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Fin de la industria y del periodismo musical: cuando en los escaparates no hay discos sino cafeteras

© Europa PressEl grupo español Izal, durante un concierto de 2018 (referencial)
El grupo español Izal, durante un concierto de 2018 (referencial) - Sputnik Mundo, 1920, 14.07.2021
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Bruno Galindo repasa con 'Toma de tierra' (Libros del KO) su trayectoria como reportero y crítico en varias publicaciones o su visión de modelos que languidecen.
Imaginemos que nuestra vida profesional es un time-lapse, ahora que están tan de moda. En algunos casos, ese tramo entre el brillo del cielo que marca el amanecer y el fundido que llega con el ocaso comprendería una rutina más o menos similar: trayectos de ida y vuelta, almuerzo o los quehaceres típicos de cada franja horaria. Hay excepciones: para Bruno Galindo, ese resumen incluiría imágenes de despendole, horas de camerinos y una pila de artículos en grandes medios. Se verían gestas de juventud, picos vibrantes de gozo en la profesión y un progresivo declive del oficio.
Galindo, que nació en Buenos Aires en 1968 y ha desarrollado su carrera en España, no tira sin embargo de un ritmo acelerado para relatar su experiencia, sino de un abanico de momentos puntuales divididos en tres partes o "pistas". Con el libro Toma de Tierra (Libros del KO), el autor repasa por bloques su vida laboral como periodista, sus años en la industria y sus aventuras artísticas. El resultado no es un mero vistazo al pasado con mayor o menor velocidad, sino una reflexión de su labor y de las circunstancias que han modificado ambos gremios (el de la prensa y el de la música) en donde se ha movido siempre.
Y el resultado es agridulce. No por su manera de contarlo, sino por cómo se impone la realidad. Estas memorias, de hecho, no tiran de un discurso negativo: mezcla la crónica más canónica con la retranca humorística o el tono cáustico con que se definen ciertos aspectos de un empleo maltratado. Galindo va saltando de esas entrevistas en hoteles de lujo con cantantes como Prince, John Lydon (el Johnny Rotten de Sex Pistols) o Bono, de U2, a esas reuniones en las que el jefe de turno descarta un reportaje en Palestina porque no ha acudido el grupo del momento o cómo camina varios kilómetros de la costa almeriense para ver un tributo a The Clash (con algún miembro antiguo y en el lugar donde Joe Strummer pasó una temporada) sin obtener un medio que lo publique.
También se detiene en su amistad con Manu Chao o Andrés Calamaro, en sus actuaciones al lado de alguno de estos maestros, en sus negociaciones con radiofórmulas como staff de un sello discográfico o en cómo Courtney Love (viuda de Kurt Cobain) le dice que el periodista y el artista son "enemigos naturales". Hay páginas donde se reflexiona sobre cómo las leyes, la tecnología o el consumo está terminando con la industria y con el periodismo. Y otras en las que las conclusiones son más optimistas: "La música se abre paso como el agua por las rendijas del empedrado", apunta como corolario.
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Su origen como un macizo volumen de 370 páginas no es, aunque se sospechara, ni una rendición de cuentas ni un lamento. "Es un juego entre dos imágenes: la del cable de toma de tierra de un tocadiscos y un aterrizaje forzoso, personal y colectivo", explica Galindo a Sputnik, que expone esas tres facetas diferenciadas en cada capítulo, pero las aúna en lo personal: "Confluyen a lo largo de toda mi vida, nunca he estado lejos de la música. Por lo demás, suscribo las palabras del cantautor Robert Forster cuando dice que nadie en la música trabaja en una sola cosa: casi todo el mundo que conozco en el sector —yo incluido— desempeña múltiples tareas a la vez".
La famosa alegoría de la figura renacentista —que debía entender de matemáticas igual que de pintura al óleo— sirve como ejemplo para sobrevivir en un mundo cada vez más hostil (léase mal pagado e ingrato). El trabajo de búsqueda y redacción exige ahora una producción de texto e imágenes propias y casi exclusividad: tanto en la música como en el periodismo cultural, ha ido ganando terreno la precariedad. Tampoco era la panacea hace décadas, cuando se pagaban viajes, se celebraban cócteles o se animaba a la aventura, pero el estado actual lo deja tendido al capricho de una voz que acepte o deniegue en segundos por los presupuestos nimios de cualquier publicación.
En ninguna de esas caras de la moneda Galindo ha encontrado acomodo, no obstante. Sí que ve diferencia a la hora de intimidar o tener más oportunidades de compadreo: "Tal vez ahora los grandes artistas están más blindados y resulta más difícil llegar a ellos, pese a las redes sociales. Hay menos intermediarios; los mánagers tienen menos fuerza y todo pasa por las discográficas", razona quien alardea de su trato con algunos tótems de la música, pero a la vez deja claro aquellos lugares donde no ha estado o aquellos que le cerraron la puerta.
"Lo curioso es cómo ha caído cierta profilaxis que hacía independiente a la prensa", cavila Galindo en torno al postureo que prima en el gremio, "los selfis que nos hacemos los periodistas con nuestros entrevistados se han convertido en parte de nuestro capital social, además del laboral. ¿Puedes ser crítico y riguroso en tu entrevista después de publicar tu foto y decir: 'Estuve charlando con mi queridísimo Fulano'? De alguna manera da la sensación de que estamos en el mismo barco".
Bruno Galindo distingue entre lo que suponía ser freelance en sus inicios y en la coyuntura que nos rodea: "Antes nadie lo era; estaba mal visto y generaba inquietud. Ahora todo el mundo lo sabe y sigue siendo negativo. Algo que no ha cambiado es que todo el mundo quiere ser fijo en plantilla, cosa que comprendo solo en parte. En periodismo, ser autónomo es hermoso", opina quien se ha movido en dos esferas principales: la de escribir independientemente para diferentes cabeceras y la de quien ha sido asalariado en discográficas.
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De esos años destaca el mercadeo que se producía con las radiofórmulas, el trajín de discos y llamadas para que una canción sonara a través del transistor. Poco a poco, ese universo de avidez, insistencia y hermandad se fue perdiendo. En la frecuencia modulada se pasó a lo homogéneo, dando de lado a ciertos grupos, que veían ese veto casi como "un asunto de honor". "Buena parte de lo que hoy suena en las radios comerciales no lo han decidido sus programadores, sino estudios de mercado: macroencuestas telefónicas que determinan la dirección a seguir. No se me ocurre dejación mayor que ese procedimiento llamado callout. ¿Para qué están las personas? En la era del streaming y el podcast, la radio debería ser cada vez más humana y menos algorítmica".
Aun así, el panorama no ha variado mucho. La conocida como "música urbana", que algunos tachan de eufemismo para no nombrar la raíz pobre o barrial, se impone si es mainstream o ha dado el salto a un estilo en boga. Dice Galindo que habitualmente se ha menospreciado la producción musical de otras culturas y que ya era hace tiempo "imperdonable" que "los grandes medios no reflejaran en sus contenidos conciertos de bachata o cumbia —por referirme solo a un par de géneros— que estaban llenando grandes recintos en ciudades españolas".
© Foto : Cedida por Dolores Iglesias (Fundación Juan March)El periodista Bruno Galindo, autor de 'Toma de tierra' (Libros del KO)
El periodista Bruno Galindo, autor de 'Toma de tierra' (Libros del KO) - Sputnik Mundo, 1920, 14.07.2021
El periodista Bruno Galindo, autor de 'Toma de tierra' (Libros del KO)
Según explica, "lo ignoraban porque eran para público emigrante y no les sentían como público propio". Galindo cree que, en cualquier caso, ese presunto elitismo es "una cuestión menor" por dos motivos: porque "ahora la gente escucha lo que sea sin hacerse tantas preguntas" y "porque los medios no tienen el poder prescriptor de antes". "Hoy estamos en condiciones de disfrutar al mismo nivel de cualquier tipo de música y podemos empatizar con todo fenómeno cultural sin que nuestro gusto esté predeterminado por su origen socioeconómico", argumenta, matizando que ocurre "en las dos direcciones": "Puede interesarnos un fenómeno popular aunque nuestros gustos sean refinados y al revés". "Obviamente no descubro nada diciendo esto", sentencia.
El experto anota en el libro que "todo estilo musical que aparece hoy será ridículo mañana" y sostiene que "dentro de un par de años nadie escuchará lo que se está haciendo ahora", aludiendo al trap y a cómo "esas voces aflautadas darán la misma vergüenza que las baterías electrónicas de los 80". En la entrevista, Galindo advierte de que sus sensaciones hacia este estilo son "más buenas que malas" y resalta su importancia, "enorme". Otra cosa será cómo se recuerde, indica: "Idolatramos el pasado y creo que hay menos calidad porque buena parte de la producción es casera. Respecto a la originalidad, creo que es un valor a la baja. Vivimos orgullosos de nuestras copias".
Una sensación que viene de siempre, pero que ahora está precedida por el derrumbe de los cimientos tradicionales. Ya Bono, el líder de U2, le confesaba en 1997 a Galindo que el futuro de las bandas era cobrar por concierto, no por discos. Y lo artesano se impone a lo industrial por obligación. Con este cambio de paradigma varía el papel de la crítica. El servicio de "guía u orientación en un tiempo en el que la música forma parte de la identidad de tantas personas y le importa tanto a tanta gente" que le atribuye Galindo sigue vigente, pero se vive peor por una simple pérdida de poder. Aunque se escriba mucho, como afirma Galindo, el comentario individual gracias a las tecnologías se impone.
Y hay más factores para su disolución profesional: la merma de salarios, el desinterés o la mutación y abaratamiento de la publicidad. Precisar "cuándo se jodió todo", reflexiona Galindo avocando a Vargas Llosa, es difícil. Sin embargo, había señales inequívocas del desenlace: "Cuando aparece un niño disfrazado de Juan Luis Guerra en un programa de imitaciones en televisión. Cuando el periódico del domingo empieza a pesar poco. Cuando en vez de discos aparece en el escaparate de la Fnac una cafetera automática. Son solo impresiones, pero también fueron avisos para navegantes".
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