López Obrador incrementó en 4,5% el nivel de aceptación de noviembre del 2018 a febrero del 2019, de acuerdo con la encuesta de Consulta Mitofsky titulada "Primer Trimestre de Gobierno", publicada el 28 de febrero.
El líder mexicano logró subir su nivel de aceptación de 62,6%, registrado por esa encuestadora en noviembre del 2018, un mes antes de asumir el cargo, a 67,1% en febrero del 2019, antes de cumplir tres meses en la presidencia, el 1 de marzo próximo.
Ese puntaje es incluso superior al 53,17% de votos que logró el 1 de julio de 2018 en los comicios presidenciales mexicanos.
"Es el político con mejor imagen en este momento, le aprueban casi todas sus medidas, sobre todo algunas simbólicas, como la eliminación de las pensiones a expresidentes; bajar los sueldos a los funcionarios, viajar en aviones comerciales; y convertir la residencia de Los Pinos en un museo", dijo a Sputnik en un comentario escrito Roy Campos, presidente de la firma.
Campos asegura que, en general, los presidentes de todos los países resultan mal evaluados, pero López Obrador "rompe con ese paradigma".
Según la encuestadora, de los últimos cinco presidentes mexicanos, solo Ernesto Zedillo logró incrementar su aprobación en el arranque de su gobierno de seis años (1994-2000), pero todos los mandatarios de las últimas dos décadas bajaron su popularidad en el comienzo.
Zedillo aumentó de 32,3 a 42% su aceptación, aunque meses más tarde sufrió un descenso, reseña el encuestador.
López Obrador también logró aumentar la percepción de que la seguridad, la economía y la situación política mejoraron.
El porcentaje que piensa que la situación económica ha mejorado también creció, de 18% a 46%, en el mismo lapso.
Las únicas medidas en que sale reprobado son en la cancelación definitiva del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México y en el despido de funcionarios públicos, con 21 y 41 puntos de aceptación, respectivamente.
Estrategia comunicacional eficaz
En las más de 50 "conferencias mañaneras" de alrededor de dos horas diarias que ha ofrecido desde el 1 de diciembre pasado, López Obrador "ha aplicado un esquema de comunicación predecible, que le ha dado muy buenos resultados", dijo a Sputnik el politólogo Rubén Aguilar, profesor de comunicación política de la jesuita Universidad Iberoamericana.
"Del mismo modo que actuó cuando fue jefe de Gobierno de la Ciudad de México (2000-2006), sus conferencias de prensa le permiten marcar la agenda mediática y enviar mensajes a las bases de su movimiento, no parece que vaya a cambiar", dice el autor del libro "La Comunicación Presidencial en México", un análisis del estilo de los últimos cinco presidentes.
La primera consiste en descalificar los datos o cifras que un periodista plantea al hacer una pregunta.
"La respuesta que utiliza en ese caso es: 'yo tengo otros datos', pero nunca dice cuáles son y tampoco ofrece la fuente", comenta Aguilar.
El autor fue portavoz del presidente Vicente Fox, en el periodo 2003-2006, quien ofrecía una conferencia de prensa diaria en la residencia presidencial, en la época en que López Obrador daba su conferencia matutina una hora antes, siempre a las 7.00 de la mañana.
"Es la misma reacción que utilizaba siendo alcalde, con el propósito deliberado de minimizar la solidez de los datos, descalificar a la fuente y si es posible al periodista", añade Aguilar.
Con esa táctica discursiva, el mandatario "no modifica la realidad, pero neutraliza el impacto de los cuestionamientos entre sus seguidores".
La segunda táctica consiste en "descalificar e incluso insultar a cualquier medio, nacional o extranjero que ofrezca, inclusive de manera fundada, información que cuestione su idea del mundo o contradiga su enfoque de los problemas", dijo el experto.
En las conferencias en Palacio Nacional el mandatario ha estrenado un nuevo mote para los periodistas, los llama "mirones profesionales" y cuando se trata de la prensa más crítica, utiliza el adjetivo de "prensa fifí (elitista)", tratando de causar hilaridad.
La tercera táctica es justificar sus acciones controvertidas, como la terminación de programas sociales que fueron exitosos en el pasado, "con el único argumento de que 'tiene información', que nunca menciona cuál es, ni la fuente".
Esa manera de proceder se debe a que "el discurso presidencial no está dirigido a todos los ciudadanos, que pueden disentir de las decisiones presidenciales, sino a las bases de su movimiento", dice el analista.
Finalmente, están "las acusaciones de todo tipo, contra adversarios políticos, expresidentes y líderes sociales, sin pruebas".
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Este mecanismo se fundamenta en la descalificación sistemática de toda acción de los gobiernos pasados, sin matices.
Y cuando se siente cuestionado apela a la frase suprema: "somos diferentes, no somos iguales ni somos corruptos".
El presidente sabe que sus seguidores aplauden esa actitud y que los medios darán cobertura, puntualiza el experto.