- Sputnik Mundo, 1920, 11.02.2021
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El lugar donde el tiempo se detiene: viaje a los talleres del mayor museo arqueológico de España

© Sputnik / Alejandro Cuevas VidalMargarita Arroyo junto a una estatua romana en los talleres del MAN (Madrid)
Margarita Arroyo junto a una estatua romana en los talleres del MAN (Madrid) - Sputnik Mundo, 1920, 09.02.2022
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Sputnik se adentra en el Departamento de Conservación del Museo Arqueológico Nacional de Madrid. Allí se protege a las piezas de la corrosión o las fracturas. Con calma y paciencia trabajan las restauradoras de una de las colecciones más importantes de España.
Dos esfinges de bronce flanquean el acceso histórico del Museo Arqueológico Nacional (MAN). Su semblante serio se posa sobre los centenares de personas que engulle a diario la gran fachada de estilo neoclásico que guarecen. Tras pasar el escrutinio de los seres mitológicos, el visitante se enfrenta a tres plantas de viaje a través del tiempo. Desde el Paleolítico hasta la Edad Moderna. Un recorrido en el que aparecen la Bicha de Balazote, la Dama de Baza o los Toros de Costitx. En total, 13.000 piezas a la vista del público. Su audiencia se pregunta cómo han llegado hasta nuestros días tras cientos o miles de años. La perplejidad de los turistas choca contra la serenidad pétrea de la Dama de Elche.
La respuesta se encuentra varios metros por encima de la exposición. En los techos del museo se hace 'la magia'. Allí se encuentran los talleres del Departamento de Conservación del MAN. Varias mesas alargadas componen un espacio blanco en el que cae la luz solar a través de una claraboya de cristal. Sobre los muebles, bisturís o pinceles. También una escultura romana o cajas con piezas procedentes del yacimiento arqueológico de Monte Bernorio (Palencia). Varios milenios de historia se acumulan en unos pocos metros cuadrados.
© Sputnik / Alejandro Cuevas VidalTalleres de Conservación del MAN (Madrid)
Talleres de Conservación del MAN (Madrid) - Sputnik Mundo, 1920, 04.02.2022
Talleres de Conservación del MAN (Madrid)
Entre las manos que trabajan con la colección del MAN están las de Margarita Arroyo. Estudió en la Escuela Superior de Conservación y Restauración de Bienes Culturales y se especializó en arqueología. Lleva 21 años en la profesión y más de 10 en el museo. La vocación proviene de la niñez. "Con seis años vine de visita al museo y quedé impresionada. Fue cuando decidí que quería trabajar allí. Quería estar en contacto con las piezas", recuerda. Comparte perfil con Durgha Orozco, quien tuvo una revelación en medio de una campaña arqueológica.

"En los primeros años de carrera hice excavaciones. Cuando encontrábamos algo, el arqueólogo jefe nos mandaba parar para que la restauradora viniera a sacarlo. Yo quería hacer eso, el trabajo manual", comenta Orozco, restauradora de arqueología desde hace 15 años, 10 de ellos en el MAN.

Ambas forman parte del equipo de cuatro trabajadoras que se encargan del cuidado de los vestigios que habitan el lugar. No solo de los mostrados en sala, sino del 1.200.000 que componen la colección completa del MAN. Más allá de las vitrinas, los almacenes guardan un inmenso tesoro bajo un sistema de baldas y códigos para localizar cada pieza con precisión. Tanto temperatura como humedad están controladas para evitar el deterioro. "A la vista está lo más representativo, pero en los fondos hay piezas alucinantes que no entran por espacio y discurso. Al final, la exposición es solo la punta del iceberg", resalta Arroyo.
A pesar de la cifra, los depósitos todavía tienen espacio. En caso de quedarse sin hueco, existe la posibilidad de enviar las piezas a un edificio situado en la Comunidad de Madrid donde se alberga parte de la obra de los museos nacionales. Sin embargo, reconocen que ya casi no se producen nuevos ingresos. Tan solo alguna adquisición puntual. Con el cambio de competencias, los yacimientos nutren los espacios de exposición de las propias comunidades autónomas.

"En la actualidad sería imposible generar un MAN, un Prado o un Louvre. Son museos de otro tiempo, fruto de su propia época. Ahora todo está más deslocalizado y la conservación se queda en el sitio del descubrimiento, que al final es lo normal. Eso sí, no por ello hay que deshacerlos", apunta Arroyo.

La rutina de la restauradora

Cada día las integrantes del equipo de conservación del MAN se cruzan con la mirada de las esfinges. Se embarcan en el ascensor en dirección a su cita con la historia. Una labor centrada en los restos, pero no únicamente en el manejo de la brocha. "Tenemos un trabajo muy diverso. Además de las intervenciones, asesoramos, generamos informes y documentación, preparamos las piezas que viajan a exposiciones temporales, publicamos artículos científicos, formamos al personal en prácticas y apoyamos a los investigadores. También supervisamos las condiciones climáticas existentes en las vitrinas y atendemos las piezas del almacén", explica la jefa del Departamento técnico de Conservación y restauradora, Nayra García. "Hay que enhebrar bien todas las actividades en el tiempo", continúa.
Antes de ponerse la bata, Arroyo se planta ante el ordenador. Controla el calendario y se coordina con sus compañeras de departamento. No tarda en ponerse a teclear para rellenar las fichas de la base datos Domus. Esta biblioteca digital contiene toda la información de cada una de las piezas de la colección. "Aquí apuntamos todas las intervenciones que realizamos. Además, nos sirve para saber las que ya se han hecho, lo cual ayuda mucho. Puede haber restauraciones hechas por colegas hace décadas o incluso por la persona que la fabricó. No se pueden quitar porque ya forman parte de la historia de la propia pieza", señala Orozco.
Inmediatamente después se colocan los guantes y enfocan la vista hacia abajo. Entre sus dedos puede haber desde un espejo del Imperio Romano hasta un puñal de la Edad de Hierro. No obstante, en la mayoría de ocasiones es casi imposible adivinar que se tiene enfrente. Pequeños fragmentos copan el día de las restauradoras.

"Cuando vemos las vitrinas nos llevamos una idea errónea de cómo están las piezas en verdad. Aquellas ya están tratadas, pero lo normal es que cualquier objeto del pasado esté incompleto y presente alteraciones. Lo normal es que estén en mal estado", destaca Arroyo.

La misión de las restauradoras es ralentizar el avance de las agujas del reloj sobre los restos arqueológicos. Para ello, primero hay que estudiar cuáles son los problemas que presenta el objeto que pueden ir desde la rotura hasta la corrosión. El examen puede durar días. Una vez detectadas las incidencias, comienza la intervención. Un plan detallado guía cada movimiento. En la mente de la interventora, el material con el que fue manufacturado el vestigio, la procedencia de este y la tecnología empleada para su fabricación. Más importantes que su propia cronología.

"Me dicen más los martillazos que recibió el metal fundido en los laterales o la presencia de sales por venir de un yacimiento costero que el hecho que sea romano", puntualiza Arroyo mientras señala un supuesto lampadario de Baelo Claudia (Cádiz).

La duración de los tratamientos puede ir de unos días a varios meses. A veces, simplemente hay que limpiar y pegar una fractura. En otras, hay que estabilizar la propia materia. Dificultad que acostumbran a portar las piezas de metal. "Para mí son las más complicadas de conservar. El metal siempre intenta volver a su origen mineral, lo que hace que sea muy inestable. Si se mantienen unos buenos niveles de humedad y temperatura se puede estabilizar. Si la corrosión ya está activa, hay que ir a procesos químicos. Se bañan las piezas en productos inhibidores hasta que se controla el desgaste. Esto puede durar hasta un año", asegura Orozco. La piedra sufre menos mutaciones y los tejidos y documentos gráficos, pese a su delicadeza, no padecen un deterioro tan rápido como el bronce, el cobre y el hierro. En el caso de las momias, la operativa pasa por erradicar las colonias de bacterias.
© Sputnik / Alejandro Cuevas VidalPiezas listas para ser tratadas en los talleres del MAN (Madrid)
Piezas listas para ser tratadas en los talleres del MAN (Madrid) - Sputnik Mundo, 1920, 04.02.2022
Piezas listas para ser tratadas en los talleres del MAN (Madrid)
Independientemente de la materia, la concentración es máxima. También la precisión. "Hay que tener pulso", ríe Orozco. Un trabajo artesanal que realizan con multitud de aparatos. Cuentan con lupas binoculares para detectar las ampollas de cloruro formadas en los metales. Bisturís y pinceles acompañan a las restauradoras. Sobre la mesa, reposan aparatos como espátulas de ultrasonidos, necesarias para acabar con 'la suciedad' más dura. La alternativa es limpiar mediante impacto y aire a presión en una pequeña cámara cerrada. "A veces la usamos, pero es poco selectiva", describe Arroyo. Su compañera espera que las técnicas láser lleguen pronto al departamento.
En los laterales del taller se abren pequeños habitáculos en los que se elaboran las disoluciones químicas. Un agitador vibra para remover AMT, un líquido que extrae cloruros de los metales arqueológicos. La campana aspira los vapores. Misma función cumplen las trompas que cuelgan del techo del taller. "No es conveniente respirar el polvo o los efluvios que desprenden los disolventes", indica entre risas Arroyo.

Un nuevo paradigma

Además de su preservación, el trabajo de las restauradoras permite conocer la función de los objetos que han perdido su aspecto. De la evaluación, estabilización o reintegración de la materia se desprenden datos que el tiempo había ocultado. Con cada intervención surgen detalles escondidos, algunos incluso enlazan el siglo XXI con un lejano pasado. "Viendo una pieza neolítica, encontré las huellas de la persona que la había hecho. En ese momento, te sientes afortunada de ser restauradora", rememora Arroyo.
Sin embargo, la búsqueda de elementos decorativos antiguos o el deseo de dar forma a una pieza no deben nublar el ojo experto. La imaginación no tiene cabida en la conservación. "Antes se buscaba completar más las piezas. En la actualidad, nosotras no rellenamos nada. El espectador se tiene que acostumbrar a ver piezas incompletas. La historia es así", asevera Arroyo. Es más, admite que ahora interviene menos en las obras que antes.

"Nos centramos en modificar lo menos posible el objeto. Al final, cualquier cambio podría alterar su estructura y destruirlo. Por ello hay que sopesar mucho las consecuencias de restaurar una pieza. Si se puede destruir la información, lo mejor es dejarlo. Por ello algunas no se limpian", manifiesta García.

Así, no solo la actuación directa es importante. La conservación tiene una parte importante de prevención. Revisar periódicamente los fondos o controlar milimétricamente las condiciones climáticas que rodean a los entes arqueológicos ayudan a su preservación. Prevenir antes de tocar.
Preguntada por las obras que han pasado por el taller, Arroyo sonríe. "Hemos tenido de todo. En mi caso, estoy acostumbrada a los metales. No me gustaría tocar la Dama de Elche, por ejemplo. No porque no pudiera, sino por la imaginería que hay alrededor de la pieza. Hay piezas con tal leyenda detrás que se acaban convirtiendo en banderas políticas, más allá de su valor", expone Arroyo. "Esta clase de piezas están miradas con lupa. Para intervenirlas se crea un gran equipo a su alrededor. Está todo incluso más medido", declara Orozco. Bastante tiene con la cornamenta prehistórica en la que labora.
© Sputnik / Alejandro Cuevas VidalMargarita Arroyo trabajando con una lupa binocular en los talleres del MAN (Madrid)
Margarita Arroyo trabajando con una lupa binocular en los talleres del MAN (Madrid) - Sputnik Mundo, 1920, 04.02.2022
Margarita Arroyo trabajando con una lupa binocular en los talleres del MAN (Madrid)
El destino de las astas del animal puede ser que esté en las galerías o en una de las cajas grises que recolectan los restos. Lo mismo sucede con los fragmentos de Monte Bernorio que maneja Arroyo. Depende de la política del MAN. Solo hay una certeza. De la última planta del museo saldrán con un nuevo aliento de vida. Para sobrevivir un par de año más. En algunos casos, para seguir sorprendiendo a los visitantes. "¿Cómo puede estar esto así tras tantos años?", se preguntaran. La solución está sobre sus cabezas.
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