Lula, que fue nombrado por Rousseff ministro de la Casa Civil, pero cuyo nombramiento aún depende de la decisión del Tribunal Supremo Federal (STF), aseguró que ayudaría a la presidenta incluso si finalmente no consigue ser ministro por orden judicial.
"Aunque sea la última cosa que haga en la vida ayudaré a Dilma a gobernar este país con la decencia que el pueblo merece", proclamó Lula, que confesó que la presidenta ya le había invitado a entrar en el Gobierno el pasado mes de agosto, pero que entonces rechazó la oferta.
El expresidente recordó que Brasil vive el periodo más largo de democracia continua y comparó la crisis política actual a momentos delicados de la historia brasileña, como el golpe contra el gobierno de Getúlio Vargas –que se acabó suicidando– y el boicot a las candidaturas de Juscelino Kubitscheck.
"Yo esperé", dijo, en referencia a las veces en las que se presentó candidato a la presidencia y no ganó.
Finalmente, y fiel a su estilo socarrón, Lula lanzó un dardo a los manifestantes pro-'impeachment', que suelen vestirse con los colores de la selección brasileña, diciendo que hay algunos que se creen más brasileños por ir de verde y amarillo.
Sobre las quejas de que el dólar está alto y que no sale a cuenta viajar a Estados Unidos –un destino predilecto entre la élite brasileña– Lula bromeó: "Si no pueden viajar a Miami que vayan a Garanhuns (una pequeña ciudad del Estado de Pernambuco)".