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Los "Beatles españoles" y sus 'chicas cocodrilo': la historia y el futuro activo de Hombres G

© Europa Press / ArchivoFoto promocional de un concierto de Hombres G en 2014
Foto promocional de un concierto de Hombres G en 2014 - Sputnik Mundo, 1920, 08.06.2021
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El grupo madrileño lleva 40 años de éxito internacional. A pesar de un parón a finales del siglo pasado, recuperaron la formación y siguen llenando locales. En 'Nunca hemos sido los guapos del barrio', editado por Plaza & Janés, se rememoran sus orígenes.
Jamás esperaron algo semejante. Querían triunfar, pero sospechaban que era una empresa difícil. Así que decidieron probar. Por diversión. Para complementar las tardes de cervezas y amigos con un escenario y cuatro brincos. De eso hace casi 40 años. Ahora, Hombres G no es solo un grupo mítico del pasado, sino que su nombre todavía se escribe en presente: en 2021, lejos ya de aquellas noches de movida madrileña, tienen a punto un nuevo disco, una gira por varias ciudades y aún celebran la publicación, en noviembre de 2020, del libro Nunca hemos sido los guapos del barrio, de Javier León, que relata anécdotas entre bambalinas y repasa su trayectoria.
Un recorrido de ascenso meteórico, y casi repentino. Con singles que resonaban en varios continentes, aeropuertos colapsados antes el aterrizaje del grupo o películas donde trasladaban sus letras a la ficción. A los Hombres G llegaron a tildarlos como "los Beatles españoles" o "los Beatles latinos" por la pasión que suscitaban en medio mundo y, como a la banda inglesa, les acuñaron un término alrededor del fenómeno: la hombresgmanía. No era para menos: de un cómodo barrio de la capital de España dieron el salto a Latinoamérica, vendieron millones de discos y crearon himnos que todavía se corean a altas horas de la noche.
La locura llegó a tal punto que David Summers, fundador y cantante, tenía que dejar descolgado el teléfono fijo de su casa de madrugada o que un día, en esos mismos minutos oscuros, se asomó a la ventana de un hotel en Lima y vio a una chica encaramada a la cornisa. Era la planta número 11. Y abajo había otras 300, acampadas ante la presencia del grupo. Muchas, con una denuncia de desaparición puesta por sus progenitores en comisaría. "Sí, tío, me quedé acojonado. Es increíble la cantidad de cosas que nos han pasado", confiesa Summers a Sputnik.
De aquel susto ha transcurrido bastante tiempo. Fue en 1987. Ahora, el líder de la banda e hijo del famoso director de cine Manuel Summers ya peina canas. Tiene 57 años, dice tocar "por el buen rollo", no por cuestiones económicas, y atiende sin prisa después de ensayar en una mañana tórrida de junio. Desde su casa, con el perro ladrando de fondo, el compositor rememora sus inicios a poca distancia de donde se ha instalado. "Nos conocimos todos por aquí. Empezamos a ir al mismo bar y montamos una banda, pero no teníamos ni puta idea de lo que nos iba a suceder", reconoce.
El bar se llama Rowland. Sigue abierto. Y la zona es Parque de las Avenidas, área noble al norte de Madrid. En estas coordenadas se fraguó la banda. Al principio, casi como un dúo. Summers conocía a Javi Molina, el batería, del colegio y el barrio. Él, a su vez, tenía trato con Rafa Gutiérrez, guitarrista con el que se cruzaba en sus salidas a la casa de la sierra. Y faltaba otro pilar: Daniel Mezquita, también a la guitarra. Los cuatro eran apasionados de la música. Y se unieron gracias un gusto común: el rock clásico, las salvajadas punk londinenses o los artistas de vanguardia, como David Bowie o Pink Floyd.
Pero "el punto de inflexión" fue una película de 1980. Hasta entonces, a David Summers y sus futuros compañeros de grupo les gustaba escuchar esos discos de la época o aprender con los pioneros. En aquel año, sin embargo, el cantante estaba en Torremolinos, balneario popular de la provincia de Málaga, y vio por la noche una película en el cine. Era The great rock and roll swindle, un falso documental sobre los Sex Pistols dirigido por Julian Temple. "Me voló la cabeza", apunta Summers, que se atreve a dar la fecha exacta: el 8 de agosto. "Tenía 15 años para 16. Fue un detonante. Al salir dije: 'quiero dedicarme a la música' y en septiembre, al volver a Madrid, me empeñé en montar un grupo".
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Ayudaba la época. Y su situación personal. Se había criado en un ambiente bohemio, con padre cineasta y rodeado de la farándula. Además, iba a un buen colegio, se movía por círculos selectos y destellaba la denominada Movida. En España florecía la democracia después de varias décadas de dictadura y la juventud se arremolinaba en plazas o locales. Cataluña, Valencia o Galicia exportaban tendencias y en la capital se mezclaban estilos y se concentraban los medios de comunicación. Cada uno hacía gala de la filosofía del do it yourself (hazlo tú mismo) para manifestarse a través de la pintura, el cine o la música.
Muchos conseguían los casetes prohibidos de antaño y copiaban las melodías. La explosión tenía forma de glam, pop o nueva ola. Golpes Bajos, Parálisis Permanente, Derribos Arias…. Las bandas proliferaban y se diluían, marcadas por lo efímero del momento o la penetración de la heroína. Otras comenzaban una fructífera carrera: Alaska, Loquillo y Los Trogloditas, Siniestro Total… Y en medio, cuatro chavales con unos instrumentos "que sonaban fatal", se subían a rasgar las cuerdas y compartir la juerga.

"Era un periodo de muy buen rollo. También había quien se metía con alguien, quien insultaba y generaba controversias, pero por lo general todo era muy bueno. Había gente muy pintoresca, muy estrafalaria, y te reunías en bares para escuchar música y pasarlo bien", resume.

David Summers
Cantante y compositor de Hombres G
Con apenas unos meses de existencia, Hombres G ya se atrevieron a conquistar los sitios de moda. Había elegido este nombre por G Men, una película de cine negro estrenada en 1935, con James Cagney de protagonista. Antes hacían sus travesuras con Residuos, más punk y desenfadado. Pero elaboraron unas letras, tantearon unos acordes y se presentaron en el Rock Ola, meca de lo moderno. "Allí hablabas con un tal Lorenzo y le preguntabas qué día podías tocar. A lo mejor te daban un martes, que no había nadie, porque lo difícil era el fin de semana", revela Summers. Mientras, grupos como B52’s, Depeche Mode o Joe Jackson se acercaban a Madrid.
"Veías a algunos que eran la ostia y los domingos en el rastro intercambiabas sus discos", cuenta Summers, "nosotros tocábamos por divertirnos, por emborracharnos, como una fiesta; si no nos costaba dinero era maravilloso. Y siempre se petaba". Les fueron prestando atención. De los martes o los miércoles les auparon a una agenda más principal. Coincidían con "grandes amigos" como Los Nikis o Glutamayo Ye-Yé. Y llegó 1984. Hombres G sacó su artillería de entonces: Venezia, Marta tiene un marcapasos, La cagaste… Burt Lancaster o El ataque de las chicas cocodrilo, que fueron desplegándose más adelante en sucesivas grabaciones.
En 1985 llega la primera incursión en estudio. Los primeros pasos como profesionales. Ya se escuchaban coros durante la entonación grave de "io sono il capone della mafia", las acusaciones enfurecidas de "has sido tú, te crees que no te he visto" o las risas burlonas de "mírale, qué ojitos tiene, es idéntico a su padre". Con Devuélveme a mi chica dan el pelotazo. Copan los diales, aparecen en la tele y cruzan el océano. Conjugan el pop burlón con las baladas. "No éramos ni punk, ni nuevaoleros, ni modernos", define David Summers. De hecho, en algunas críticas de la época les describen como "gente normal".
Y eso era precisamente lo que chirriaba a su alrededor. Sin cabelleras teñidas o trajes extravagantes, y ligados a unas letras melosas, en el mundillo empezaron a expresar sus recelos. Les catalogaban de blandengues, de pijos, de ritmos amoldados a lo comercial. "A nosotros nos daba igual. Sí que hubo alguna declaración en que nos cabreamos, pero mi padre me dijo: 'Tú céntrate en lo que te gusta, en la música, y olvídate de las crucecitas, los pendientes o las chapas'. Y luego esa normalidad, ir a tocar igual que ibas a pasear o comprar al súper, como voy ahora, era lo que hacía original", se defiende el cantante, que cree más pijo ir a un mercadillo de Londres para comprarte una chaqueta que llevar unos vaqueros y un polo, como era su caso.
La maquinaria no paraba. Peinaban la península de punta a punta y ya había una legión de fans que seguía todos sus pasos. Esas famosas "chicas cocodrilo" que mordían las piernas al mínimo descuido, como describían en una de sus letras más repetidas. "Era surrealista. Yo vivía en la casa de mis padres y se pasaban el día llamando al teléfono. Cambiamos el número varias veces y daba igual. En la puerta siempre había 50 o 100 personas esperando", responde Summers, regresando a ese momento de asomarse a la ventana en un hotel de Lima y encontrarse a una chica al borde del abismo.
"Algunos lo vieron como fácil, pero nos lo curramos muchísimo", indica el artista, recordando los días de fotocopiadora y pegado de carteles por Madrid o las jornadas de cinco de la mañana a 10 de la noche acudiendo a "todas las radios y teles" de cualquier país.
De hecho, al poco de esos orígenes de carambolas y esfuerzo, el periodista Diego Manrique escribía en la crónica de uno de sus concierto que, si no fuera porque eran españoles, cualquier sociólogo estaría estudiando el fenómeno. El clásico no ser profetas en su tierra y sí serlo fuera: "Fuimos portada de Rolling Stone en varios países, menos aquí", confiesa Summers.
En México o Perú invadían las pistas del aeropuerto para recibirles. Les escoltaban en cualquier trayecto, disolvían los conciertos con antidisturbios, en medio de un fervor de llantos y desmayos. "Alucinante. Era hasta incómodo por el histerismo", ríe el cantante con veteranía, "ahora entran al camerino personas mayores o jóvenes y lloran y me sigue sorprendiendo".
Voy a pasármelo bien, Visite nuestro bar o Un minuto nada más propiciaban la euforia. "En Sudamérica bailaban a golpes con algunas canciones", diferencia Summers, que señala cómo en algunos sitios censuraban el "mamón" de Devuélveme a mi chica: "Luego en vivo se gritaba con más fuerza". En 1993, con un puñado de cintas que se vendían por millones y dos películasSufre mamón y Suéltate el pelo, de 1987 y 1988—, la banda tocó el agotamiento.
Pesaban los kilómetros de carretera, la ubicuidad de sus rostros en revistas o pósters, la nostalgia del anonimato. "Perdieron la alegría, la ilusión y su esencia, y supieron hacer una pausa a tiempo", anota en las memorias el autor, Javier León, que los califica de pioneros en llevar a España por otros lares: entonces solo lo había conseguido Julio Iglesias, como solista.
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No bastaban las ofertas por seguir, los recopilatorios, los estadios a rebosar o las comparaciones con los astros británicos. Tampoco la compañía de grandes figuras como Antonio Vega o Mikel Erentxun. Decidieron parar. Pensar. Ver qué hacer. Total, acaban de estrenar la treintena. David Summers siguió en solitario. El resto hizo sus pinitos en otros puestos del gremio. "En ese tiempo, hubo veces que sorprendía lo contrario, el silencio", recuerda el líder. Y en 2002, volvieron. Tenían letras nuevas y muchas ganas. Sacaron en dos años Peligrosamente juntos y Todo esto es muy extraño.

"Queríamos pasarlo bien. Vimos que aún teníamos sintonía", alega Summers, que niega el discurso de volver por interés u ofertas suculentas, como tantas otras bandas. "Para nosotros era indispensable la fraternidad. No habíamos acabado mal. Nos queremos mucho, somos una piña y lo importante es pasarlo bien. Luego ya estará la pasta", subraya.

En 2019 firmaron Resurrección, les otorgaron la Medalla de Oro de Bellas Artes y mantuvieron el ritmo de aforos llenos. Incluso compartieron tablas con Enanitos Verdes u otros colosos del continente. La pandemia les dejó en barbecho la presentación del disco, pero no los paralizó. "Al revés: yo escribí otro, que se va a llamar La esquina del Rowland, por donde quedábamos siempre al principio", concede Summers. Retornan literalmente a los escenarios y metafóricamente a sus inicios. Al barrio de Madrid donde fantaseaban con tocar para nutrir la farra y acabaron gestando un fenómeno internacional e intergeneracional.
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