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El año en que los brasileños ignoraron a Bolsonaro y abrazaron las vacunas

© REUTERS / Bruno KellyVacuna de Sinovac
Vacuna de Sinovac  - Sputnik Mundo, 1920, 27.12.2021
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RÍO DE JANEIRO, BRASIL (Sputnik) — Brasil es uno de los pocos países del mundo cuyo presidente no solo no está vacunado contra el COVID-19, sino que carga día a día contra la principal solución a la pandemia.
El negacionismo del que hizo gala a lo largo de casi dos años agravó la crisis sanitaria, pero no consiguió frenar el entusiasmo popular por la campaña de vacunación.
Ni rastros de movimiento antivacunas en el país tropical, como reconoce a Sputnik, gratamente sorprendida, la excoordinadora del Programa Nacional de Inmunizaciones (PNI) Carla Domingues, que fue la máxima responsable de la vacunación de los brasileños entre 2011 y 2019.
"El discurso negacionista hizo que la campaña fuera más compleja y retrasada, pero no hizo que las personas no se vacunaran. Por suerte, ese discurso no impactó en la población", afirmó.
Bolsonaro puso todo tipo de palos a las ruedas. Cuando medio mundo soñaba con las vacunas y los líderes mundiales se daban codazos para comprarlas, Bolsonaro decía no fiarse y se lavaba las manos "si alguien se convertía en un caimán" por recibir el inmunizante.
Más recientemente hizo declaraciones aún más graves, vinculando las vacunas a un presunto aumento de casos de virus de inmunodeficiencia humana (VIH).
Pero los brasileños hicieron oídos sordos a sus bravatas, acudieron a los puestos de vacunación en masa y haciendo uso de la ironía.
Muchos concurrieron disfrazados de divertidos caimanes, otros con camisetas y pancartas en defensa del SUS (el Sistema Único de Salud, la sanidad pública) y el simpático Zé Gotinha, la mascota en forma de gota con la que crecieron varias generaciones.

Un programa de excelencia

El PNI es motivo de orgullo nacional. El programa, instaurado en 1973, consiguió erradicar enfermedades como la poliomelitis o el sarampión, y es una referencia mundial.
La coordinación con la Fuerza Aérea Brasileña y la Secretaría de Salud Indígena consigue que las vacunas lleguen rápidamente (por tierra, río o aire) hasta la última aldea de la Amazonía.
"Hay mucha descentralización, en regiones difíciles donde los municipios no pueden hacerse cargo el Ministerio de Salud lo asume, así no se deja a nadie atrás", afirma Domingues.
Aun sin las tradicionales campañas de publicidad gubernamentales para animar a la población y con el Gobierno lanzando incluso mensajes en contra, los brasileños hicieron cola y actualmente ya se aplicaron 314,1 millones de dosis.
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La primera dosis ya llegó a los brazos de 159,3 millones de brasileños, el 90% de la población objetivo. De estos, el 77,5% ya completó el ciclo y está totalmente protegido (137,2 millones de brasileños), según los datos más recientes del Ministerio de Salud.
En algunas ciudades, como Sao Paulo o Río de Janeiro, el porcentaje de inmunizados supera el 95% y sobrepasa el de grandes ciudades del mundo. Además, la dosis de refuerzo ya se ha aplicado a 14,1 millones de brasileños, sobre todo personal de la salud pública y ancianos.

Faltaron vacunas

Domingues celebra el éxito, pero lamenta que podría haber sido mucho mejor.
"El principal fallo fue no tener vacunas en cantidad suficiente y de forma rápida. En la campaña del H1N1 se vacunó a 100 millones de personas en tres meses, y en las de la gripe cada año se vacuna a 80 millones en dos o tres meses. Si hubiéramos tenido vacunas, el nivel que tenemos ahora lo hubiéramos alcanzado en julio", dice.
La comisión de investigación que el Senado instauró para fiscalizar la gestión del Gobierno descubrió que el laboratorio Pfizer ofreció, aún en 2020 y hasta en decenas de ocasiones, vender 70 millones de vacunas a Brasil.
El Gobierno ignoró las repetidas ofertas y solo firmó el primer contrato en marzo de este año, retrasando la llegada de los inmunizantes.
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Las primeras vacunas que se usaron en Brasil, de hecho, fueron las del laboratorio chino Sinovac y las compró el gobernador de Sao Paulo, Joao Doria. También fueron boicoteadas por Bolsonaro, que dijo que jamás compraría vacunas chinas.
Al final, tuvo que dar marcha atrás, porque eran las únicas que había. La campaña empezó tarde, pero llegó a buen puerto gracias a unas estructuras que son del Estado y, por lo tanto, van más allá del Gobierno de turno, resume la epidemióloga.
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