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Relatos de la invasión a Panamá, en primera persona

© Foto : Cortesía Alfredo BeldaDuelo nacional - mural sobre los 30 años de la invasión de EEUU a Panamá
Duelo nacional - mural sobre los 30 años de la invasión de EEUU a Panamá - Sputnik Mundo
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Olmedo Beluche escuchó las bombas a la medianoche. Regresaba de una reunión, y los rumores de una eventual invasión estadounidense a Panamá había sido debatido entre quienes creían o no en esa posibilidad. La respuesta no tardó; EEUU efectivamente empezó a atacar aquel 20 de diciembre de 1989.

De acuerdo con la Cruz Roja, el resultado se tradujo en más de 2.000 heridos y 18.000 personas que perdieron su vivienda en el céntrico barrio El Chorrillo en Ciudad de Panamá. "Por lo menos 560 personas con nombre y apellido, fallecidas", aseguró Beluche a Sputnik y agregó que ningún caso ha sido oficialmente investigado hasta hoy. 

Estaba allí. Fue testigo. Y a su testimonio sumó otros; de eso se trata el libro La Verdad sobre la Invasión, del sociólogo panameño. Los relatos perpetúan la memoria indignada que no se puede perder. 

¿Qué pasó el 20 de diciembre de 1989? 

© AP PhotoMilitares de EEUU en Panamá en 1989
Relatos de la invasión a Panamá, en primera persona - Sputnik Mundo
Militares de EEUU en Panamá en 1989

Los testimonios a continuación fueron extraídos del libro La Verdad sobre la Invasión, del sociólogo panameño Olmedo Beluche.  

  • Rafael Olivardía, maestro, vivía en un lugar con vista directa al escenario de la invasión en el barrio El Chorrillo.

"Se inició con el bombardeo de las barracas que estaban al lado de la [Cárcel] Modelo. Nosotros vimos cómo se prendieron. Allí murieron quemados la señora Sara y el viejo 'Plata'. Vimos cómo la gente corría a la deriva. Vimos cómo huían los que vivían en las casas de madera que estaban ardiendo. Vimos como los helicópteros disparaban contra todo lo que se movía.  Las tanquetas desembarcaron por mar por los lados de la Cooperativa de Pesca, abriéndose paso por el Tribunal Titular de Menores, el cual desbarataron totalmente. Del cerro Ancón se veían los fogonazos que caían exactamente en el '24 de Diciembre' y en las casas de madera. Los aviones y helicópteros bombardeaban sobre todo el área residencial. Pocas bombas cayeron dentro del cuartel, el cual quedó prácticamente intacto. Todo el combate se dio en el escenario del área civil.  

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Logramos ver enormes cantidades de muertos porque la gente no sabía por dónde correr. Oíamos los gritos: 'mi hijo, mataste a mi hijo'. La gente corría y gritaba: '¡mi hermano! ¡mi papá! ¡mi mamá!'. Los perros ladraban... todo era confusión. Fueron prácticamente seis horas de combate cerrado. En mi casa entró una luz por la ventana, y todo lo que tocó lo convirtió en una mancha como petróleo. Mi televisor quedó reducido a una mancha, la pintura se descascarillaba en la pared. Uno de los morteros de los helicópteros entró por la ventana de mi vecina e hizo desaparecer desde el piso hasta los muebles... La mayoría nos cobijamos en los pisos bajos porque en los altos era imposible resistir. A nosotros nos tocó salir cuando iban a ser las 8 de la mañana lo que más nos impresionó fue una mujer encinta con su niña que, en medio de la calle, parió sin que nadie le prestara auxilio. Días después supimos que estaba recluida en el (hospital) Gorgas.

Allí (...) a todos los hombres de 15 a 55 años nos montaron en un 'truck' (camión) y nos llevaron a un lugar desconocido, que se supone era una base militar. Allí, durante todo un día, sin comida, fuimos sometidos a un intenso interrogatorio por parte de los servicios de inteligencia norteamericanos. Nos preguntaban dónde había una radio, cuantos hombres había en El Chorrillo, que si sabíamos a dónde había armas, dónde había militares, etcétera. Que si cooperábamos no nos iba a pasar nada. Nos tomaban una foto y nos ponían una placa en el pecho con el número de cédula. Luego de un día nos devolvieron al campo de concentración, donde nuestras mujeres estaban histéricas porque muchos chorrilleros habían presenciado cómo algunos militares que se habían rendido fueron fusilados y creían que nos podía pasar lo mismo".

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  • Crónica de una larga noche: apareció publicada en la sección Revista del diario La Prensa el 20 de octubre de 1990. Su autora es Dalys Ramos, quien entonces estudiaba periodismo y residía en el edificio No.18 de Renovación Urbana de El Chorrillo. 

"Una noche catastrófica para las personas que vivíamos en el barrio El Chorrillo, un barrio popular, marginado y muy necesitado. Era la víspera de Navidad y, a pesar de la miseria, muchas personas tenían sus arbolitos de navidad para esperar la noche buena en compañía de sus familias; pero en cierto modo era una noche común, rutinaria, como cualquier noche bulliciosa. Los niños correteando por las calles, la música del regué sonando, muchachos en las esquinas...

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Eran aproximadamente las 12:15 a.m., mi familia y yo decidimos irnos a dormir, estábamos tratando de conseguir el sueño cuando se dejó escuchar un grito desesperado, desgarrador, ¡viene la guerra! Era uno de los vecinos que había escuchado los ataques de Amador. Desperté a mi familia y en cuestión de segundos estábamos en la sala. Recuerdo que solo tuvimos tiempo de mudarnos de ropa. Era preciso evacuar el lugar. En la calle se escuchaban los gritos de los niños, llanto de señoras y la gente corriendo tratando de salir del lugar. Una de mis hermanas que vivía cerca de la playa se había aproximado a la casa con sus hijos, todavía muy pequeños, para avisarnos y salir todos juntos a tomar un taxi. Los soldados panameños estaban dispersos por todo el barrio, pero nosotros debíamos evacuar el lugar, sabíamos que estábamos en peligro y cuando íbamos bajando las escaleras del tercer piso, se escucharon disparos de ametralladoras, poniendo en peligro la vida de personas inocentes, cuyo único pecado era vivir cerca del Cuartel Central.

Levanté la mirada y vi tres helicópteros norteamericanos Cobra, disparaban en dirección al edificio donde estábamos. Quizás disparaban porque los guardias que estaban en el edificio les respondían al fuego, pero fue espantoso, brutal y poco inteligente la intervención. Nos arrastramos por las escaleras y logramos entrar a nuestro apartamento, pero este ya estaba lleno de vecinos que, como nosotros, buscaban refugiarse de algo inesperado. Solo hicimos entrar y continuó el ataque incesante, se escuchaban las bombas, los helicópteros, ametralladoras, gritos de personas pidiendo auxilio, el edificio temblando, las persianas rotas, la puerta deteriorada y las paredes ya comenzaban a ceder. De repente todo quedó oscuro, se había ido la luz. Fue entonces cuando comencé a llorar, más bien gritaba, estaba histérica por todo lo que estaba viviendo. Mi madre, mi familia, le pedía a Dios que por solo un minuto se calmara ese ruido ensordecedor, sentía volverme loca y ya no resistía.

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Todos estábamos tirados en el suelo, una vecina con su bebé de cuatro meses, un vecino herido en un brazo gritaba de dolor, sus hijos llorando y nosotros impotentes, sin poder socorrerlo tenía el brazo casi destrozado y comenzaba a delirar del dolor. El edificio comenzaba a incendiarse y el fuego se corría por el tercer piso, solo faltaba el apartamento donde estábamos. Se sentía el olor a pólvora y el humo nos asfixiaba. Eramos aproximadamente quince personas en el apartamento. Nos percatamos de que las llamas empezaban a atrapar el altillo del apartamento. Era preciso tomar una decisión, las llamas o las balas y optamos por bajar. Bajaron los vecinos, mis hermanos. Al momento de intentar bajar mi madre, mi hermana y yo, mi tío que estaba muy afectado nos encerró. No podía controlarme, no quería levantarme del suelo al ver que no podíamos salir. Todavía continuaban los disparos, las bombas, gemidos de moribundos y todo era traumatizante. Mi hermano que había bajado, al no vernos regresó en busca de nosotros y temió encontrarnos muertos. Empujó lo que quedaba de puerta y pudimos salir.

Me percaté de que los autos, que se estacionaban frente al edificio y las viejas casas de madera, estallaban y solo quedaban cenizas.  Recuerdo que las escaleras eran de metal, estaban muy calientes y casi no resistíamos bajar, me caí, rodé las escaleras, pero logré bajar. Ya estábamos en uno de los apartamentos de la planta baja. Se había multiplicado el número de personas. Los hombres buscaban agua para darnos de beber y nos mojaban para poder resistir el calor.

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Esta vez se hizo más prolongada la batalla. Nos veíamos sin esperanzas, pero empezamos a rezar y nos sentíamos confiados en que de algún modo íbamos a salir y así fue. Ya habían pasado casi tres horas, cuando a uno de los vecinos le pareció escuchar que podíamos salir. En efecto, nos daban diez minutos para evacuar el lugar. Fue en ese momento cuando escuché que alguien pedía auxilio. Miré y vi a un soldado panameño con una pierna destrozada y un charco de sangre. Me sentí miserable, inhumana, pero lo dejé. No saben lo horrible que es dejar atrás a una persona a punto de morir, pero hay veces que tiene una que tomar esas decisiones que te dejan mal. Salimos con las manos en alto, corriendo, como buscando salir de una pesadilla, a nuestro paso alambres de electricidad, muertos, heridos pidiendo ayuda, ancianos en sillas de ruedas, niños perdidos. Todos corriendo hacia la Zona, dejando atrás El Chorrillo, aquel barrio donde crecí, donde tuve momentos felices y amargos también, pero en donde esa noche solo reinaba la muerte y el dolor.

Nunca pensé que amaba tanto a mi barrio, país, amigos, vecinos y hasta mi propia familia, como los amo. Esa noche me di cuenta que uno aprecia verdaderamente algo cuando lo ve en peligro".     

© AP Photo / Department of DefenseSoldados estadounidenses en Panamá
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Soldados estadounidenses en Panamá
  • David Acosta, licenciado en periodismo de la Universidad de Panamá, publicó en el periódico Istmo No.5, de junio de 1990, un artículo titulado El Chorrillo en llamas, en el cual recoge el testimonio de Tatiana Harrington, quien narra lo sucedido a José Santos, residente de El Chorrillo.

"Según Tatiana, Santos escuchó ruidos de detonaciones cerca de su casa como a las 12:30 a.m. del día 20. Se levantó rápidamente para averiguar qué sucedía cuando escuchó gritos de que los norteamericanos estaban invadiendo Panamá. No se había alejado mucho de su casa cuando vio las tanquetas pasando rumbo a la comandancia de las Fuerzas de Defensa. Detrás de las mismas logró ver elementos militares norteamericanos disparando y vio cómo una señora fue derribada a tiros por un soldado norteamericano al disparar su arma en forma de ráfagas hacia todos lados. Intentó ayudar a la señora, pero ya estaba muerta cuando se acercó a ella.  

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José Santos, según Tatiana Harrington, permaneció en su edificio con su familia y vecinos hasta las seis o siete de la mañana cuando decidieron evacuarlo. Envió a su esposa e hija (de tres meses entonces) con unos amigos, mientras acudía a ayudar a su madre, a su tía y a un primo llamado Orlando que vivía cerca. Al ir a ayudar a su madre y demás familiares —dice Tatiana— , un norteamericano se les acercó empuñando una metralla en dirección hacia ellos y les preguntó que qué iban a hacer.

El norteamericano, según él, hablaba bien el español. Le dijo que se disponía a evacuar el área y que un primo suyo iba a sacar la batería de su carro por si la necesitaban. El soldado permitió la labor del primo de José, y cuando este se dirigía hacia el camión, salió otro soldado detrás de una casa y sin preguntar qué llevaba en sus manos le disparó una ráfaga cayendo el cuerpo del primo sobre José.

Las balas desprendieron varios miembros de su cuerpo, lo despedazaron. Continúa relatando Tatiana que José quedó estático en el lugar por la conmoción de ver asesinado a su primo y ver con dolor cómo la madre de Orlando, su tía, cubría el cuerpo de su hijo para que no le dispararan más. El soldado que acompañaba a José y su familia le había hecho señales al otro soldado para que no disparara pero fue muy tarde. Sólo llegó a decir que lo sentía mucho y que debería seguir la operación de evacuación. José ayudó a su madre y a su tía a subir al camión ya lleno pero, según él, lo hacía en forma mecánica, sin pensar, con los ojos llenos de lágrimas".

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