- Sputnik Mundo, 1920, 11.02.2021
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Concha Piquer, de reina española de la música popular a ser instrumentalizada por el franquismo

© Foto : Cortesía de Reservoir BooksPortada del cómic 'Doña Concha', de Carla Berrocal
Portada del cómic 'Doña Concha', de Carla Berrocal - Sputnik Mundo, 1920, 28.11.2021
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Un cómic y una obra de teatro recuerdan a la coplista de Valencia, que triunfó en Broadway y llevó este estilo tradicional por escenarios de todo el mundo. Su figura goza estos días de una reivindicación que la aleje de esa imagen rancia y aprovechada de la dictadura.
Poseía dos cualidades que suenan contrapuestas, aunque en realidad pueden llegar a complementarse. Una era la vehemencia a la hora de exigir o dar su opinión. Otra, su cautela para pronunciarse sobre asuntos espinosos. Tales aptitudes se conjuraron tanto para que su carrera lograra tanta repercusión como para que su recuerdo ahora sea contradictorio.
Concepción Piquer López —conocida popularmente como Conchita en sus primeros años y como Concha Piquer, Doña Concha o La Piquer más adelante— usó esa claridad de ideas y su firme carácter para desarrollar una gran trayectoria internacional en el mundo del espectáculo, pero su forma de vadear lo peligroso también la relegó a un bando concreto: el del franquismo.
Y esa referencia ha provocado que su figura haya estado denostada durante décadas. La reina de la copla ha permanecido en el acervo colectivo como la representación de una España rancia y convulsa. Sin embargo, 31 años después de su muerte coinciden una obra de teatro y un libro que la rememoran alejándola de ese imaginario tradicional: más allá de sus lazos con el régimen que imperaba en el país, Concha Piquer fue una cantante y actriz de masas, que empezó en esas funciones de variedades propias de principios de siglo XX y terminó dirigiendo una compañía propia.
"El tiempo la ha juzgado muy mal", sintetiza Carla Berrocal, que ha relatado algunos extractos de su biografía en el cómic Doña Concha. La rosa y la espina (Reservoir Books). La ilustradora cuenta a Sputnik que llegó a ella por casualidad, más empujada por los gustos de su abuela que por los suyos, y que quiso enterarse de algo más que el discurso oficial. "Es que Concha Piquer estuvo antes, durante y después del franquismo", protesta, "aunque este se la apropió".
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Berrocal resalta sus años en Estados Unidos, su regreso a España y sus posteriores actuaciones por distintos continentes, evitando el típico orden cronológico de su vida. Ese que va del nacimiento a la muerte. Para contextualizar, no obstante, habría que decir que Concha Piquer fue concebida en Valencia en diciembre de 1906 y falleció en el mismo mes de 1990, ya en Madrid. Entre medias, nutrió su leyenda con una etapa de éxito en Broadway y con la grabación de varios álbumes que sonaban en altavoces de medio mundo.
Al parecer, fue descubierta de joven en una sala de Valencia. El compositor Manuel Perella la vio cantar y la llevó a Nueva York. Arrancaban los felices años 20 y Concha Piquer aprovechó para hacerse un hueco en los teatros de la Gran Manzana. Con su gracia ibérica y su genio, fue escalando en fama: cantaba, actuaba y derrochaba desparpajo en pases repletos. Se ha llegado a afirmar que los fotogramas de From far Seville, de 1923, son el primer documento de cine sonoro (y en castellano), antes que El cantante de jazz, de 1927. También hacía gala desde pequeña de su genio: famosos son sus arrebatos con el resto del equipo o sus irreductible querencia por el parné.
Una de las anécdotas que incluye Carla Berrocal, de hecho, es aquella noche en las que Conchita no salió al escenario hasta que no tenía el fajo de billetes en el bolsillo. Algo por lo que fue preguntada más tarde en el programa Cantares, de Lauren Postigo, corroborando su visión comercial del arte. "Aunque no es costumbre acusar a una reina, se ha dicho de ti que te gusta más el dinero que cantar", soltó el entrevistador. "Eso es mentira, yo he tenido una gran vocación y la sigo teniendo, pero si no gano dinero, no me divierto", respondió ella.
De ese próspero inicio se trasladó a España. En los años 30 aterrizó en un país con la disciplina norteamericana y las reglas del show business aprendidas. Junto a letristas como Antonio Quintero, Rafael de León o Manuel López Quiroga, la cantante fulguró en escenarios como el Coliseum de Barcelona o el desaparecido Romea, en Madrid. De esta época son los clásicos Ojos verdes, Y sin embargo te quiero o A la lima o al limón.
"La copla era algo que escuchaba todo el mundo, era del pueblo", incide Carla Berrocal. De hecho, la obra En tierra extraña, en cartel estos días en el Teatro Español de Madrid, recrea esos momentos con un encuentro ficticio entre Concha Piquer, Rafael de León y Federico García Lorca, a quien admira y a quien propone escribir una canción. El destino de ambos sería diferente, quizás por esa discreción de la coplista, que se adaptó al nuevo escenario y siguió con sus números, a pesar de la dictadura. Es más: su hija, Concha Márquez Piquer, era fruto de una relación con el torero Antonio Márquez; la tuvo en 1945 y volaron hasta Montevideo para casarse, pues él ya lo había estado y en España no existía la posibilidad del divorcio.
Piquer fue una embajadora de lo español por Europa, pero no porque estuviera del lado totalitario, sino porque su arte era demandado. Hasta que abandonó sus apariciones públicas (en 1958, por una pérdida de voz, aunque sacó discos hasta 1963), aprovechó para viajar a lugares donde muchos compatriotas se habían tenido que exiliar, como México o Argentina. Se cuenta que Rafael Alberti la admiraba, pero le fastidiaba su procedencia. "¡Qué gran artista, qué pena que venga de la España de Franco!", exclamó el poeta en Buenos Aires. "¿Y de qué otra España iba a venir? ¡No hay más que esa!", replicó.
"Fue instrumentalizada por el franquismo", afirma Carla Berrocal, "y eso hace que la izquierda la repudiara; pero ella cantó siempre sus canciones, aunque fueran censuradas". Eso, y el resto de adjetivos que solían acompañarla: hortera, popular, para mujeres. Un tridente que hizo que su memoria la arrinconara por culpa de lo que la dibujante cataloga de "esnobismo cultural". La copla se ha mirado desde la atalaya de lo sofisticado, sostiene, y en realidad era un catalizador de los problemas cotidianos: "Era muy liberadora", zanja la ilustradora.
Servía para dotar de palabras al desamor, a la pena o a la venganza en unos tiempos de silencio. Y eso no ha sido reconocido nunca, según Berrocal. En el caso de La Piquer, además, se añadía un rincón oscuro de su identidad: el temperamento. A ratos déspota, a ratos dulce, la coplista tenía fama de ser implacable: a Manolo Caracol le despidió por llegar tarde a un ensayo. "No se llevaba bien con las demás folclóricas, no le gustaba ser eclipsada", indica Berrocal, en alusión a otros emblemas como su contemporánea Imperio Argentina o las posteriores Lola Flores, Carmen Sevilla, Isabel Pantoja o Rocío Jurado. La autora ha preferido esquivar esos chismes y centrarse en su "bravura".
"Me llamó la atención su dignidad y su valentía", agrega Carla Berrocal, insistiendo en que prefería salirse del cliché franquista y reivindicar a las personas que se quedaron, a su pesar. "Es que no todo el que se quedó estaba de su lado. Huyó mucha gente, pero el 90% de los españoles se quedaron, y ellos también tuvieron que sobrevivir", apunta. Concha Piquer fue una pionera y resistió, aunque su legado se empolvara por un gregarismo aún vigente.
Se le rindan o no suficientes homenajes, lo seguro es que guarda un espacio en la historia de España. "He creado un estilo, más bueno, menos malo, regular, pero lo he creado yo", asentía ella misma en el citado programa de televisión. "¿Reina de la tonadilla?", cuestionaba el presentador. "No lo sé. Lo que sí te puedo decir es que he trabajado durante muchísimos años siempre pendiente de mi arte, de mis canciones. He tenido grandes satisfacciones, y el púbico me ha querido. Y creo que me sigue queriendo. Y si el público lo dice, yo, con todo el cariño, lo acepto", sentenciaba. Pura prudencia y vanidad: todo un sello personal.
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