África y el futuro de la pandemia en 2022

© REUTERS / Zohra BensemraVacunación anti-COVID en Senegal
Vacunación anti-COVID en Senegal - Sputnik Mundo, 1920, 17.11.2021
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Las vacunas contra el COVID-19 han tardado en llegar a África. Hasta el 12 de noviembre, según los datos de la revista The Economist, solo el 10% de las personas mayores de 12 años que vive en la parte subsahariana de ese continente había recibido una dosis, frente al 86,5% de Sudamérica, el 55,8% de Centroamérica y el 79,3% de Norteamérica.
Pero en el último mes, afortunadamente, las entregas de viales comenzaron a repuntar hacia el continente africano. La iniciativa global que los suministra a países de ingresos bajos y medianos de todo el mundo, COVAX, ha enviado más de 475 millones de dosis desde febrero de 2021. Los países de bajos ingresos, la mayoría de los cuales se encuentran en África, pueden esperar 1.200 millones de dosis este año.
¿A qué se debe esta tendencia positiva? A que el primer mundo ya ha vacunado a todos los ciudadanos que querían ser inmunizados, no sufrir los efectos graves de la enfermedad o simplemente volver a una presunta normalidad. Aunque los índices de vacunación en la propia Unión Europea no son nada regulares. En algunos países, como en Austria, el 64% de la población ha recibido la dosis completa. En España, esa cifra alcanza el 79% y en Rumania, el 30%.

Distribución sin equidad

Las regiones más ricas del planeta compraron en 2020 tantas vacunas que en algunos casos muchos viales tuvieron que ser destruidos porque sobrepasaron su fecha de caducidad. Diversos informes recogidos por Médicos Sin Fronteras y medios de comunicación como The Washington Post revelaron que Estados Unidos ha tirado a la basura 15 millones de dosis de vacunas porque habían caducado. Algo parecido, aunque en menor cantidad, ha pasado en España o Israel.
A medida que llegan las dosis a África, surge una pregunta crítica: ¿cuál es la mejor manera de distribuirlas? COVAX dice que la equidad está en el centro de sus planes, pero también tiene en cuenta la capacidad de un país para absorber vacunas.
Un nuevo análisis realizado por Airfinity, una compañía británica que procesa datos e información sobre ciencias de la salud, ha intentado estimar el éxito que tendrían diferentes países de África a la hora de poner en marcha los complicados planes de vacunación. Esto dependerá, lógicamente, de varios factores:
la voluntad de la gente de recibir pinchazos;
la capacidad logística de los países para distribuir las dosis;
la situación socioeconómica en cada Estado africano concreto;
el consumo histórico de vacunas.
También influirá, y mucho, que algunos tipos de vacuna precisan, para ser eficaces, ser almacenados en lugares frigoríficos por debajo de los cero grados Celsius. Eso se aplica a las vacunas de Pfizer y Moderna, que usan el ARN mensajero. Otras fórmulas como AstraZeneca, Covaxin, Sputnik, CoronaVac, Sinopharm o Janssen necesitan menos frío, es decir, menos infraestructura, para funcionar.
En resumen, la operación de vacunación plantea grandes desafíos.
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África y sus particularidades

Otro factor muy significativo a tener en cuenta es que solo uno de cada siete casos de coronavirus ha sido diagnosticado en África, de acuerdo con las cifras que maneja la Organización Mundial de la Salud (OMS). Dicho de otra manera, el 85% de los contagios ha pasado desapercibido y no consta en las estadísticas oficiales. Este diagnóstico supone que el COVID-19 habría afectado a unos 60 millones de personas, el 5% de la población africana. Las estimaciones de la OMS señalan que la mortalidad también ha sido subestimada y solo consta uno de cada tres fallecidos, lo que eleva a unos 650.000 los muertos reales.
Lo cierto es que la mortalidad en África parece que está siendo menor que en otros continentes principalmente por la escasa movilidad demográfica (el virus no se mueve mucho porque no los hacen sus transmisores: las personas) y por el alto índice de población muy joven, que suele pasar la enfermedad sin síntomas o con síntomas leves.
De la efectividad de la vacunación en África dependerá en buena medida que la pandemia se alargue o no más allá de 2022. De hecho, los expertos consideran que la expansión global de la enfermedad irá decreciendo el año que viene. Pero el COVID-19 vino para quedarse. No desaparecerá ni morirá. De hecho, no puede morir, porque técnicamente no es un ser vivo sino un agente patógeno que necesita de un ser vivo para multiplicarse. Evidentemente seguirán produciéndose brotes locales y estacionales, especialmente en países poco vacunados, mayormente los más pobres de África. Los epidemiólogos también deberán estar atentos a las nuevas variantes del virus que podrían superar la inmunidad proporcionada por las vacunas. Aun así, en los próximos años, a medida que el virus se convierta en una enfermedad endémica, como lo es la gripe, es probable que la vida en la parte rica del mundo vuelva a la normalidad, al menos a la normalidad pospandémica. En realidad, la vida no será nunca igual que antes.
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Éxitos y fracasos

La pandemia ha supuesto tanto éxitos como fracasos. El éxito más grande radica en que se ha vacunado a un impresionante número de personas (sólo en China a más de 1.000 millones) y que, en cada etapa de la infección, desde los síntomas leves hasta los cuidados intensivos, los nuevos medicamentos ahora pueden reducir en gran medida el riesgo de muerte. También sorprende mucho la cantidad de vacunas distintas que se han creado en apenas un año cuando una vacuna tradicionalmente requiere años de investigación y pruebas. Por ejemplo, la de la poliomielitis tardó 20 años en pasar de los primeros ensayos a su primera licencia estadounidense. A finales de 2021, solo dos años después de que se identificara por primera vez el primer caso de SARS-CoV-2, el mundo estaba produciendo aproximadamente 1.500 millones de dosis ¡al mes! El problema es que las vacunas no ofrecen una protección completa, especialmente entre los ancianos; eso supone un nuevo reto para los investigadores que trabajan en medicinas antivirales de última generación.
Por otro lado, el fracaso más terrible de esta crisis radica en la circunstancia de que un gran número de personas están inmunizadas por el simple hecho de que ya estuvieron infectadas previamente, lo que implica que muchas más, sobre todo en los países en vías de desarrollo, y especialmente en las naciones africanas, seguirán estando desprotegidas por vacunas o medicamentos hasta 2022. El precio de esa inmunidad a escala global ha sido literalmente mortal. Según los datos The Economist, el virus se ha llevado la vida ya de unos cuantos millones de personas, más que los reportados en los datos oficiales, con un rango que va de los 10,2 millones a los 19,2 millones de muertes.
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