.

Peng nació en la provincia costera de Shandong en 1962 en el seno de una familia humilde, en contraste con el rancio abolengo revolucionario de su marido.

Entró en el Ejército de Liberación Popular a los 18 años, primero como soldado y después como vocalista para animar a las tropas durante el conflicto en la frontera con Vietnam.

Su paso de artista provincial a estrella nacional se produjo con su actuación en la gala televisiva de Año Nuevo de 1983, a partir de la cual se convirtió en asidua en el programa más visto del país.

El auge de su marido la aconsejó aparcar su carrera artística y hoy dedica sus esfuerzos a causas filantrópicas como la lucha contra la tuberculosis y el Sida ejerciendo de embajadora de la Organización Mundial de la Salud.

Xi y Peng forman un matrimonio tildado de ejemplar por la prensa durante casi tres décadas y tienen una hija de 23 años licenciada en Harvard.

El celo por la pareja explica que se censurase el episodio del abrigo que le cedió a Peng el presidente ruso, Vladímir Putin, en una fría noche pequinesa del pasado año. China entendió que Putin había ido demasiado lejos en su galantería.

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