Supuestamente, Claiborne desde hace varios años ha estado cooperando con la inteligencia china. Era empleada técnica del Departamento de Estado sin tener puesto diplomático. Sin embargo, trabajaba en Pekín en los últimos años, como responsable por el funcionamiento de los servicios de varias embajadas estadounidenses en el extranjero. Tenía un nivel de acceso bastante alto a documentos y secretos de Estado.
Claiborne es acusada de cooperación con los servicios de inteligencia chinos durante cinco años, o sea, un plazo largo. Agentes de contrainteligencia estadounidenses no lograron enterarse de la información que supuestamente Claiborne pasó a los chinos, por lo que se le acusa, no de ser una espía, sino de crear obstáculos para la investigación y mentir a los especialistas del FBI.
En la opinión de Kashin, Claiborne no será la única fuente de inteligencia china en las agencias del Gobierno de Estados Unidos. La histeria estadounidense acerca de la interferencia de Rusia en las elecciones presidenciales de 2016 y el intento de encontrar evidencia de una supuesta gigante conspiración rusa de espionaje contra su país ofrecen a los servicios especiales de China unas condiciones muy favorables para la expansión de sus labores de inteligencia.
Estas capacidades mejoran cada vez más por la desmoralización general del Departamento de Estado después de la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos. Trump no es popular entre los empleados del departamento, así como tampoco el nuevo secretario de Estado Rex Tillerson.
Al mismo tiempo, los servicios de inteligencia estadounidenses también están en un estado de conflicto con el presidente, lo que hace el sistema de política exterior de EEUU particularmente desequilibrado y da a la inteligencia militar China una oportunidad única para aumentar y desarrollar sus actividades, concluye el experto.