¿Por qué nos duele el brazo después de vacunarnos?

© AP Photo / Virginia MayoUna mujer se presiona un algodón en la parte superior del brazo tras recibir una dosis de Moderna
Una mujer se presiona un algodón en la parte superior del brazo tras recibir una dosis de Moderna - Sputnik Mundo, 1920, 21.03.2021
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Para la mayoría de los que se vacunan contra el COVID-19, un pinchazo en el brazo no es nada. Sin embargo, tras quedar inmunizados, a muchos les empieza a doler el brazo. Los sanitarios expertos en vacunas y en alergias te explican las posibles causas de que pase.
Se trata de un efecto secundario muy común de todas las vacunas, no solo de la del COVID-19. También se da con los fármacos contra la gripe y otras enfermedades, explican los especialistas citados por National Geographic. Pero mientras los países siguen con sus campañas de vacunación masiva, el dolor generalizado en los brazos lanza muchas preguntas entre los ciudadanos de a pie. Entre ellas, por qué a algunas personas les duele más el brazo que a otras.
Dicho dolor —e incluso las erupciones cutáneas— es la respuesta natural del organismo a la inyección de sustancias extrañas en nuestro cuerpo. "Manifestar esta reacción en el sitio de la aplicación es exactamente lo que esperaríamos que hiciera una vacuna que intenta imitar un patógeno sin causar la enfermedad", destaca la especialista en vacunología de la Escuela de Medicina de la Universidad de Washington Deborah Fuller.
Teniendo en cuenta las numerosas complejidades del sistema inmunológico y las peculiaridades de cada individuo, no sentir dolor también es normal, explica el epidemiólogo y director ejecutivo del Centro Internacional de Acceso a Vacunas de la Escuela de Salud Pública Johns Hopkins, William Moss.

"Las personas pueden desarrollar respuestas inmunitarias protectoras y no presentar ningún tipo de reacción local", enfatiza.

¿Cuáles son las señales que nos deben preocupar?

Varias vacunas son conocidas por causar un dolor alrededor del lugar de la inyección, y las células presentadoras de antígeno son la razón. Están permanentemente al acecho en nuestros músculos y en nuestra piel, entre otros tejidos. Cuando detectan un invasor extraño, desencadenan una reacción que produce anticuerpos que nos protegen a la larga frente a patógenos específicos.
Este proceso, conocido como respuesta inmunitaria adaptativa, puede tardar una o dos semanas en manifestarse. Pocos minutos o incluso segundos después de vacunarnos, las células presentadoras de antígeno envían señales para avisar del peligro, relata William Moss.
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Es una reacción muy rápida conocida como respuesta inmune innata, e involucra una gran cantidad de células inmunitarias que llegan y producen proteínas conocidas como citocinas, quimiocinas y prostaglandinas, que causan todo tipo de efectos físicos, detalla, a su vez, Fuller.
Las citocinas dilatan los vasos sanguíneos para aumentar el flujo sanguíneo, lo que provoca hinchazón y enrojecimiento, junto con las quimiocinas, que también producen una inflamación dolorosa. La respuesta inmune innata no afecta solo al brazo. Para algunos individuos, el mismo proceso inflamatorio también puede causar fiebre y erupciones, así como dolores corporales en las articulaciones o en la cabeza.
La razón por la cual algunas vacunas causan más síntomas que otras responde a una tendencia llamada reactogenicidad, y depende de las estrategias y los ingredientes que se usan. Así, la vacuna contra el sarampión, las paperas y la rubeola se fabrica a partir de formas vivas y debilitadas de los virus que provocan intencionadamente una forma leve de infección y estimulan la respuesta inmunitaria innata del cuerpo. Eso conduce a una variedad de síntomas, entre ellos, a dolor en los brazos, apunta Emily Sohn en su artículo para National Geographic.

¿Cómo duele el brazo?

Tres vacunas contra el COVID-19 aprobadas por la Administración de Medicamentos y Alimentos de Estados Unidos (FDA) —las de Pfizer, Moderna y Jonhson & Jonhson— se administran mediante una aguja directamente en el brazo, y todas causan el mismo tipo de dolor punzante. Luego, tras la vacunación, sus efectos varían, según los datos recopilados por los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades.
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Después de la primera dosis de la vacuna de Moderna, el 87% de los menores de 65 años y el 74% de los mayores reportaron un dolor localizado durante los ensayos clínicos. Después de la segunda inyección, esas cifras aumentaron al 90% y al 83%, respectivamente.
La primera inyección de Pfizer también causó mucho dolor en el brazo, del cual informó el 83% de las personas de hasta 55 años y el 71% de los pacientes mayores. El dolor tras la segunda inyección se produjo en el 78% y el 66%, respectivamente. Mientras tanto, la primera dosis de Johnson & Johnson causó menos dolor en el brazo: el 59% de los menores de 60 años y el 33% de los pacientes de la tercera edad.
Las altas tasas de dolor en el brazo tras inmunizarse con las vacunas de Pfizer y de Moderna podrían tener algo que ver con la tecnología que utilizan, destaca Fuller.

¿Quién siente dolor?

En el caso de los síntomas como el dolor en el brazo, la variación individual es una norma, y los estudios sugieren múltiples explicaciones. Por ejemplo, el factor edad puede disminuir las reacciones inmunitarias. Lo mismo ocurre con el Índice de Masa Corporal más alto, según un estudio.
La genética probablemente también juega su papel, agregan los especialistas. También el sexo de la persona. Así, las mujeres parecen experimentar más efectos secundarios que los hombres en respuesta a una vacuna contra el COVID-19, a pesar de que los varones parecen sobrellevar peor el virus en general.
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"La percepción del dolor es otro factor X. Todo el mundo procesa las señales de dolor de manera diferente. Y el miedo y la ansiedad pueden exacerbar la sensación de dolor", asevera la profesora de la Universidad de Toronto, Anna Taddio, citada por National Geographic.

El miedo a las agujas es una barrera importante a la hora de vacunar para un gran número de personas. Un cuarto de los adultos reconoció tener miedo a las agujas en un estudio del 2012 realizado por Taddio y otros especialistas. Según un nuevo análisis basado en 119 estudios previos, el 16% de las personas adultas y el 27% de los sanitarios evitaron ponerse las vacunas contra la gripe por su aversión a las agujas.
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