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El frío y el coronavirus acechan a los más vulnerables en Montevideo

© REUTERS / Mariana GreifLa gente reparte la comida en las calles de Montevideo
La gente reparte la comida en las calles de Montevideo - Sputnik Mundo
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MONTEVIDEO (Sputnik) — El llamado a quedarse en casa para hacer frente a la pandemia de coronavirus se impone en todo el mundo pero, para para quienes viven en las calles de la capital uruguaya, se trata de una consigna vacía de contenido, sobre todo ahora, que el frío comienza a empeorar las cosas en el hemisferio sur.

Es por ello que vecinos de todos los barrios de Montevideo sumaron fuerzas para desplegar en la ciudad un sinfín de ollas populares que, según desciende el mercurio del termómetro, comienzan a acercar también un abrigo a quienes más lo necesitan.

Unas 2.500 personas se acercan por estas noches a los refugios dispuestos de antemano y a los cinco que se agregaron con la emergencia sanitaria por el coronavirus, causante de la enfermedad COVID-19, en clubes de fútbol y gimnasios de básquet, según confirma a Sputnik la directora de Vulnerabilidad del Ministerio de Desarrollo Social (Mides), Fernanda Auersperg.

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"Hay mucha gente nueva, sobre todo familias que terminan en la calle porque estaban viviendo en un cuarto de pensión y al no poder pagar el día o la semana los desalojan ilegalmente. Personas que trabajan en la feria o vendían en el ómnibus y que han quedado sin trabajo; sin dudas se puede atribuir esas crisis a la pandemia aunque, claro, estamos hablando de estructuras que ya venían resentidas", describe Auersperg.

Las bajas de temperatura de la última semana en la capital uruguaya preocupan a las autoridades, que trabajan en acondicionar espacios que fueron pensados para aislar al coronavirus, pero no al frío.

"Confiamos en que el coronavirus no va a durar mucho más, pero se nos suman los dos factores, porque, si termina la pandemia, tenemos que devolver los gimnasios; por eso trabajamos para que todos aquellos que están en gimnasios, vayan a otro tipo de albergues", dice la funcionaria.

Una comida con los vecinos

Antonio Ruchey tiene 27 años y es licenciado en comunicación. Su trabajo está en suspenso dado que fue enviado al seguro de desempleo, una modalidad elegida por empleadores en Uruguay para no tener que pagar salarios ni hacer frente a las cargas sociales pero que, en muchos casos, conserva los puestos de trabajo mientras dure el confinamiento que en este país no es obligado por el Gobierno.

Junto con otros amigos, todos oriundos de Salto (oeste) pero estudiando y trabajando en Montevideo, decidieron realizar una olla popular de la que se alimentan unas 100 personas tres días a la semana.

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La primera fue en su casa, porque allí estaba la olla más grande, con productos comprados por ellos mismos y a la que asistieron un puñado de comensales; sin saberlo, daban comienzo a una rueda solidaria que incluyó a más amigos, comerciantes del barrio y donantes espontáneos para los que abrieron una cuenta en un banco.

"Se fue agrandando y ahora somos un grupo de más de 20 personas que cocinamos dos ollas en mi casa y luego vamos a una plaza del barrio, cumpliendo con todo el protocolo de higiene y salud que dispone el Ministerio de Salud Pública (MSP)", relata Antonio.

La espontánea multiplicidad de ollas populares motivó al Mides y al MSP a difundir recomendaciones especiales para estos actos.

"Yo estoy muy a favor de las ollas, y la solidaridad es bien característica de los uruguayos, pero es preocupante que haya un riesgo sanitario no solo por la manipulación de los alimentos, sino por los contactos que se generan", explicó Auersperg.

Para Antonio y sus amigos, nada que un tapabocas, un par de guantes y la prudente distancia de un metro y medio no resuelva, con el objetivo de ayudar al prójimo.

Vidas al borde lejos de casa

La crisis por la pandemia expuso aún más la vulnerabilidad con la que viven muchos habitantes de Montevideo, una ciudad con un alto costo de vida y en la que abundan las pensiones, alimentadas, sobre todo, por el flujo migratorio de los últimos años.

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Muchos de ellos ya eran conocidos de Nahuel Trianon, el propietario del Tundra Bar, un local gastronómico que debió cerrar sus puertas al público por la pandemia pero, junto con otros dos locales, decidieron abrirlas a los vecinos.

"Los impuestos son altísimos y es letal para nosotros, porque no podemos bancar más de dos meses; un mes de gastos sin laburar el bar ya te aniquila", se consuela Nahuel, quien tuvo que salir a vender productos de limpieza para amortiguar las pérdidas de su local y las propias.

Nahuel y sus socios empezaron a pedir abrigos, además de alimentos, para repartir, "porque se viene el invierno crudo y la gente va a estar necesitada en todo sentido".

A pesar de los males, el joven empresario es optimista y considera que "esto va a ser un cambio significativo, creo que lo positivo de todo esto es la unión, el laburar colectivamente y el estar más cerca uno de otro, por más que tengamos que estar lejos por el virus; en definitiva, creo que estamos aprendiendo a acercarnos de otra forma".
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