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La historia del espía que preservó la isla del tesoro

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Hugh Borthwick trabajó para el servicio secreto británico durante la Primera Guerra Mundial. Vigilaba a los barcos alemanes que se nutrían del hierro de Murcia. Lo hacía desde el Islote del Fraile. Sin quererlo, también protegió el lugar.
Tan solo 100 metros separan el Islote del Fraile de la costa de la localidad murciana de Águilas. Vigilante, esta roca de 6,2 hectáreas, 93 metros de altura y forma cónica se alza frente a la Bahía del Hornillo. Una posición privilegiada para observar lo que acontece en sus aguas. Ahora, los bañistas que se zambullen en el mar. A principios del siglo XX, los barcos que recolectaban el hierro llegado de las minas de la Sierra de Filabres.
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Un trasiego del que era espectador el Islote del Fraile. Espectáculo que compartía con su último morador, Hugh Borthwick, conocido por los lugareños como Don Hugo. Un aristócrata escocés que llegó a la ínsula en 1912, después de ser comprada por su padre, el coronel Alexander Borthwick, dos años antes. Lugar desde el que no apartaba la vista del tráfico marítimo. Era su cometido. Observar y apuntar el nombre de los barcos que cargaban hierro y su bandera.
Los historiadores y testigos indican que Borthwick avisaba a un enlace cada vez que una nave alemana o de un país neutral entraba en la Bahía del Hornillo. Tras la advertencia, el carguero era hundido por los submarinos británicos. Una misión que desempeñó durante toda la contienda. "Siempre estaba leyendo. Recibía muchas cartas. Pero nunca las guardaba. Las destruía después de leerlas. Los periódicos sí que los guardaba. Se acostaba muy temprano, siempre con su revólver debajo de la almohada, pero no le tenía miedo a nada. Nunca nos explicó por qué tenía el arma…", recuerda en una grabación a la que accedió El País una de sus empleadas domésticas, María Abellán.
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Graduado en la Universidad de Oxford, Borthwick fue reclutado por el servicio secreto británico en su juventud. A la edad de 25 años recaló en el Islote del Fraile, listo para cumplir su labor, tras ser descubierto su predecesor por la inteligencia alemana. Su llegada no despertó ninguna sospecha: Águilas contaba con una importante colonia británica a raíz de los trabajos en las minas de hierro. Una comunidad con la que nunca tuvo mucha relación.
No obstante, Don Hugo sí que se dejaba ver por la población murciana. A ojos de los aguileños, representaba el ideal de belleza. Joven, alto, de ojos azules, tabaco en pipa y ropa impecable. Un hombre cuyos trabajadores describen como "una persona amable y que sentía gran lástima por la pobreza". Es más, Abellán confiesa que el escocés repartía dinero entre los niños de la localidad.
Sin embargo, su paso por Murcia fue breve. Una vez acabada la Primera Guerra Mundial, Borthwick tardó poco tiempo en desaparecer. En 1920 regresó a Inglaterra, donde se casaría y fallecería, 30 años después de su misión.
Su destino se separó del Islote del Fraile que pasaría a depender del Estado español. Un promontorio desde el que vigiló, pero en el que nunca se fijó. Y es que bajo el suelo en el que vivía se escondía un tesoro. Una fortuna amasada por el paso de los siglos y las distintas culturas que poblaron la región.
En septiembre de 2020, los arqueólogos de la Universidad de Murcia y el Museo Arqueológico de Águilas hallaron en la ínsula todo tipo de vestigios históricos. Ánforas, anzuelos y fragmentos de mármol decorado han aparecido en el enclave, todos de época romana. Incluso, los restos de un antiguo almacén. La investigación apunta a que pudiese existir algún tipo de poblado estable dedicado a la industria pesquera. Asentamiento que pudo existir también durante la época musulmana. Teoría que toma fuerza tras el descubrimiento de los restos de una antigua necrópolis islámica. Un misterio es el muro que rodea parte del peñón. Tal vez sea una fortaleza, pero, de momento, no se ha podido ni fechar ni determinar su función.
El proyecto arqueológico prosigue en el Islote del Fraile. El objetivo es unir las piezas del rompecabezas histórico que supone el lugar. Un enclave en el que las huellas del paso del tiempo estaban a simple vista. Borthwick no lo vio. O no quiso verlo. Su objetivo era el mar. No obstante, su presencia evitó que la mirada de otros se posase en el tesoro. Sin pretenderlo, lo libró de un posible expolio, en el que él no participó. Impasible perduró la riqueza insular. Tranquila, como la vista al Mediterráneo.
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