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¿Son las redes sociales un nido de la polarización política en España?

© Europa Press / Eduardo ParraUn asistente a una manifestación franquista en Madrid
Un asistente a una manifestación franquista en Madrid - Sputnik Mundo, 1920, 01.05.2021
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Las informaciones sesgadas y sin contextualizar se expanden con mayor facilidad en plataformas virtuales como YouTube o Twitter. Algunos usuarios aprovechan estas vías para difundir noticias falsas o crear ciertas tendencias.
Encender el ordenador o el móvil, aparatos a los que estamos encadenados la mayor parte del día, no es solo un método de comunicarse o de trabajar fuera de la oficina. Las redes sociales, incluidos los servicios de mensajería como WhatsApp o Telegram, son un campo minado de información. Y no hablamos de los datos que proporcionamos para conocer nuestros gustos o movimientos (carnaza fácil para empresas con apetito comercial o para gobiernos con vocación de espía) sino de noticias que asaltan sin pretenderlo. Desde un corte de vídeo sin referencias hasta enlaces a medios con poco pedigrí o tertulias entre usuarios que refuerzan sus argumentos sin contraste.
La jauría virtual no entiende de jerarquías ni de circunstancias. Lo mismo da un lapsus oral de un mandatario que la sentencia de un juez: en un mundo plano y sin más asperezas que la rugosidad de la yema del dedo, la gravedad se equipara. El candidato que se traba durante un mitin se convierte en motivo de chanza y de repudia igual que aquel al que le descubren un acto delictivo: todo se sitúa al mismo nivel, cuando objetivamente no es lo mismo cometer una ilegalidad con efectos legales que tener poca pericia arengando a las masas.
No hay análisis ni debate coral. Los discursos en las redes caminan al unísono en carriles paralelos, sin tocarse ni encontrar posturas comunes. Destaca el exabrupto frente a la razón. Posicionarse en un bando es pelear contra el bando contrario, no dialogar para aunar ideas o complementarlas en pos del bien colectivo. Como escribe Michela Murgia en Instrucciones para convertirse en fascista (Seix Barral), ser demócrata exige un esfuerzo enorme: implica lidiar con las complejidades de la realidad y saber interpretarla. Sin embargo, el totalitarismo es sencillo: basta con comulgar con una sola voz.
"A diferencia de lo que ocurre con la democracia, con el fascismo la finalidad de la comunicación no es hacerse entender, sino repetirse. Por consiguiente, tenemos la suerte de ser fascistas en la era de internet. Nos ahorramos trabajo, porque los instrumentos están concebidos precisamente para eso. ¿Qué otra cosa es compartir sino repetir hasta el infinito un solo mensaje procedente de una sola fuente?", apunta la italiana.

"Si se facilitan unas cuantas consignas y unos pocos eslóganes sencillos —tanto mejor si pueden transformarse en un hashtag—, todo el trabajo que años atrás hacía el Ministerio pertinente lo harán de forma voluntaria los mismos ciudadanos, con la ventaja añadida de que creerán que son el origen del mensaje y no sus destinatarios".

Michela Murgia
Escritora
Cada mañana, siguiendo esta apreciación, Twitter se llena de etiquetas que suelen corresponderse con las siglas de un partido político o con una persona en concreto. Cualquier desliz o titular suculento se replica en forma de arma arrojadiza, sin escrutinio. Vale de cabeza de turco un político, un presentador de televisión o un anuncio de jamón york. La turba de descalificaciones no entiende de currículum o dimensión social: le sirven las interacciones o los visionados en YouTube, uno de los grandes estrados para estas reflexiones simplonas.
Y lo que es peor: esa reacción se mueve en ambas direcciones. Las plataformas se nutren de las supuestas polémicas y afectan a los protagonistas, cada vez más pendientes de sus actos. El Congreso se transforma en un ring de zascas. Los informativos, en un auditorio donde el espectador puede opinar o recortar a su antojo. Y los chats familiares, en un ágora del meme sin poso.
Cualquiera puede ser lacayo del sistema o enemigo acérrimo según la tintada lente de un algoritmo. Y la acotación de caracteres relanza un vocabulario sintético que se apropia del significado sin su etimología. "Progre", "feminista", "facha" o "populista" se mezclan en una alocución que no va más allá del insulto y que se autodenomina "políticamente incorrecta".
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"Si eres feminista, no eres inteligente", afirma el youtuber Joan Planas, que utiliza este asunto como reclamo en su canal, con más de 400.000 suscriptores. El catalán, que ha rehusado hablar con Sputnik (como el resto de aludidos), suele usar imágenes llamativas que ponen el relato en un segundo lugar en favor de la controversia. En su última aparición, trata de "analizar" el cartel del grupo parlamentario Vox que la fiscalía investiga como incitación al odio por usar a un inmigrante como reclamo. De forma demagógica, Planas justifica la publicidad electoral con presuntos cálculos matemáticos y los relaciona con la inversión en dirigentes políticos.
Usar palabras como "comunista" o "independentista" es un comodín para obtener clics. Reducir los estereotipos, clave para aumentar la brecha. De hecho, se acuña casi siempre el adjetivo "extrema" para nombrar a la izquierda o la derecha, situándose en una falsa equidistancia. El púlpito de estos predicadores de la red es una silla frente a una cámara por donde desfilan los escándalos de la semana o las trifulcas entre ellos mismos. Las batallas entre youtubers o las acusaciones a otros tuiteros copan gran parte de la producción, aunque sepan que pertenecen al mismo clan.
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Puede comprobarse en el videoclip Fachas Heroes y su secuela, Super Fachas Heroes, de InfoVlogger (apodo de Isaac Parejo). Desfilan por él tanto youtubers en la línea del mencionado Planas (Roma Gallardo. Libertad y Lo Que Surja o Un Tío Blanco Hetero) como el tuitero Alvise Pérez, conocido por generar tendencias con noticias falsas (como un supuesto positivo en COVID-19 de Salvador Illa, antiguo Ministro de Sanidad, o una ambulancia privada en la casa de Manuela Carmena, exalcaldesa de Madrid). Se envuelven en un lenguaje supuestamente técnico y pantallazos de medios de comunicación para comentar temas de actualidad como la evasión de impuestos en Andorra o la violación de La Manada.
Retórica que ha calado entre una audiencia principalmente joven y que ha tenido alguna repercusión reciente en la esfera digital, como la etiqueta #rompetuvoto llamando a la abstención en las elecciones de Madrid o la de #pucherazo por un supuesto fallo en el voto por correo. Este ejercicio trivial de descalificación se asemeja al de grupos con influencia social, como los de seguidores de Donald Trump en Estados Unidos o los negacionistas del coronavirus, que ya han protagonizado algunos episodios violentos en lo que va de año.
¿Quién tiene la culpa de que estas prédicas triviales copen la agenda? En muchos casos, los medios tradicionales, que las repiten y cometen el mismo error que estos canales. Telediarios o periódicos digitales las reproducen sin comprobar o directamente a maldad, cayendo en errores deontológicos que en pocas ocasiones son disculpados o sancionados. El último bulo propagado es el de un supuesto manifestante de izquierdas que pega a un militante de Vox, cuando la realidad es la contraria: es un seguidor de Vox quien pega a otra persona.
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Juan Soto Ivars, periodista y autor del ensayo Arden las redes, alude también a este deterioro de los transmisores clásicos. "El descrédito de la prensa tradicional tiene mucho peso. Las grandes cabeceras minaron su reputación con prácticas discutibles. Súmale a esto que internet dio esquinazo a todos los formatos que pretendían copiar la vieja cabecera escrita con portales: la mayoría de la gente no entra, por ejemplo, a la web de El País a informarse, sino que recala allí por las redes y por Google", explica a Sputnik. "Sin embargo, creo que la televisión sigue teniendo un papel preponderante en la información que recibe la gente. De hecho la tele es una fábrica de trending topics en Twitter. Aunque habrá que poner muchas comillas a información", agrega.
Otro aspecto es la personalización de lo que se expone al abrir una pestaña. No salen las mismas ventanas según los intereses de cada uno. Lejos de creer en la neutralidad de la web, los famosos sistemas de control actual, lo que Shoshana Zuboff llama "capitalismo de vigilancia", se articulan en torno a los gustos individuales tanto para promocionar un producto, un viaje o un concierto como para mostrar una opinión acorde. Su papel no es, en principio, lograr un objetivo político, sino rentabilizar la página web.

"El algoritmo está diseñado para que te quedes el máximo tiempo posible en estas plataformas, y sus creadores saben que te quedas más si estás cabreado, ofendido, irritado, etcétera. Pero el algoritmo no hace más que pulsar teclas de la condición humana. La incertidumbre de la gente en su futuro y el miedo siempre han sido buena argamasa para los extremismos. Mucho antes de las redes sociales", subraya.

Juan Soto Ivars
Columnista y escritor
Monetizar las emociones es más fácil con lo visceral que con lo taimado. "La mecánica de la red social incita al más irritado a participar más. Se otorgan premios de reputación mayores a quien se enfada más fuerte. El odio vuela más alto que la admiración o el aprecio. Lo más parecido a un buen sentimiento que obtiene reputación es la sensiblería barata. Se premia el victimismo. No son lugares propicios al argumento y la razón, vaya, sino al sentimiento exaltado", señala el columnista de El Confidencial.
"Por eso, de un tiempo a esta parte, diría que Twitter y Facebook han dejado de ser atractivos para personas que buscan un tono más reposado. Tengo la impresión de que va quedando lo más fanático, activista y radicalizado. La diferencia de tono en las redes y la calle es asombrosa. A casi nadie le importa tres cojones la alerta antifascista ahí fuera, por ejemplo", sopesa.
Juan Soto Ivars
Columnista y escritor
La solución, por tanto, es confusa. Mientras los periódicos tradicionales o especializados estrenan planes de pago para acceder a la información, millones de usuarios sueltan sus pensamientos sin filtros ni marcos coyunturales. Entran en el mismo saco los terraplanistas, los islamistas radicales (que ya utilizan estos medios como foco de captación), los conspiracionistas o los líderes empresariales o políticos.
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Ya ha habido casos, de hecho, de eliminación de cuentas, como el expresidente estadounidense, o de solicitudes estatales para regular estas plataformas. Algo que no convence a Soto Ivars. "No sirve para nada borrar perfiles, es la arquitectura de estas redes lo que fomenta la polarización", comenta el periodista, que acaba de publicar La casa del ahorcado. Cómo el tabú asfixia la democracia occidental, "y respecto a avances legislativos, me contentaría con que las empresas pagaran impuestos en los países donde tienen usuarios e ingresos publicitarios".
"No creo que sea regulable la libertad de expresión. Las redes sólo nos recuerdan cuál es su precio real, mucho más elevado de lo que suponíamos cuando había sólo periódicos y cosas así. Tener libertad de expresión significa aguantar a indeseables", concluye Soto Ivars. Te los encuentras al encender el ordenador o el móvil. Y, a veces, en la propia calle, aunque no lleven una pancarta que les catalogue de "libres" o de "incorrectos" ni te asalten con todo eso que "otros no se atreven a contar".
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