"Creemos que en México se tomaron muy a la ligera la pandemia, no deberíamos estar en fase dos, sino estar ya en la fase tres de propagación extendida de los contagios comunitarios", dijo Gardner, de 21 años y estudiante del segundo año de medicina en la Universidad Panamericana en la Ciudad de México.
Gardner cubre guardias de fines de semana completos montado en una ambulancia que él financia con otros voluntarios de SOS, institución que desde hace más de cuatro décadas ofrece servicios integrales de atención pre hospitalaria en Puebla, unos 80 kilómetros al oeste de la capital.
La experiencia de la calle, donde percibe la incertidumbre y temor que crecen en los hogares que llaman al número de emergencia 911, le permiten tener un pulso del clima social de la contingencia.
"No se maneja la situación como la grave pandemia que es en todo el mundo, ni se dictan las estrictas medidas que la emergencia debería generar", prosiguió el relato.
En plena campaña de "sana distancia" de la fase dos de contagios comunitarios, que suprimió solo las clases y actividades "no esenciales", las urgencias cotidianas por accidentes y otras enfermedades continúan.
La pandemia supone protocolos y equipo especial "para proteger a todos, con el riesgo de manejar a pacientes con el nuevo coronavirus que sean asintomáticos", dijo.
SOS es una de las tres principales instituciones del sistema prehospitalario de Puebla, ciudad de 1,5 millones de habitantes, declarada en 1985 patrimonio cultural de la humanidad por la Unesco.
Crece la presión
Las llamadas de auxilio por accidentes de todo tipo, infartos, picos diabéticos o partos inesperados, continúan.
El meollo del problema, explica Gardner, "es evitar que se sature el sistema de salud, las autoridades sanitarias estiman que se va a contagiar el 70% de la población, como mínimo".
Los socorristas siguen batallando por su principal misión: "evitar muertes prevenibles si se tiene atención temprana y adecuada", dijo Gardner.
El voluntario relató el ejemplo de un paciente adulto mayor, a quien sus parientes estaban dializando en casa.
"Toda su familia vestía con gorros y mascarillas, y temían que fuera COVID-19; el problema era que la máquina de diálisis no estaba funcionando", contó.
Aunque los paramédicos no manejan esos equipos, "la familia estaba tan desesperada que no sabían qué hacer, si acudir al hospital o quedarse en casa, y decidieron llamar al 911", dijo.
En general, la causa por la cual la gente marca a las emergencias "es por desesperación y por miedo a salir; no saben cómo cuidar de un familiar sin un técnico que sepa arreglar la situación", expuso el voluntario.
Tomar medidas preventivas serias "es muy diferente a generar pánico, si se hace de manera profesional; pero faltan los fondos necesarios para proteger al sistema prehospitalario", que es la primera línea de atención de urgencias.
En los hospitales adonde traslada a sus emergencias "no hay análisis ni planeación estratégica correcta", aseguró.
"Al entregar pacientes, los médicos no vienen con los trajes adecuados, hay mucha precaución y titubeo al tomar las decisiones, al aplicar cuestionarios a los pacientes", sostuvo.
El socorrista confirmó la autenticidad de las protestas que comienzan a crecer en algunas ciudades del país entre el personal sanitario.
"Es cierto que los médicos, paramédicos y enfermeros estamos desprotegidos, no contamos con el equipo necesario para cuidar de la sociedad mexicana, cuidarnos a nosotros y a nuestras familias", concluyó con cierta desazón.
Los contagios en este país se acercan a los 6.000 y los muertos ya rebasan los 450.
