Tras doce horas trabajando, Alan no veía la hora de meterse en la cama, pero el destino le tenía preparado un reto más antes de acabar el día: llegar hasta la puerta de su casa, algo que le llevó más tiempo que el trayecto desde el trabajo.
El hielo acumulado en los pocos metros que separaban al policía de la puerta de su casa resultó ser un desafío más complicado de lo que podría esperarse: por más que lo intentaba, Alan se resbalaba y volvía deslizándose hasta el punto de partida.
Cuando intentó ponerse de rodillas, todo pareció ser más fácil, pero eso tampoco funcionó. Finalmente el inglés optó por extender un tejido que llevaba con él y avanzar gateando sobre él. Eso, por fin, le dio la solución definitiva.