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Héroes del Silencio: cuatro amigos que llegaron a estrellas de rock y dejaron de ser amigos

© Foto : Héroes Documental AIEHéroes del Silencio en una foto de estudio de 1986
Héroes del Silencio en una foto de estudio de 1986 - Sputnik Mundo, 1920, 23.04.2021
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La banda española es el objeto de un libro y un documental después de una breve vida plagada de éxitos y una separación controvertida.
Vendieron millones de discos. Llenaron estadios en medio mundo. Y dejaron himnos que aún corean varias generaciones. Héroes del Silencio, una banda nacida en Zaragoza en los años 80, se convirtió en un mito a pesar de su corta existencia. Quizás fueron sus letras de múltiples interpretaciones, el carisma y la voz engolada de Enrique Bunbury o la ruptura súbita lo que dejaron a miles de seguidores huérfanos de una religión que sigue vigente. Un libro y un documental recuperan a este grupo español convertido en leyenda.
En ambos se cuenta la historia de "cuatro amigos que soñaron con ser estrellas de rock y, cuando lo consiguieron, dejaron de ser amigos". Así es como lo resume Alexis Morante, el director de Héroes: silencio y rock and roll, película que la plataforma Netflix estrena el 23 de abril. "A ellos les pasó lo que pasa con todas las bandas grandes", describe el cineasta, "que lo dejan en el punto más alto y que van ganando seguidores con el tiempo, como The Doors, Guns N’ Roses o Led Zeppelin".
Un grupo ambicioso y con una historia tan atractiva que los documentos sobre él siguen provocando furor. Héroes del Silencio se formó a principios de los años ochenta en Zaragoza a lomos de Juan Valdivia, guitarrista, y Enrique Ortiz de Landázuri, más conocido como Enrique Bunbury, cantante y también guitarrista. Pronto se unieron Joaquín Cardiel y Pedro Andreu, bajo y batería respectivamente. Como todo aficionado a la música de la época, se lanzaron a tocar sin miramientos. Provenían de otras bandas juveniles y cuajaron con una suerte de post-punk sinfónico.
Difícil de catalogar ahora como lo era entonces, en plena explosión del pop más bailable de Alaska y Dinarama, La Unión o Nacha Pop y de estilos más rasposos como Gabinete Caligari o Ilegales. Los cuatro miembros enarbolaron la vanguardia de lo gótico y lo nuevaolero en castellano, tanto musical como estéticamente: sus abultadas melenas y la ropa negra forjaron pronto una imagen reconocible y a la que adherirse fácilmente. En 1987 sacan un EP con cuatro canciones y a partir de ahí despegan: El mar no cesa, en 1988, vende 150.000 copias. Y Senderos de traición, de 1990, roza el millón entre España y varios países europeos.
Maldito duende o Entre dos tierras, canciones legendarias, se incluyen en el disco, que les consagra antes de los demás pelotazos: El espíritu del vino o Avalancha, del 93 y 95, con miles de ventas. Esa exigua producción, sin embargo, los lleva a una fama global que entonces no era nada habitual. Ni sencilla. Pocos grupos aguantaban en primera línea o daban un salto tan exitoso a América Latina o países más próximos como Alemania, Israel o Francia. En ambos lados del océano les seguía una notable legión de fans que se apropiaba de la imagen o de la simbología. Hasta ahora, 25 años después del desenlace, hay quien decora sus locales con pósters o merchandising del grupo. Incluso una marca de cerveza les dedicó una "edición especial".
Favorecía el fenómeno la potencia escénica de Bunbury, sus contorsiones al ritmo de los arpegios de Valdivia y esas frases poéticas, crípticas, que cada uno se apoderaba como una letanía. Ese despunte del cantante, cuya pose se asemejaba a la de Jim Morrinson y al que comparaban vocalmente con Juan Bau, también supuso la primera grieta. Según Antonio Cardiel, hermano de Joaquín, el bajista, y autor de Héroes de leyenda, "Enrique es de los mejores frontman de España y, al ser también el letrista, era el más deseado para entrevistas y espectáculos". Esa atracción lo va "elevando", dice el escritor, y lo encumbra, "como sucede en el mundo del rock".
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Y como sucede en el mundo del rock, la gloria a veces da pie a la caída: con poco más de una década de existencia, el grupo se separa. El 10 de febrero de 1996 es la fecha del final, aunque quedaran por delante ocho meses de gira y 92 conciertos. Ese día, Bunbury junta a los demás miembros en la habitación de un hotel de Tijuana, en México. Al parecer, saca dos folios escritos por ambas caras y las lee en alto. Consistían en 26 enunciados sobre cómo debía ser la trayectoria de Héroes del Silencio a partir de entonces: nada de guitarras eléctricas, canciones cortas, nuevos sonidos experimentando con la tecnología… Las normas eran como mandamientos, con un lenguaje imperativo, y destruyeron el ánimo colectivo.
Panorama complicado que derivó en una disolución abrupta, repleta de rumores y con solo un paréntesis en 2007 gracias a una gira de 10 conciertos. Bunbury continuó su carrera y alimentó la leyenda. Ahora es el único que no participa en el libro, pero no por hostilidad. "Nosotros tenemos buen trato, pero, cuando le pedí entrevistarle, estaba muy ocupado. Me dijo que sí, pero al ver que era mucho rato no pudo", explica Cardiel, que ha suplido su ausencia con declaraciones en otras entrevistas.
Lo que sí incluye son las opiniones del resto. Tanto Joaquín como Pedro Abreu o Juan Valdivia, ya entrados en la cincuentena, participaron en este volumen de unas 500 páginas. "Lo llevaba pensando mucho y le he dedicado tres años", indica a Sputnik. Justo cuando iba a mandarlo a la editorial, se publicó El método Bunbury, un ensayo sobre el presunto plagio del cantante en sus letras, y tuvo que revisarlo. "Por suerte, solo aparecen unas canciones del último disco, son más de su etapa en solitario", aclara.
Cardiel narra ese origen en bares de la capital de Aragón, donde también se escuchaba a Niños del Brasil, una especie de siamés tanto por el estilo como por compartir a Bunbury, y se reseña la intención de ser algo gordo. En el documental y en el libro se resalta la arrogancia de esa época incipiente, empeñados en ser "el mejor grupo de Zaragoza" y granjeándose las primeras enemistades. "Hay tres etapas claras: los inicios hasta el primer EP, de formación; la estabilización y fama, hasta el 93; y una tercera fase de internacionalización hasta el final", enumera el escritor, que en aquellos momentos compartió camerinos y copas con ellos.
"Su éxito se debe a una mezcla de ambición, talento, imagen y determinación", apunta Cardiel, "y desde siempre fue una apuesta muy personal, muy inimitable, con letras nada sencillas ni anecdóticas". Además, señala el autor, no escatimaban cuando salían de tour ni se ponían límites. "Tocaron en grandes recintos, pero empezaron frente a 100, luego 300 personas… Crecieron con perseverancia. Sembraban desde abajo", arguye.
Héroes del Silencio se convirtió en una marca. Cardiel recuerda cómo algunos les comparaban con Julio Iglesias, estrella nacional conocida en todo el mundo. En el mundo del rock también fueron pioneros en abrir el mercado (aunque ya había casos previos de fama más allá de la frontera, como los heavies Barón Rojo). Por aquel periodo, quizás solo Hombres G les igualaban en audiencia sudamericana. Su apuesta se bailaba desde México al Cono Sur con una veneración desmedida.
"Éramos una banda muy unida. No se podía entrar ahí. No admitíamos injerencias ni a nadie que nos sugiriera cosas. Y eso nos hacía muy fuertes a la hora de acertar y, probablemente, a la hora de equivocarnos", afirmaba Joaquín Cardiel en un artículo de El País. Confirmaba que "algunos críticos decían que éramos un grupo enfocado a chicas adolescentes, una banda prefabricada; mientras, estábamos tocando con Robert Plant o Iron Maiden y haciendo giras por Alemania. Recuerdo a algún periodista que luego se retractó".
El grupo también fluctuó en diferentes emociones. Desde lo de Tijuana, el choque entre Bunbury y Valdivia era manifiesto. Los demás intentaban calmar la tensión, pero no funcionó. Aparte de esa batalla de egos, de las imposiciones verticales, se sumaron otros factores, como los engaños del representante (y su adicción a la heroína), la muerte del road manager o una distonía focal en la mano de Valdivia, que entorpecía su actividad. Los ocho meses de esa gira se eternizaron. Y al acabar, todo estalló.
Aunque el mito permaneció. Las enseñas de Héroes del Silencio siguen viéndose entre los acólitos. En 2007 pulieron récords de asistencia y sigue propagándose la pasión. "Es una música que se queda. Cada uno la interpreta de una manera. Es armónicamente compleja y sigue influyendo a muchos", valora Cardiel. Alexis Morante, que sí ha contado con Bunbury en el documental, incide en ese vigor perpetuo: "No pierden actualidad", sentencia quien acusa al "tren de vida" y los entresijos del rock de un cisma como el de Héroes del Silencio: "No creo que haya ningún culpable".
Morante y Cardiel, cuyas obras han despertado muchísima expectación y debate, responden a menudo a la misma pregunta: ¿Habrá retorno? "Veo complicado que se den las condiciones", excusa el escritor. "Me encantaría como seguidor, pero creo que es difícil", apoya el director. Bastante tienen con esta resurrección audiovisual y en papel después de tocar la gloria y diluirse dejando unas cifras "imposibles de superar", según el cineasta. Las que siguen manteniéndoles en el altar de las bandas españolas y las que acabaron con la amistad de cuatro chavales que soñaron con ser estrellas.
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