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Los muertos del franquismo en la presa española de Torrejón: la lucha sigue más de medio siglo después

© Foto : Cortesía de Paqui MartosTrabajadores de la presa de Torrejón, en Cáceres (España)
Trabajadores de la presa de Torrejón, en Cáceres (España) - Sputnik Mundo
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Un monolito recuerda la tragedia de 1965 en este punto de Cáceres, al este de España. La rotura de una construcción hidráulica se llevó por delante a decenas de trabajadores. Sus hijos quieren que se señalice correctamente.
Dulce. La vida era dulce para quienes llegaron de pequeños. Les rodeaba una naturaleza colosal que empujaba al juego interminable. Los vecinos se mezclaban sin reparos. Y el trabajo no impedía jornadas gozosas en familia. El Salto del Torrejón, una colonia situada en pleno parque natural de Monfragüe (perteneciente a la provincia de Cáceres, al oeste de España), era un paraíso para los que se dejaban caer de visita turística y para quienes empeñaban allí los días.
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Habría que volver a aquellos tiempos de la dictadura para enmarcar el suceso. Con Francisco Franco como jefe del estado español, el plan hidrográfico intentó alcanzar las zonas más aisladas. El régimen se propuso entonces aprovechar el agua, creando embalses o diferentes infraestructuras fluviales. En Monfragüe —refugio de buitres negros poblado por alcornoques, jaras o encinas que fue declarado Parque Nacional en 1979— se planificó una planta de energía hidroeléctrica en la confluencia de los ríos Tajo y Tiétar.
​La idea era levantar dos presas, una en cada río, y unirlas a la central por un canal. Se reclutó a miles de trabajadores. Muchos, procedentes de áreas paupérrimas de la península. Tenían cierta seguridad laboral y un salario ventajoso para la época, aunque las tareas eran agotadoras. Además, les daba la oportunidad de asentarse en un lugar con identidad propia enclavado entre los municipios de Toril, Serradilla y Torrejón el Rubio. En total se calcula que por la plantilla pasaron unos 4.000 obreros eventuales desde 1959, cuando empezó la obra (en 1966 ya estaban en marcha los planos). Sus condiciones eran de máxima peligrosidad y las semanas se regían por turnos para cubrir las 24 horas del día. Incluso se intuye que hubo presos políticos.
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Mientras, El Salto del Torrejón cimentaba una población estable de unos 2.000 vecinos con escuela, economato, iglesia, tasca, capilla, estanco y sala de baile. Mujeres e hijos constituían el paisanaje fuera de la presa. Había dos emplazamientos: arriba para los altos rangos, abajo para los rasos. Los núcleos familiares disponían de una casa, pero también existían barracones para solteros. Las rutinas transcurrían al compás de esos cambios de horario y con la amenaza de la sirena que alarmaba en caso de accidente. A las 9:20 de la mañana, aproximadamente, del 22 de octubre de 1965 sonó insistentemente: las lluvias constantes de aquel otoño provocaron la quiebra de una ataguía, elemento temporal de la construcción, anegando el túnel y arrastrando todo por la ladera.
A algunos de los que estaban al aire libre les dio tiempo de correr y salvarse. A los que andaban por el canal, no. Y todo el pueblo quedó machacado por la catástrofe. Dicen que uno de los pobladores murió al enterarse de un pasmo. En la turba se pudieron ver cadáveres flotando. Muchos aparecieron posteriormente a varios kilómetros. El último se encontró en julio de 1966. Las autoridades cifraron las muertes en 54. Sin embargo, nunca hubo un recuento riguroso y se intuye que fueron más de 100. El NO-DO, informativo de la dictadura, no le dedicó al asunto más de un minuto.
© Foto : Página de un periódico de la épocaNoticia del desastre de la presa de Torrejón, en el parque español de Monfragüe
Noticia del desastre de la presa de Torrejón, en el parque español de Monfragüe - Sputnik Mundo
Ni el régimen ni Hidroeléctrica Española quisieron indagar. El Juzgado de Instrucción número 1 de Navalmoral de la Mata (otra localidad de Cáceres) ordenó, sin ni siquiera mirarlo, el sobreseimiento del caso. La empresa ofreció unas 20.000 pesetas (unos 120 euros, lo relativo a unos ocho meses de trabajo) y 5.000 pesetas (30 euros) más por cada hijo, según la investigación de Rosa Escobar, del Centro de Documentación del Parque Nacional de Monfragüe. Junto a Inés García, Escobar escribió el artículo Saltos de Torrejón: una historia por contar y tuvo acceso al archivo con el sumario.
"Lo más grave del asunto es que no se le dio la importancia que se le tuvo que dar. Se puso como un mero accidente, pero era una negligencia enorme", cuenta la historiadora a Sputnik.  
Escobar es de Badajoz, pero se marchó "como tantos otros" al norte. Volvió hace unos años y terminó con un puesto en el parque. A sus 50 años, reconoce que apenas conocía este episodio: "Coincidimos en una comida con la hija de un trabajador y nos lo contó. Así empezó todo". En los medios de comunicación de aquellos días apenas había información. "Se mencionaba a los muertos, pero solo se referían a las bondades de la obra, a lo que representaba. Era todo propaganda", arguye.
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Se acuerda todavía Rosa Escobar de esos cortes en blanco y negro donde el Caudillo asistía junto a su esposa a la inauguración de este tipo de creaciones en torno al agua. Pero de El Salto de Torrejón, poco. Tuvo que ser aquel encuentro casual el que la llevó a la tragedia, de la que se empezó a hablar más a menudo: un programa de televisión local y otro nacional lo sacan, un reportaje de portada en El País marca la efeméride en uno de los aniversarios, y un grupo de antiguos residentes se pone en contacto para mantener vivo el recuerdo. "Mucha documentación la tiene Iberdrola, propietaria actual", sostiene.
"Tenía memorizados los nombres y apellidos de la clase, fíjate", señala Paqui Martos, una de aquellas vecinas que inició el reencuentro. Esta mujer, que se instaló en Barcelona, vivió en El Salto del Torrejón durante aquellos años. Su padre, Benito, era capataz y ella aún rememora a menudo esa etapa dulce. "Los niños teníamos de todo gracias a la compañía. Nos traían los últimos juguetes de las fábricas de Alicante, ropa y buenos equipamientos. En las casas había agua corriente y electricidad, que no era tan común. Éramos muy felices, había muy buena convivencia", incide Martos en conversación con Sputnik.
Martos vivía con sus padres y otros cuatro hermanos. Llegaron de Alcántara, también en Cáceres. Su progenitor estuvo destinado a pantanos entre 1956 y 1972. Y en El Salto estuvo entre el 60 y el 67. Martos se fue de allí a los 17 años, con el fin de la obra. Pero no se olvidaba de aquel periodo. "No había distinciones entre la gente. Para cualquier cosa se te echaba una mano", apunta. Con el antropólogo Manuel Trinidad impulsó un grupo para reunir a sus antiguos amigos. Montó el foro de internet Los Niños del Salto. Poco a poco, la gente se conectó.
"Mi edad era de los nueve a los 14 años. Fueron maravillosos. El poblado estaba formado por familias de todas las regiones de España, por ello cuando la obra terminó todos emigramos a diferentes lugares. ¿Por dónde andáis, amigos?", preguntaba en esa charla virtual uno de los usuarios.
Buscaron a los huérfanos y llenaron una agenda. Medio siglo después, algunos se vieron. Y reanimaron la lucha: en 2016 erigieron un monolito en memoria de los trabajadores de El Salto en el punto donde se levantaba la capilla, en el término de Malpartida de Plasencia. Contiene la placa original con los nombres de los fallecidos. "En las redes no había nada", protesta Martos, 55 años después. Estos días, el grupo no solo intercambia imágenes de aquel entorno sino que luchan por señalizar en condiciones el sitio y honrar a sus ancestros de forma más visible. "Es muy difícil llegar sin mapa", indica Martos, aludiendo a una pintada con spray que hicieron en un cartel para ayudar a la gente.
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El pueblo se fue degradando. En lo que quedó de dictadura siguió primando el silencio. Con la democracia tampoco se quiso levantar la alfombra. Pero a quienes vivieron aquella fantasía aún les duele la tragedia. Quieren que se haga mención al monolito y al lugar, que Iberdrola desenfunde informes y, sobre todo, que su memoria no se diluya en próximas generaciones.
Lo toman como un homenaje a quienes disfrutaron de un rincón desaparecido. Así lo describe en el foro uno de los que se recreó en aquella dulzura: "La verdad, sí siento nostalgia. No pasa nada por ello. En mi vida actual me considero una persona feliz, pero porque no recuerdo. Volví en el 98 para que mi mujer y mis hijos lo conocieran. Me senté sobre los restos de mi casa y sentí una mezcla de alegría y pena a la vez. Algo especial".
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