- Sputnik Mundo, 1920, 11.02.2021
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"Esto es una cultura, un arte, y se va a pique": el último suspiro de los limpiabotas en Madrid

© Sputnik / Alberto García PalomoDomingo Montañés, limpiabotas en el bar Richelieu de Madrid
Domingo Montañés, limpiabotas en el bar Richelieu de Madrid - Sputnik Mundo, 1920, 07.11.2021
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Cepillar, dar cera y tintar el calzado es un oficio en extinción. En España aún quedan en las grandes ciudades quienes lo ejercen, pero van a menos. Tanto en bares donde forman parte del personal como en las arterias principales, luchan contra el cambio de costumbres. Su mayor enemigo: las zapatillas.
Vermú en mano y traje impoluto —camisa almidonada, gemelos brillantes, pañuelo en ristre—, el cliente parte una lanza a favor del periodista. "No te quejes, Domingo, que eres famoso y por eso te reclaman". Domingo suspira ante la observación y accede: es uno de los últimos limpiabotas de Madrid, miembro de una estirpe, la de los Montañés, que ejerce este trabajo desde sus orígenes extremeños hasta estos días de inesperado frío otoñal. Pero es un mal momento para relatar esa travesía: a esta hora, los parroquianos del bar Richelieu inician la liturgia del vino o la caña previa a la comida, que suele estar acompañada por un buen pulido de calzado.
"Mi padre era limpia de Mérida, en Cáceres, y cogí el oficio", cuenta a Sputnik durante las pausas que le permite el ajetreo. "Cuando vinimos a Madrid busqué dónde ir y por recomendación llegué aquí", rememora. Donde recaló es en un distinguido local del barrio de Chamberí que se abrió en 1969. Su barra acolchada y sillones en forma de U acogen desde entonces charlas y brindis de habituales como lo era Sara Montiel o algún otro rostro de la farándula. "Sara Montiel venía todas las noches, con unos abrigos que ni podía", ilustra Domingo, que también menciona sin dar nombre a "abogados, militares o políticos" a quienes ha lustrado los zapatos. "Son tantos años que ya ni me acuerdo", espeta.
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Domingo Montañés, limpiabotas en el bar Richelieu de Madrid
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Domingo Montañés, limpiabotas en el bar Richelieu de Madrid
Domingo Montañés ha cumplido los 74 y más de medio siglo en este espacio donde el sol se transforma en ámbar cuando rebota en la pared. De esa lista de celebridades solo habla de Jaime Milans del Bosch, militar franquista que defendió el Alcázar de Toledo en la Guerra Civil y luego participó en el Golpe de Estado de 1981 con Tejero. "Lo traté cuando salió de la cárcel. ¡Era muy pequeño!", exclama con asombro mientras se traslada a otro rincón: le espera otro cliente, que ha pedido la vez alzando el índice, como si fuera un camarero más. "No es otro más, es el jefe de todos, el presidente", ríe Enos, que atiende desde detrás de los grifos de cerveza, pegado a la pared en la que Domingo descansa los ratos muertos, con algún periódico por hojear y recortes de prensa en los que se certifica esa fama a la que aludía el señor del principio.
La rutina de Domingo, sin embargo, no destaca por sus acontecimientos insólitos sino por la constancia. Desde hace 51 años acude de lunes a viernes a este local, donde está en plantilla, hacia las nueve y media de la mañana. Termina hacia las cinco de la tarde, cuando el baile de pies se torna rumboso y despreocupado. Recoge su cajón y sus productos y pone rumbo a Torrejón de Ardoz, la localidad de las afueras donde vive con su mujer y ha criado a cinco hijos. Le da tiempo, asegura, de echarse la siesta. En ese trecho laboral, suele encadenar zapatos. Se mueve de una butaca a otra y, desde un taburete bajo, comienza la coreografía habitual: cepillo hacia los lados, una capa de cera, gotas de tinte y un toque final de trapo para que el brillo sea cegador. Todo, por entre cinco o seis euros, dependiendo del tiempo y el tratado.
"Suelo tardar unos 10 minutos, pero depende de cómo esté el calzado", señala con el olfato del veterano. Por sus manos pasan los fijos, que pueden recurrir a él hasta cuatro o cinco veces, o los ocasionales. "Algunos vienen recomendados", comenta orgulloso. Salvo algún episodio vago, nunca ha recibido críticas: "No me quejo. Estoy bien y los clientes también", resume. Narciso Nunné, de 54 años, lo corrobora. "Los limpia muy bien. Yo le pido que me lo haga cada dos semanas, porque quedan mucho mejor. Si no, los mantengo a diario con algo rápido", explica este empresario y residente en la zona.
Domingo solo lamenta un gran obstáculo: "Los jóvenes no usan zapatos. Solo zapatillas, hasta los que van en traje". Ese es el mayor enemigo de Domingo, que suspira cuando escucha hablar de las nuevas modas en el calzado. "Si es que cada vez hay más inconvenientes", le secunda Antonio Trives, fiel al Richelieu y a Domingo desde el año 1989. "Es un artista, una institución, y se va a acabar", chista en su presencia, mostrando un par de botas de fieltro. "Cuando me pongo zapato inglés sí que me los limpia", advierte.
© Sputnik / Alberto García PalomoAntonio Montañés, limpiabotas en el bar restaurante Milford de Madrid
Antonio Montañés, limpiabotas en el bar restaurante Milford de Madrid - Sputnik Mundo
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Antonio Montañés, limpiabotas en el bar restaurante Milford de Madrid
© Sputnik / Alberto García PalomoAntonio Montañés, limpiabotas en el bar restaurante Milford de Madrid
Antonio Montañés, limpiabotas en el bar restaurante Milford de Madrid - Sputnik Mundo
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Antonio Montañés, limpiabotas en el bar restaurante Milford de Madrid
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Antonio Montañés, limpiabotas en el bar restaurante Milford de Madrid
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Antonio Montañés, limpiabotas en el bar restaurante Milford de Madrid
Aunque Domingo no pretenda jubilarse, sabe que las circunstancias conseguirán mermar su actividad. Salvo esos feligreses de su cepillo, las nuevas generaciones no continúan con el hábito. Han cambiado a otros modelos más cómodos, con tela sintética o de un precio que insta al usar y tirar, no al cuidado. Por eso, su hijo Antonio, que está a unos metros de distancia, no cree que esta profesión tan arraigada a la familia tenga mucho recorrido. "Esto es una cultura, un arte, pero se va a pique", resopla en el bar restaurante Milford, ya entrado en el barrio de Salamanca. Dentro de este noble inmueble, Antonio (al que llaman Tony en confianza) sigue la estela del progenitor. Pero es más pesimista. Con razón. "Han cerrado el Gregory, el Víctor, el Balmoral…", enumera después de 28 de sus 47 años dando lustre a vecinos y foráneos.
"Esto es una pasión, como la del pintor que pinta cuadros. Los zapatos van antes que cualquier prenda. Dicen cómo es la persona. Son más importantes que el traje, que ahora lo lleva todo el mundo", incide, revelando su secreto para la excelencia: "Doy charla, pero también escucho. Respeto y me respetan", sintetiza, guardando, como un cura, los secretos de confesión. "Tengo muchas anécdotas, pero no puedo contarlas", se despide este "gitano al 500%" que solo ha notado algo de relevo en compañeros sudamericanos. A su lado, Nacho, de 69 años, le respalda con la complicidad que otorga un vaso de licor y unos encurtidos: "Es el mejor limpiabotas de Madrid. A él y a toda su familia les conocemos de siempre. Y es una pena que esto se pierda. Deberían fomentarlo y subvencionarle", arguye.
© Sputnik / Alberto García PalomoDiego, limpiabotas, en un descanso frente al bar Negresco de Madrid
Diego, limpiabotas, en un descanso frente al bar Negresco de Madrid - Sputnik Mundo, 1920, 05.11.2021
Diego, limpiabotas, en un descanso frente al bar Negresco de Madrid
Diego, otro Montañés, ha elegido un restaurante más escorado. En el Negresco, próximo a la plaza de República Dominicana, se instaló hace seis o siete años. Al contrario que el resto de la familia, su gremio no era el de los limpiabotas, sino el de la ganadería. La crisis le cambió de sector. "Mi abuelo era tratante. Y yo sustituí a un tío mío, pero no veo futuro", dice cabizbajo. Lleva unos minutos en la puerta, esperando, y el amago de lluvia no augura buenos pronósticos de negocio. "Viene gente, pero cada vez menos. No hay futuro", suspira, enseñando la herradura que colocó a su caja de utensilios. "Es por mi trabajo anterior y porque da suerte, pero ya ves que no funciona", detalla, murmurando que antes eran "una barbaridad": "Ya no queda nadie. La gente ha perdido la corbata".
No hay una estadística oficial que calcule cuántos limpiabotas hay en Madrid o en otras ciudades de España. Pero, igual que lo que expresa Diego, en los archivos o imágenes del pasado se ve a estos trabajadores en la Puerta del Sol, en el Parque del Retiro o en otras avenidas urbanas. Ahora ni siquiera se sabe su existencia reptante por estos establecimientos exclusivos. Mucha gente está más acostumbrada a los que sacan el puesto a la calle. En Gran Vía, por ejemplo, se perciben entre la multitud. A pesar de su desaparición progresiva. Una mañana de jueves solo hay dos. Ambos provienen de distintas regiones de México, donde se les denomina boleros.
© Sputnik / Alberto García PalomoCaja de utensilios de Ramiro, uno de los limpiabotas mexicano de la Gran Vía de Madrid
Caja de utensilios de Ramiro, uno de los limpiabotas mexicano de la Gran Vía de Madrid - Sputnik Mundo
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Caja de utensilios de Ramiro, uno de los limpiabotas mexicano de la Gran Vía de Madrid
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Ramiro, uno de los limpiabotas mexicano de la Gran Vía de Madrid - Sputnik Mundo
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Ramiro, uno de los limpiabotas mexicano de la Gran Vía de Madrid
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Ramiro, uno de los limpiabotas mexicano de la Gran Vía de Madrid
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Caja de utensilios de Ramiro, uno de los limpiabotas mexicano de la Gran Vía de Madrid
Ramiro, de 58 años, es de Sonora. Lleva 29 en la puerta del hotel Hyatt Centric, a medio camino entre Montera y Callao. "Me da permiso el dueño", justifica, afirmando que antes eran 16 y ahora solo "unos poquitos". "La falta de turismo y el COVID hace que vaya desapareciendo", cavila. Sus clientes son "de todo el mundo" y señores que se han recluido por el virus. Al que atiende en ese instante es a Luis Núñez, que reside, precisamente, en Hermosilla, un pueblo del mismo departamento.
"En México me lustro los zapatos una vez a la semana, es un oficio ancestral, y aquí es al primero que veo en varias semanas viajando por Alemania, Francia o España. Ya no hay donde bolearse", narra Núñez antes de pagar los cuatro euros de precio. En su país serían algo menos de dos.
También cobra esa cantidad Marcelo Ramírez, compatriota de Ciudad Juárez. En ese momento es a Mounir, un belga de 42 años que anda de vacaciones con su mujer, a quien le repasa el marrón del cuero. "Es un poco de otra generación, pasado de moda, pero lo hago siempre que me encuentro uno", alega el turista, alabando cómo se los ha dejado y por qué es beneficioso: "Duran mucho más y están como un espejo, mucho más elegante que unas zapatillas", indica. Ramírez, de 65 años, asiente a pesar de iluminar la calzada con el fosforito de sus cordones. "Acabo de llegar y no me he cambiado, pero ahora me pongo mis botas y mi traje, que me presente al cliente arregladito, porque no solo en las oficinas se va así", se excusa.
© Sputnik / Alberto García PalomoMarcelo Ramírez, limpiabotas mexicano que ejerce en la Gran Vía de Madrid
Marcelo Ramírez, limpiabotas mexicano que ejerce en la Gran Vía de Madrid - Sputnik Mundo
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Marcelo Ramírez, limpiabotas mexicano que ejerce en la Gran Vía de Madrid
© Sputnik / Alberto García PalomoMarcelo Ramírez, limpiabotas mexicano con un cliente en la Gran Vía de Madrid
Marcelo Ramírez, limpiabotas mexicano con un cliente en la Gran Vía de Madrid - Sputnik Mundo
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Marcelo Ramírez, limpiabotas mexicano con un cliente en la Gran Vía de Madrid
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Marcelo Ramírez, limpiabotas mexicano que ejerce en la Gran Vía de Madrid
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Marcelo Ramírez, limpiabotas mexicano con un cliente en la Gran Vía de Madrid
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Marcelo Ramírez, limpiabotas mexicano con un cliente en la Gran Vía de Madrid
Ramírez es consciente del devenir del oficio. Son esas zapatillas ubicuas revoloteando a la altura de sus orejas las que, en parte, tienen la culpa. Hay otros factores, como el low cost, cuyo máximo exponente está al otro lado de la carretera y tiene rótulos fluorescentes donde se lee Primark. "Llevo 22 años en Madrid y empecé hace 12, con la crisis", apunta, "porque me acordé de algo que decía mi abuelo: 'hazte con una caja de bolero y no te morirás de hambre".
Ahora, aquel consejo se ennegrece: "Vengo de lunes a sábado, entre ocho y 10 horas, y no da ni para sobrevivir", confiesa quien está intentando solicitar un kiosco "por el clima" mientras engalana su puesto con fotos de Cantinflas o El Chavo del Ocho. "Yo charlo, soy un comunicador, y sé que la suciedad o la elegancia empieza en el zapato. En mi país todo es pura piel, hasta las rodillas. Aquí los ejecutivos van en tenis. Yo no me iré hasta que Dios me deje de dar fuerzas, pero ni mis hijos ni mis nietos lo cogerán", reflexiona en medio de una muchedumbre que camina deprisa, ajena a un empleo cuyo brillo se opaca a zancadas: "El bolero, los limpiabotas", zanja, "se perderán con el tiempo".
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